No es por Rocío Monasterio. Ni por Santiago Abascal. Ni por Javier Ortega o Macarena Olona. Los ataques indiscriminados acaecidos cada vez que Vox ejerce su derecho a la participación política como partido están motivados e impulsados única y exclusivamente por el miedo. En el miedo a perder los privilegios económicos y la patente de corso que los grupos antifascistas -que, a su vez, son terroristas- vienen disfrutando en España desde que a los partidos dominantes -PP y PSOE- han hecho de la cobarde genuflexión su deporte favorito en lugar de enfrentarse a la caterva de delincuentes serviles bajo la hoz y el martillo. El miedo a perder las subvenciones como único modo de vida del que disponen y que les permite lanzar una piedra a la Policía con una mano y grabarlo con su iPhone de mil euros con la otra. El miedo a que los verdaderos obreros españoles, los currantes de verdad a los que el Gobierno de Pedro Sánchez les arrebata el pan de la mesa de sus familias a cambio de sortear unas cuantas migajas propagandísticas, los echen de las instituciones. El miedo, el terror, a que Vox evidencie, como ya ocurrió en Cataluña, que más que un partido es un movimiento social de corte patriótico que mira y trabaja por y para el pueblo. Para el trabajador. Porque la miseria solo tiene una cura: el empleo digno. Y porque el virus del socialcomunismo solo tiene una vacuna: la libertad.
El miércoles en Vallecas volvimos a rememorar el asalto cobarde con pedradas desde la distancia que ya se produjo en Sestao, durante la campaña de las autonómicas vascas, y en Vic, en las catalanas. Mismo motivo. El patente e incontrolable terror de los niñatos progres que viven a costa del que madruga. Misma respuesta: templanza y crecimiento ante el odio. No estoy orgullosa únicamente como representante de Vox de nuestros simpatizantes y compañeros que resistieron de forma estoica el aquelarre violento de los comunistas. Estoy aún más orgullosa como española y madre de familia. Porque todos los españoles libres tenemos el deber de hacer frente al terror y señalar con el dedo a todos y cada uno de los culpables de que un partido político absolutamente respetuoso -quizá el que más- con la Constitución Española no pueda celebrar campañas políticas en libertad y respeto o, al menos, el mismo respeto que mostramos nosotros con todas y cada una de las fuerzas políticas adversarias. Porque, para ser catalogados por los grandes medios de comunicación como peligrosos fascistas, hay que ver la limpieza y orden que demostramos cada vez que celebramos mítines o manifestaciones. Ni un policía agredido. Ni una papelera quemada. Nada. Ejemplo de que la caricaturización de Vox no es más que una burda maniobra porque, al igual que con los grupos terroristas antifascistas, muchos medios de comunicación también dependen directa o indirectamente del erario público. Y no, no es casualidad. En absoluto.
Y puesto que es nuestra responsabilidad, mía como española libre, empezaremos a señalar culpables. El primer y gran señalado del asalto comunista de Vallecas es el Ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska. Quizá, hoy, el mayor pusilánime del Reino cuando se trata de cumplir con su labor de garantizar la Ley y el orden. Su único récord conocido es el de mayor número de acercamientos de asesinos etarras a las cárceles del norte. Pero no dimitirá. La izquierda ya ha demostrado en innumerables ocasiones carecer del mínimo estándar de vergüenza exigible para estar sentado en el Consejo de Ministros o en cualquier otro alto cargo de la Administración Pública. No lo ha hecho tras el zarpazo judicial por la separación del coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, que le ha situado al borde de la prevaricación por cesarlo basándose en el único motivo de cumplir con su deber y, evidentemente, no lo hará ahora. Su gestión criminal que puso en peligro las vidas de los participantes en los mítines de Vox en las elecciones vascas, catalanas y ahora en las elecciones a la Comunidad de Madrid dista mucho del ridículo que hizo -por excesivo uso de su incompetencia- cuando bloqueó las calles adyacentes a la plaza sevillana para impedir a los ciudadanos acudir a la rueda de prensa convocada por Abascal. Con total seguridad podemos afirmar que, si los simpatizantes que se quedaron a cientos de metros de su líder, hubiesen llevado pasamontañas y adoquines, les hubiera dejado pasar.
El segundo señalado es, en general, Podemos y, en particular, Pablo Echenique. No sé qué mal hemos ejercido los españoles para tener que soportar que un ser de tan deleznable calaña represente a alguien en nuestra gran Nación. Rezuma odio por cada uno de sus poros y, puestos a ser claros y concisos, también desagradecimiento. España se lo ha dado todo y él, ahora, nos lo quiere arrebatar a nosotros. No se lo permitiremos.
Esta es una verdad incómoda, pero alguien tenía que decirlo.