El veterano actor cumple sobre las tablas del Teatre Principal de València medio siglo de profesión. En esta ocasión, en la primera cita de la gira de un montaje que ha adaptado del clásico Juan Cavestany y que dirige Andrés Lima. Las críticas hablan de "inmensa", "memorable" y "soberbia" producción
VALÈNCIA. Locura, venganza y muerte. Josep Maria Pou se desfondará en el Teatre Principal de València desde este jueves y hasta el domingo –19 á 22 de abril– con una obra "a la altura de Shakespeare": Moby Dick. Lo dice él, pero antes fueron otros los que apuntaron al "milagro" literario. Así lo calificó Harold Bloom, crítico de críticos literarios y el shakesperólogo más reputado. Borges lo elevó también hasta Shakespeare o La Biblia y Ray Bradbury fantaseó con la posibilidad que el autor de El Rey Lear hubiera escrito Moby Dick "utilizando a Melville como tablero de güija".
El capitán Ahab –protagonista de la obra– describe a lo largo de casi 1000 páginas su camino hacia el suicidio. En este caso, Juan Cavestany es quien firma la adaptación de un texto que ya trataron de interpretar gigantes como Orson Welles. La diferencia entre el dramaturgo que ganó un Max por Urtain y el director de Ciudadano Kane es que el segundo se arruinó en Londres y Nueva York con la hazaña, mientras que al director de Gente en sitios o Vergüenza le sujetan tres meses de lleno total en el Teatre Goya de Barcelona.
Desde allí llega Moby Dick a València para iniciar una gira que, a estas alturas, tiene cerrado su trabajo hasta mayo de 2019 con apenas un parón durante el verano. La crítica se ha rendido con panegíricos dedicados a los cuatro bastiones de esta adaptación imposible (en apenas hora y media): Pou, que a sus 74 años de vida y 50 de oficio se entrega físicamente en un papel que cruza la cólera y el ingenio; a Cavestany, porque han sido muchos los marineros de la dramaturgia que no han llegado a la orilla; a Andrés Lima, posiblemente el director más deseado de teatro en España y cuyo montaje de efectos, proyecciones de alta definición y música con un coro de 40 hombres le arropan; por último, Moby Dick y Hermann Melville, como mitología y autor "al máximo nivel narrativo".
Pou así lo afirma y es consciente del esfuerzo que ha albergado esta producción: "esperábamos poder contar con una serie de nombres necesarios para hacer este proyecto. Hubo que esperar para que estuviéramos todos, nada menos de 12 años... además de descartar algunas propuestas por el camino hasta alcanzar lo que el público podrá ver durante los próximos días en València". Con medio siglo de carrera a sus espaldas, afirma que su mejor trabajo siempre es "el último" ya que acumula "toda la experiencia" que en su caso es escénica, de radio, televisión y cine y –a estas alturas– como actor, director, productor y gestor cultural.
La ambición es máxima y su exigencia mucha. En una distendida charla con el público durante la tarde del miércoles, admitió su "inocencia a la hora de decir que sí al proyecto. Como muchos, conocía Moby Dick de la versión juvenil que pude leer cuando casi era un niño. Sin embargo, esas versiones solo se quedan con el libro de aventuras. Tampoco ha cogido excesivas referencias del trámite audiovisual que ha surcado el trabajo de Melville, cuya principal fotografía en el imaginario colectivo es el trabajo de Gregory Peck para John Huston (1956).
Pou valora "los juegos internos del texto que ha logrado Cavestany con la obra. Para quienes la conocen a fondo, es una delicia descubrirlos sin que eso interfiera en la evolución para el resto de la audiencia". Admite que trabajar con Lima era "una garantía", pero todavía se muestra sorprendido por el impacto grandilocuente de su producción y de la reacción del público. Un público que se mantiene constante en su pensamiento una vez más, como repasó con incontables anécdotas íntimas en la charla Confidències regalada al público fiel que le sigue y que llenó el hall del Teatre Principal de València.
El actor, que otorga un gran valor a su experiencia por la que transitan Sócrates o El Rey Lear entre muchos, dice que su interpretación del capitán Ahab es "teóricamente es la mejor" que ha hecho. Una vida llena de personajes y ficciones a la que le otorga su propio carácter: "crecemos como personas gracias a los personajes que interpretamos, además de como actores. Si juntamos estas dos cosas, teóricamente Moby Dick es lo mejor que he hecho".
Ambición, deseo de venganza, obsesión y, finalmente, la locura. Estados de ánimo sostenidos por texto, montaje y dos marineros –aunque interpretan a varios del escrito original– en la manos de Jacob Torres y Oscar Kapoya. Ellos acolchan momentos de nieblas y humo, de las voces del coro que generan hondura y épica a la producción y las aportaciones multimedia de un montaje que podría considerarse "pequeño" en comparación a la también recordada gesta de Vittorio Gassman estrenada en el puerto de Nápoles con 50 actores (visitó la Expo de Sevilla en 1002).
Ahab lleva a Pou a términos "excesivos" y su entrega "total" le ha llevado de dormir seis horas -confiesa– a unas plácidas "nueve horas, que sientan muy bien". Grandes descansos por una función que, admite, tuvo dudas de poder completar en sus tres meses sin interrupción de Barcelona. Un viaje trágico para un personaje que "vuelve a soñar una y otra vez con su propia muerte" y cuya respuesta irracional a la pérdida de su pierna en las fauces de una ballena blanca le lleva a creerse en una lucha de igual a igual con ella (y a engañar a toda una tripulación para una causa imposible).
La tensión y la intensidad de la interpretación y el montaje contrastan con las mieles de crítica y público que Pou admite "con humildad, pero sin falsa modestia". Un Moby Dick que dará mucho que hablar en el presente y el próximo año.