El liderazgo de Bonig se sustenta en un respaldo de Génova apadrinado por Barberá y en concesiones a las direcciones provinciales. La ola de la Operación Taula pone en entredicho el débil statu quo de la formación popular
VALENCIA. El PPCV se busca a sí mismo. La Operación Taula, pese a la ingente información que se había publicado en los medios de comunicación referente al llamado caso Imelsa, ha parecido coger a pie cambiado a la organización popular. Estupefacción, indignación y manos a la cabeza han sido algunas de las reacciones de los cargos del partido y, especialmente, de las bases de la formación. Por otro lado, la explosión en la organización local por la presunta trama de blanqueo previa a las elecciones municipales del año pasado ha terminado de romper la siempre ordenada estructura de los populares valencianos, que ha visto cómo hasta 50 personas, entre concejales y asesores, se encuentran investigadas.
Los acontecimientos han tenido respuestas en todos los ámbitos del partido, aunque no son pocos los que discuten si éstas han sido las adecuadas. Desde la dirección regional, Isabel Bonig se ha comprometido a demandar a los condenados por corrupción. En la cúpula provincial; Vicente Betoret ha designado como número dos al exdiputado Vicente Ferrer y ha apuntado a cambios en la dirección del partido. En Madrid, se ha ordenado la disolución del PP local de Valencia y la conformación de una gestora. Además, el PPCV ha procedido a la suspensión cautelar de los investigados, entre ellos el presidente local y portavoz del grupo municipal, Alfonso Novo.
Pese a las medidas, este terremoto interno no es gratuito para los que ahora lideran el partido. Isabel Bonig había conseguido sacar pecho con la leve mejoría de los resultados en las elecciones generales. Aunque no era para tanto, los más acérrimos y advenedizos a los nuevos liderazgos ya apuntaban a la pronta consolidación de la exconsellera como todopoderosa referente del PPCV. Si bien ningún caso le afecta personalmente, la posición no es cómoda. Días atrás, Rita Barberá se deshacía en elogios sobre Bonig, asegurando que estaba firmando “un acierto tras otro” en su puesto, palabras que la líder regional acogía con satisfacción, conocedora de que ése es un apoyo fundamental a ojos de Madrid.
Ahora, sin embargo, a la presidenta del PPCV ya se le pregunta si Barberá debería dejar el escaño en el Senado por lo que está ocurriendo. Este es precisamente uno de los problemas del partido: la inestabilidad existente por actuaciones acometidas en el pasado que, ahora, afectan a los dirigentes actuales. Unos dirigentes que, conviene recordar, estaban en muchos casos en puestos de máxima responsabilidad mientras los presuntos delitos se estaban produciendo.
Es por ello que, a día de hoy, Bonig vuelve a estar en la casilla de salida. Todo lo que haya podido avanzar ha servido de poco. Su futuro en el partido depende, en primer lugar, de no verse salpicada en ninguna investigación (fue consellera de Infraestructuras de 2011 a 2015 y número dos del PPCV en 2014 y 2015). En segundo lugar, sus posibilidades también pueden depender tanto de que la influencia de Barberá permanezca como de la continuidad de Mariano Rajoy. En cambio, si el socialista Pedro Sánchez consigue ser investido presidente del Gobierno todo apunta a que se abrirá una guerra en el partido en el ámbito nacional que, probablemente, se extendería a las regiones. Entonces, Bonig puede tener más problemas para mantenerse y será vital cómo juegue sus cartas en el cónclave nacional.
Pero la situación es todavía más compleja. Las alianzas tejidas por actual presidenta regional no parecen excesivamente resistentes. El apoyo de presidentes provinciales como Javier Moliner en Castellón o el propio José Císcar en Alicante podría ponerse en cuarentena en cualquier momento. Ambos apuntan a salir indemnes -o al menos no salpicados- de la investigación concreta que ha removido los cimientos del PP: de hecho, Moliner escribía este sábado un artículo de repulsa en el periódico Mediterráneo.
En cuanto al líder provincial de Valencia, Vicente Betoret, tiene sus propios problemas: su proximidad a Alfonso Rus -aunque nunca estuvo en la Diputación- y la de buena parte de la actual dirección del partido, resulta complicada de gestionar. En cualquier caso, si consigue estabilizar al PP de Valencia, tampoco nada garantiza que aúne sus fuerzas a las de Bonig en un futuro a medio plazo.
Todo ello con el escándalo que implica la disolución del PP local y la implantación de una gestora para un partido de las dimensiones de la formación popular en la capital. Las bases reclaman ser escuchadas y cada vez se insiste más en una refundación de abajo hacia arriba del partido, ya no solo en el Cap i Casal, sino en todos los escalones de la formación popular.