11-12-18. Hay pocas cosas más gratificantes que una comida conversada. Durante este puente he podido disfrutar de una de ellas, y al acabar decidí escribir sobre los fanatismos. El tema de moda es el ascenso electoral de Vox, y el diagnóstico es diverso, incómodo a la vez que preocupante. Al finalizar la comida pude escuchar como uno de mis hijos le decía a un amigo mientras jugaban, online, con la Nintendo: "Tú te calmas, yo me calmo y todos nos calmamos". Un buen camino para empezar.
Amos Oz, nos escribe que su abuela le contaba la diferencia que existía entre un judío y un cristiano. Y decía: "Mira, los cristianos creen que el Mesías ya estuvo aquí una vez y que, desde luego, regresará algún día. Mientras tanto los judíos mantienen que el Mesías está aún por llegar. Por esto - decía su abuela- ha habido tanta ira, tantas persecuciones, derramamiento de sangre, odio … ¿Por qué? ¿Por qué no podemos esperar todos sin más y ver que pasa? Si el Mesías vuelve diciendo: ¡Hola, me alegro de volver a veros!, los judíos tendrán que ceder. Si, al contrario, el Mesías llega diciendo: “¿Qué tal estáis?, me alegro de conoceros”, toda la cristiandad tendrá que disculparse con los judíos". La conclusión de la abuela era tan simple como magnífica: “Vive y deja vivir”. Ella, en definitiva, era absolutamente inmune al fanatismo.
En 1955 era Rosa Parks quien la liaba en un bus de Alabama al no cederle su asiento a un hombre blanco y negarse a sentarse en la parte trasera reservada para las personas de color. En 2016, sesenta y un años después, Colin Kaepernick, el quarterback norteamericano, seguía luchando por los derechos civiles contra el fanatismo estéril y estúpido. Y lo hacía arrodillándose al inicio de un partido al sonar los compases del himno norteamericano. Hoy, un tal Donald Trump, lidera ese gran país y amenaza desde el principio de sus días, sin ningún rubor, en alzar un muro inquebrantable que les proteja de la amenaza de una inmigración plagada de violadores y asesinos. No creo que sea esto el legado de la lucha de Parks, ni de Colin, ni de otros tantos luchadores por los derechos civiles. Seguro que en algún rincón de ese gran país, como escondida y avergonzada, queda un pedazo de esperanza.
Aunque hoy no hace falta ir muy lejos para ver las sombras de las sonrisas del fanatismo, aquí, en nuestro mar Mediterráneo, vemos y asumimos con total naturalidad como Salvini deja a la deriva centenares de vidas con la halitosis de un populista enfermo de fanatismo. Afortunadamente y con orgullo puedo escribir que esas personas, entre ellos algunos niños, pudieron atracar y desembarcar en Valencia. Hoy se encuentran vivas. Huían del hambre, de la violencia, de la guerra. Atrás lo dejaban todo. Sólo tenían un destino, buscar una oportunidad en esta vida que tan obstinadamente se les ocurrió vivir. Eso o encontrar en el mar de las culturas de la humanidad la muerte.
Desde las costas más orientales hasta las más cercanas orillas del Magreb vemos como nuestro mar azul cada día se tiñe de rojo, de rojo sangre. Mientras, nuestra Europa social y solidaria se defiende de las amenazas de una ultra derecha que en cada gesto de humanidad aprovecha para avanzar.
Vivimos tiempos de inmediatez donde se analiza de manera acertada pero donde se actúa con lentitud. Tiempos donde, como dice Bauman, vivimos en condiciones de incertidumbre constante con la preocupación de no seguir el ritmo de unos acontecimientos que se mueven con rapidez y, por consiguiente, a quedarnos rezagados. Tiempos donde se cuestiona todo y a todos. Tiempos donde los liderazgos gesticulan más que gestionan. Donde se pregunta más que se responde. Donde hemos pasado de la indignación de 2011 a los fanatismos nacionalistas en el 2018.
Me preguntaban durante la comida quienes eran los fascistas. Simplemente conteste que eran los fanáticos. Hoy reciben el apoyo de personas humilladas y desplazadas del sistema que buscan patear el tablero de su propia realidad para intentar que las fichas caigan de otra manera sin importarles que esa patada pueda tener terribles daños colaterales para los demás.
Ahora es cuando tenemos que saber priorizar entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Los demócratas no podemos pues permanecer impasibles, con total naturalidad, ante el intento de blanqueo de los fanatismos en la Europa del siglo XXI.
Acabo. Si la humillación es la semilla del odio, el odio es la antesala del fanatismo, como bien dice mi hijo:¿Por qué no nos calmamos?.
Alfred Boix es portavoz adjunto del PSPV en Les Corts