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la nave de los locos / OPINIÓN

El porvenir es de los barbudos

Foto: ALBERTO ORTEGA/EP

El afeitado empieza a ser cosa de carcamales. Lo que se lleva es dejarse barba. Hay una eclosión de barberías. Todo aquel que se precie de moderno ha de renegar de la cuchilla. Pena dan los barbilampiños.  

9/01/2023 - 

Mi único buen propósito para el año nuevo es dejarme barba. No es dejadez, que conste. Podría también tatuarme y apuntarme al gimnasio, hacerme las uñas si fuera mujer, pero lo dejaré para 2024, año en que me veré con más fuerzas.

He decidido no afeitarme más mientras tomo un café en el Gran Casino Pascasio Quílez de Tarazona de la Mancha, donde curiosamente todos los hombres van rasurados. Son tristes excepciones a la regla. Si uno quiere pasar por hombre actual, contemporáneo y fieramente moderno, ha de presumir de barba. Es el signo de estos aciagos tiempos.

“La barba se ha hecho transversal, ya no es un monopolio de las izquierdas; es acaso lo único que nos une a los españoles”

Soy observador y, allá donde voy, me tropiezo con un barbudo. La barba se ha hecho transversal, ya no es un monopolio de las izquierdas; es acaso lo único que nos une a los españoles, junto con el sorteo del Gordo de Navidad. Lamentablemente, el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición conservadora tiran aún de cuchilla. Sorprende esta resistencia numantina a no afeitarse. Quizá la proximidad de las fatídicas elecciones —fatídicas para uno de los dos— les haga cambiar de idea para complacer al numeroso electorado barbudo.

El rapero puertorriqueño Anuel AA. Foto: ANUEL AA

Una prueba inequívoca de que Putin perderá su guerra y el cómico Zelenski la ganará es que el primero se rasura los carrillos de su rostro embotado, y el segundo se dejó barba al tiempo que se enfundaba una camiseta verde caqui para mantener alta la moral de combate del pueblo ucraniano. También en la guerra, como en la vida, los detalles te salvan o te condenan.

Sumisión de Occidente al Islam

Si lo pensamos bien, la pandemia de barbas anticipa la sumisión de Occidente al mundo musulmán. Ya escribió algo de esto el hilarante e hiriente Michel Houllebecq. Es natural que comencemos a imitar a los mahometanos porque cada día son más en la vieja y decadente Europa. En dos o tres generaciones serán mayoría, y ya veremos qué pasa. Parece que el espíritu de Tarik se tomará la revancha siglos después. 

Aun en estos tiempos inciertos, me atrevería a asegurar que el futuro es de las mujeres y los barbudos. No mencionaré también a las mujeres barbudas, beneficiadas en teoría por su doble condición, porque sería una broma de mal gusto atacar a esta minoría digna de todo aprecio y consideración, y podría constituir un delito de odio, castigado con una pena más severa que la malversación.

El autor del artículo posa, la semana pasada, con su barba incipiente y encanecida.

Ahora que llevo una semana hundiendo las acciones de Gillette, una semana que las cuchillas de afeitar no encuentran el cariño de su dueño, he de tomar una transcendental decisión: qué barba dejarme. El estilo define la personalidad, y el estilo —lo sabemos quienes hemos leído al conde de Buffon— es el hombre. Imprime carácter, abre y cierra puertas y te distingue de la masa.

Tengo el precedente de haber sido barbudo dos veces en mi vida. Parecía el abuelo de Heidi pero con mal humor. Me puse media docena de años encima. En mi situación actual, una barba me podría ser de suma utilidad para prejubilarme antes de la quiebra del sistema de pensiones, y así huir del suplicio de enseñar, cada curso, La casa de Bernarda Alba a mis queridos alumnos lorquianos.

La barba majestuosa de nuestro Felipe VI

Dispongo de un gran abanico de barbas para escoger y no sé por cuál decidirme: la majestuosa de nuestro rey Felipe VI, la melancólica de Benzema, la asiria de Santiago Abascal, la integrista de los Hermanos Musulmanes, la pandillera de Anuel AA, la intelectual de Marco Aurelio o la inclusiva de un profesor de instituto. Tengo claro las que me desagradan: las barbas subvencionadas de Pepe el del Fular y Unai el Sordo, la gafe del joven Casado, la de petimetre de Rufián y, por extraño que parezca, la del actor turco Kerem Bürsi, que es un quiero y no puedo.

Clientes pasan la mañana en el Gran Casino de Tarazona de la Mancha.

Lo más prudente sería acudir a un estilista para dejarme aconsejar. En una de las miles de barberías abiertas en València —hay tantas como clínicas dentales y salones chinos de manicura— me asesorarán con sumo gusto.

Sólo me queda una duda. Como los tiempos cambian una barbaridad, espero no haber llegado también tarde a esta moda. Todo podría ser, y que el bigote a lo Galliano fuese ahora lo más entre los snobs. Hasta Brad Pitt, en su última película Babylon, lleva mostacho. Esto me da que pensar.

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El mal de no afeitarse está más extendido de lo que imaginaba. El jefe del Estado es barbudo como también lo es el presidente esfinge. Pero hay más. Si Rafael Ferrando y Bruno Broseta, dos hombres a los que se les presuponía una trayectoria intachable, se han dejado de rasurar, es que todo está irremediablemente perdido  

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