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el cudolet / OPINIÓN

¡Por una València menos plástica!

28/11/2020 - 

Al corazón de la ciudad, su centro histórico, ADN de la fachada urbana de la Valentia capitalina, se le puede alcanzar del mil maneras y por múltiples vías de acceso. En mi caso, al ser un ciudadano periférico, el peregrinaje de mi sereno paseo no ronda por hábitos heredados ni por rutinas adquiridas. Más bien es una necesidad vital. Una de las sendas elegida para mi paseo, sin trotar ni cabalgar al galope, es el viejo oeste de Goerlich. Una avenida con la cual me siento muy identificado cada vez que la acecho por una cuestión de sentimentalismo paternal combinado con una buena dosis de melancolía.

El oeste de Goerlich sigue presente, envejecido y sin apenas mutaciones, es empujado por el latido de un comercio y una vecindad variopinta que se resiste al embiste del plástico con la única esperanza de revalorizarse en el tiempo, una vez se ponga a circular sobre los raíles la línea que unirá la Plaza de Brujas con Nazaret “patio trasero marinero”. Gracias a la adaptación de la fachada tras la restitución de las marquesinas, los bajos comerciales y entresuelos, sus luminosos han rejuvenecido ganando mayor empaque y visibilidad.

Lo de convertir otro sector del abanico comercial de la València Central como es la restauración en una frágil vajilla de plástico llega a ser insalubre para la futura historia de la ciudad de València. El centro histórico prácticamente está cerrado al tráfico a motor, si no ponemos en circulación medidas de mayor calado, próximamente será el comercio tradicional quien acabe bajando la persiana. Las tímidas campañas de sensibilización en apoyo al pintoresco comercio valenciano sobre las marquesinas que ocupan las esquinas de las aceras del Cap i Casal, no llegan a tener el efecto ni la incidencia prevista en gran parte de la ciudanía. Hasta los diseñadores de las mismas lo saben. Creo que es causa perdida.

FOTO: KIKE TABERNER 

El pulgar nos está ganando en la batalla comercial por poder comer y vivir a los que consideramos que para la vertebración de la ciudad debe funcionar un comercio personal y especializado, atendido por familias y autónomos. El dorado de este tipo de pequeños negocios suele llegar cuando celebramos la Navidad. Una fiesta cada vez más desnaturalizada en la que algunos intentan hasta cambiar la fecha del natalicio del niño Jesús. Adelantar en el calendario las compras de Navidad es como intentar que el naranjo de frutos en verano o el arroz se coseche en primavera. Alterar el almanaque a base de un desmesurado comercio del pulgar generará un impacto negativo en el planeta mayor que el propio calentamiento global. Eso sin aventurarnos a lo que se nos viene encima, en la no muy lejana era de la robotización.

A todos estos profundos cambios en los hábitos de consumo de una sociedad abducida por la tecnología hay que añadirle la precaria situación que vivimos por la Covid-19, enfermedad que ha inhabilitado dos trimestres de actividad comercial y estrangulado los siguientes a los pequeños que operan con el cliente desde el trato y el contacto humano. Ya que estamos en una era de gran sensibilización con el medio ambiente por una continua lucha para erradicar de nuestras vidas el abuso del plástico, debemos ampliar el horizonte no solo llevando la bolsa biodegradable a la compra, sino volviendo a empezar por reutilizar la loza al servir los platos diarios de los menús en nuestros bares y restaurantes que habitan en el centro de la ciudad.

El abuso del plástico, aunque sea ecológico, nos conducirá al apocalipsis. El comercio urbano, local, familiar, autóctono, autónomo, es humano, no digital, no sigamos los pasos ni las directrices de la banca, que en esto saben mucho, siendo grandes gurús de la nueva normalidad que imponen a sus clientes. ¡Hasta tiene encanto pagar en cash y no con el plástico! El comercio tradicional valenciano es un producto perecedero, de consumo diario por su calidad y bienestar, de cercanía e instalado sobre lo que antes fue huerta. No dejemos apolillar los viejos mostradores de roble para una vez cerrados cubrirlos con una lona de plástico. Por ellos, por nosotros, se acercan unas fechas en las que estos negocios son imprescindibles. Por ello invito a recuperar eslóganes del pasado, pero en la dirección inversa, en vez del más apoyemos el menos. No aboquemos a un final de viernes negro a muchas familias valencianas que llevan varias generaciones levantando las persianas de sus negocios. Maradona ha muerto. La vida sigue...

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