Sin duda, Singapur constituye una de las historias de éxito más sonadas de los procesos de creación de naciones (o, en inglés, nation building) del siglo XX. En efecto, es prodigioso observar cómo un territorio que aglutinaba todos los motivos para fracasar como proyecto político (territorio exiguo, ausencia de recursos naturales, inexistencia de industria o actividad económica destacada, población fragmentada en diferentes minorías culturales e incluso raciales...) se ha convertido en uno de los lugares más prósperos del planeta.
Me gusta Singapur, y en su momento dedicaré algo más de tiempo a estudiar detenidamente los factores que han contribuido a este resultado sobresaliente y los retos a los que se enfrenta; pero hoy quiero dar respuesta a una pregunta más actual: ¿por qué se ha elegido a Singapur para la celebración de una de las citas más destacadas de la agenda diplomática de este año, como ha sido el encuentro entre los presidentes Donald Trump y Kim Jong-un el pasado 12 de junio? En la historia de las cumbres, por sus relevantes implicaciones (inicio de una comunicación estable y pacífica entre los Estados Unidos y Corea del Norte, y sus posibles efectos beneficiosos, como son la desnuclearización de una zona especialmente sensible del mundo y rebajar los riesgos de conflicto militar), se encuentra a la altura de la celebrada en Yalta del 4 al 11 de febrero de 1945 (que mantuvieron Stalin, Churchill y Roosevelt) o de la visita de Richard Nixon a Mao Zedong en febrero de 1972.
La búsqueda de un lugar adecuado tanto para la parte norteamericana como para la norcoreana no era una cuestión sencilla. Si bien Singapur fue una opción desde el principio de las conversaciones, había diferentes alternativas encima de la mesa, como la más cercana Mongolia o la localidad fronteriza de Panmnujon. Pero, al final, las ventajas de celebrar la cumbre en Singapur resultaron evidentes.
En primer lugar, Singapur es un Estado internacionalmente respetado por su seriedad y su influencia regional indudable (sobre todo como hub económico y financiero del sudeste asiático). Además, tanto Corea del Norte como los Estados Unidos tienen buenas relaciones con Singapur, al que han considerado siempre un aliado que no interviene en los asuntos ajenos y que contribuye decisivamente a la estabilidad regional. Se percibe, pues, a Singapur como un lugar seguro (de hecho, este fue uno de los motivos que alegó la Casa Blanca cuando se le hizo la pregunta sobre la idoneidad de Singapur para albergar la cumbre) y neutral.
En segundo lugar, Singapur es uno de los países más desarrollados del mundo y posee unas infraestructuras formidables para la celebración de este tipo de eventos: aeropuerto internacional de gran capacidad, una potencia hotelera extraordinaria, lugares con interés turístico y la experiencia para organizar este tipo de encuentros (en 2015, por ejemplo, también se celebró alli —en el hotel Shangri-La— la cumbre del presidente chino Xi Jinping y el entonces presidente taiwanés Ma Ying-jeou, que tuvo especial relevancia para las relaciones entre ambos países).
En tercer lugar, hay razones logísticas —de seguridad— para la parte más desconfiada de la reunión, el presidente Kim Jung-un. Singapur está a una distancia de vuelo idónea para que el avión del presidente norcoreano (un Ilyushin Il-62M, modelo típico de la era soviética, operado por la compañía estatal Air Koryo) dispusiera de suficiente autonomía para volar desde Pyongyang hasta Singapur sin escalas. Como dato curioso, hay que añadir que ese avión —que se desplazó en efecto a Singapur— finalmente no transportó al presidente, ya que este —por razones de seguridad— voló en un Air China 747. Este dato es importante, como veremos más adelante.
En cuarto lugar, existe un motivo de índole legal. Singapur probablemente resultó admisible para el líder norcoreano porque no es parte del Estatuto de Roma que constituyó la Corte Penal Internacional, por lo que no podría ser objeto allí de ninguna denuncia por presuntas vulneraciones de los derechos humanos. Además, Singapur es especialmente estricto con cualquier forma de manifestación o protesta ciudadana, lo que garantizaba la seguridad, ya que no se preveían despliegues de activistas que pudieran resultar molestos.
Y finalmente —y creo que esta reflexión es la más importante— Singapur es un lugar cercano a China. No solo porque la mayoría de sus cerca de seis millones de habitantes sean de origen chino (junto con una minoría de malayos, indios y euroasiáticos), sino porque las relaciones entre China y Singapur son especialmente próximas. La cuidad Estado de Singapur ha sido uno de los modelos exitosos de desarrollo que han inspirado desde hace décadas a los gobernantes chinos. Es cierto que la dimensión de la ciudad Estado no hace fácil una extrapolación de modelos a un país de superficie continental como es China; pero esa combinación de capitalismo acentuado con preocupación social y dirigismo, todo ello impregnado de autoritarismo, ha contribuido a que el modelo resulte especialmente atractivo para los chinos. En consecuencia, es un lugar del agrado de China.
Y China, probablemente (sin estar directamente implicado en estas conversiones), es la parte que puede resultar más beneficiada de esta reunión desde el punto de vista geoestratégico. Por lo pronto, si tenemos en cuenta los acuerdos iniciales que han trascendido a la opinión pública, China va a conseguir una desnuclearización del país vecino, junto con una reducción de la presencia del ejército norteamericano en Corea del Sur. Y todo ello sin disparar una bala y sin asumir grandes riesgos para su pérdida de prestigio internacional si la reunión fracasa. Además, para contribuir a hacer posible el encuentro, es posible que China haya conseguido cierto apaciguamiento del presidente Trump en relación con la guerra comercial que quiere lanzar contra China. ¡No es de extrañar que se ponga, pues, a disposición del presidente Kim Jung-un el avión presidencial! Sin duda, una aportación muy simbólica que ilustra la implicación de China en el encuentro.
Parece que la configuración de un mundo nuevo en el que la presencia china resulte cada vez más decisiva es ya una realidad.
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Francisco Martínez Boluda es abogado de Uría Menéndez