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el muro / OPINIÓN

Pura contradicción

Foto: KIKE TABERNER
29/05/2022 - 

Vivimos en una sociedad de contradicciones. Queremos salvar mercados de barrio, pero los ahogamos económicamente. Deseamos salvar el pequeño comercio de proximidad, pero también los cargamos de impuestos e imposibilidades. Ahora estamos llenando la ciudad de nuevas marquesinas y elementos para carteles publicitarios y de paso poder rascar algo cuando el objetivo político inicial era absolutamente distinto. Con ellos tapamos fachadas de comercios. Y lo peor, nos hablan continuamente de sostenibilidad y amabilidad urbana, pero estamos convirtiendo la ciudad en auténticos espacios ásperos donde está permitida una movilidad agobiante, pero con el riesgo de arruinar el patrimonio y convertir en inviable la circulación desviada hacia el centro de esta misma ciudad llamada Valencia, levantada en obras y que si algo parece que puede conseguir es agitar a los ciudadanos, Es cultura de imposición.

El mejor ejemplo de ese caos urbano es el pleno centro de la ciudad. Han desviado el tráfico rodado por obras en la Plaza de la Reina, pero al mismo tiempo hemos convertido la antiguamente denominada Milla de Oro, la zona más cara de Valencia y donde se ubican los comercios exclusivos, en un sin vivir donde todo es tráfico dirigido al mismo centro y un foco de polución que afecta a un maravilloso patrimonio como es el propio Museo de Cerámica González Martí. Sobre todo su portada de alabastro, de los Vergara, manual de Arte; o por ejemplo la iglesia de San Juan de la Cruz, originariamente una de las primeras fundadas tras la conquista de Jaume I,. Porque por aquella corta y estrecha calle que une las vías del Marqués de Dos Aguas y Poeta Querol tenemos un buen puñado de elementos declarados Bien de Interés Cultural (BIC) que en algún momento habrá que limpiar y ordenar después de la polución que va llenando sus rincones. Y el Consell de Cultura, callado.

Así que, mientras recuperamos y peatonalizamos la Plaza de la Reina, que está muy bien, hemos decidido saturar la más bonita calle de Valencia, como es la Calle de la Paz y de paso Poeta Querol y la del Marqués de Dos Aguas. Más de cuatro paradas de buses municipales y no sé cuantas líneas de paso ordinario conté el otro día. Una barbaridad para apenas 500 metros. Además, también una parada estable del Bus Turístico, otra parada inmensa para cruceristas, no sé cuantas de taxi, zona azul atiborrada, contenedores de obras y un solo carril de circulación repleto. Faltaba llegar al Teatro Principal para volver a empezar este disparate urbano y circulatorio que si algo no hace es pacificar el denominado centro de Valencia sino más bien crucificarlo.

 Museo de Cerámica González Martí. Foto: EVA MÁÑEZ

Por lo que voy viendo en estos últimos años de obras sin freno ya que se acercan elecciones, pero sin que algunas se entiendan en su totalidad e igual son muy necesarias o absolutamente dispensables, aquí se avanza a golpe de decisión unilateral, según el partido que la adopte A cada uno/a se le ocurre una idea y allí que va. Como se hace en la Milla de Oro o el propio centro. Pues no presenta el propio Palacio del Marqués de Dos Aguas, el Museo más visitado de nuestra ciudad, un estado necesitado de una buena lavada de cara tanto exterior como interior y sufre graves carencias de personal.

Me gustaría saber cuántos vehículos circulan al día por allí y colapsan de paso durante todo el día la calle Pascual y Genís que posibilita el acceso a una calle de Colón que se atiborra de desenfreno dada su reducción de carriles y de un peligro que han tenido que venir de fuera para explicarnos. Me pregunto quién aconseja a nuestros “expertos municipales” de circulación del caos en que se ha convertido el centro pero que nadie entiende: ni paseantes, ni motoristas, ni taxistas ni autobuses urbanos y donde los ciclistas y patinators van a la suya.

Lo que me preocupa es que desde el punto de vista urbano avanzamos a una hipotética pacificación rodada que va a reventar el centro urbano pero sin un plan claro de actuación. Menos aún explicado. Si por alguna de aquellas cambia en el futuro inmediato el Gobierno municipal podemos vernos abocados a un desastre de magnitudes mayúsculas. Así que, tengo mis serias dudas, tantas como el dolor de cabeza que me dan las obras en mi céntrico barrio.

Calle Colón de Valencia. Foto: KIKE TABERNER

Esta semana pregunté a los operarios a qué son debidas, pero ninguno de ellos supo explicarme el cómo, porqué y hasta fecha de conclusión. Y mira que es fácil. Estoy metido de repente en una ofensiva obrera sin tregua entre maquesinas de bus y mupis publicitarios que se colocan a la puerta de una farmacia o a la de un bar, o en la que las terrazas de uso y crobo municipal se comen los bancos de descanso en medio de un auténtico descontrol urbanístico que ni siquiera los propios vecinos entendemos. Ojo, seguramente estará muy bien, pero aquí vivimos todos y pagamos impuestos generosos aunque no limpien alcorques y menos aún supuestos jardines de macetero de saldo.

Eso no es construir ciudad sino campar al gusto del edil de turno que no parece tener muy claro ni haber presentado todavía un plan urbanístico global al que hemos de enfrentarnos.  Así nos va. No hacemos ciudad, más bien la improvisamos.

Por cierto, tanto mobiliario urbano de nueva planta siempre resulta sospechoso.

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