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reflexionando en frío / OPINIÓN

¿Por qué las autonomías no quieren ser singulares?

15/10/2024 - 

Antonio Gala decía que el secreto de la felicidad es que nada es demasiado importante. Nuestros dirigentes, que aparentemente se toman la vida con filosofía hasta el punto de que descuidan sus labores parlamentarias de legisladores, acostumbran a perder su paz interior por aspectos baladíes e intrascendentes, se inquietan con mera simbología sentimental; me recuerdan a mí cuando virginalmente tenía un mal día cuando perdía mi equipo de fútbol. La madurez te enseña a dosificar metabólicamente ese forofismo de una manera pragmática tomando conciencia de que el resultado final de los partidos no condiciona tu existencia. En esta política futbolizada, nuestros mandatarios caen en una ansiedad dogmática cuando surge un planteamiento discrepante con sus estructuras mentales.

A Carlos Mazón se lo llevaron los demonios, o mejor dicho los fantasmas de los países catalanes, cuando un periodista de El Nacional.cat hizo referencia a nuestra Comunitat como País Valencià. Aquella reacción del president acaparó portadas y su vídeo en redes capturando el momento se hizo viral. Daba la sensación de que hasta el propio Mazón buscaba ese momento, ese pecho ensanchado sobre el que ondeaba su orgullo regional. Evidentemente entiendo su defensa del Estatuto de Autonomía, es lo que se espera en la máxima autoridad de la Comunitat. Sin embargo, creo que es exagerado ponerse tan purista con las nomenclaturas. Todos sabemos, y el que no lo sepa se lo digo yo ahora, que la denominación de país no hace referencia literal al sentido nacional de la palabra, sino que se trata más bien de una identidad simbólica del territorio. En otros lugares como León se utiliza la exaltación emocional del País Llionés y nadie piensa ni por asomo que el que pronuncia ese alegato esté intentando montar un nuevo procés. Todo sería más sencillo si se conociera la historia no sólo de España sino de una Europa que no emprendió su unificación en espacios nacionales hasta finales del siglo XVIII; es estéril pretender volatilizar las diferentes sensibilidades territoriales presentes en España.

Entre esos vértigos al cruzar por la cuerda de los funambulistas que establecieron los lindes del mapa autonómico, parece haber cierto respeto a las posibles consecuencias de una singularidad en Cataluña: la compensación con el establecimiento de una España Federal. Invocando a los clichés de los antecedentes de la historia muchos se imaginan a un Felipe VI guillotinado; no entiendo qué incompatibilidad hay en que las Comunidades Autónomas se autogestionen con mantener la monarquía parlamentaria. Creo que el miedo floreciente entre muchos presidentes autonómicos a que el destino de sus conciudadanos dependa únicamente de su destreza tiene más que ver con que no le puedan echar a nadie la culpa de su incompetencia que a ofensas sentimentales. Aunque no lo parezca, el gobierno de Pedro Sánchez ejecutó uno de los actos de campaña más astutos en Cataluña cuando cedió meses antes de las elecciones la competencia de los Rodalies al Govern de Pere Aragonés y su gestión fue más que deficiente. Ya no podían echar la culpa al gobierno central desde instancias secesionistas del caos ferroviario. En el momento que las autonomías sean las que se guisen lo que se coman nadie podrá echarle la culpa al dueño de la franquicia de que en un restaurante concreto de un franquiciado los platos están sosos. Perderán esa red de seguridad de pasarle la patata caliente a la instancia superior, todo, para bien o para mal estará en sus manos.

¿Hay alguien a los mandos?  

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