La normalidad ha vuelto, y coincidiendo con dos importantes celebraciones para la Comunitat, el 9 de octubre y el 12 de octubre. En estos días de festividades y sensación de que se alargan las vacaciones estivales, sobre todo gracias al buen tiempo y los días de sol, hemos vivido de nuevo la grata sensación de ir a la barra de un bar a pedir algo o tomarte la copa o el café tras la cena sin que tuvieran que decirte que tenían que cerrar ya. Las celebraciones de nuestras fiestas casi fundacionales han tenido especial festejo en el hecho de volver a la vida que todos conocíamos y que jamás imaginamos que un virus nos arrebataría durante año y medio.
En Valencia las calles han vuelto a llenarse de propios y extraños, los paisanos tanto fuera como dentro de la ciudad han salido para recuperar el espacio público y fusionarse con los grupos de turistas que han vuelto a llenar el centro de la ciudad, y con ello generar vida y riqueza a miles de pequeños comercios, una señal de clara normalidad que todos ansiábamos no sólo por la economía sino también por nuestra salud mental y social. Para no perdernos aclararé mi anterior expresión de “fiestas casi fundacionales”, aunque tanto el territorio valenciano existía antes de 1238 como España antes de 1492, ambos hitos marcan un antes y un después en la historia de nuestra tierra, de lo que se suele llamar la patria chica y la patria. Los valencianos gracias a la conquista de Jaume I pasamos a ser un reino cristiano y nuestra historia desde entonces está repleta de éxitos colectivos que deben hacernos sentir orgullo, una tierra de grandes escritores, pintores, músicos, empresarios, agricultores y con tantas otras hazañas. Mientras que la Hispanidad que festejamos por el descubrimiento del Nuevo Mundo, no sólo ha sido probablemente la gesta más importante de la historia, sino que además tuvo el concurso fundamental de un valenciano, pues fue el banquero Luis de Santángel quien con su patrimonio adelantó el patrocinio de tan magna empresa. Gracias a ello, nuestra lengua española se habla en medio mundo y es tras el inglés el idioma más internacional.
La Comunidad Valenciana y España han celebrado estas dos fiestas en el momento en que nuestros gobernantes han decidido que la democracia y la libertad podían volver a reinar en las calles y plazas de nuestras ciudades y pueblos. Y en medio de todo esto el presidente del gobierno valenciano, Ximo Puig, lanza la pregunta “¿Por qué todo está en Madrid?”, uniéndose así a la última ocurrencia del gobierno de España que, una vez más porque esto se lleva diciendo años, propone crear nuevos organismos oficiales para ubicarlos en otras ciudades que no sean la capital de España. Atención al detalle porque es relevante, para no mover los ministerios y demás instituciones ya existentes, la solución es crear nuevos, o sea más gasto.
En cualquier caso, Puig pretende abrir el debate que puede ser infinito, como las matrioshkas o los espejos enfrentados. Es cierto que, en Madrid, como en todas las capitales del mundo se concentra la mayoría del poder político, financiero, empresarial, cultural, social y de toda índole, moda, gastronomía, periodismo, deporte, etc. Por la lógica razón de que aglutina una gran cantidad de población y porque la historia la llevó a ser la capital de España, en parte por su central ubicación geográfica y a partir de ahí se benefició de todo lo que suponía y supone ser el lugar donde residen los poderosos, desde la corona a la política y demás áreas profesionales. Pero si ampliamos el foco al resto de España, cada capital de provincia tiene su propio efecto capital, desde Barcelona que es junto a Madrid la otra gran urbe nacional y europea a Valencia, Sevilla o Bilbao.
En la Comunitat existen colectivos y personas, especialmente en Castellón y Alicante que consideran que Valencia acapara en exceso la representación de lo que es toda la Comunitat, por ser la sede de las instituciones públicas, del Consell, les Corts, el TSJCV o incluso de la propia radio televisión pública. Y la realidad es que tiene todo el sentido del mundo que existan ciudades que concentran y atraen convirtiéndose así en centros de poder y decisión. La realidad es que tiene lógica por puro pragmatismo y racionalidad en los recursos, además de motivos históricos o culturales que tantas veces se dan. La idea de pasarnos el día descentralizando y repartiendo todo con el argumento de la pluralidad no acabo de encontrarle una justificación. España y sus pueblos son plurales como cuando decimos aquello de cada familia es un mundo, hay una diversidad social y cultural que no se opone a una sensata unidad en los órganos de representación pública. Me recuerda un poco a las políticas que impulsaron infraestructuras en cientos de municipios que apenas tienen población en lugar de unificar recursos y servicios por el bien de todos.