El futuro de nuestra RTVV ha encallado. No sé qué pensarán bancos suizos, españoles, alemanes y luxemburgueses, entre otros, sobre lo que se cuece. Más de uno debería de realizar estas próximas semanas recogimiento frente a la carta de ajuste
Esto corre rápido. Tan veloz que, como nos descuidemos, en unas semanas estamos de nuevo votando o botando, aunque sin cámaras propias que lo retransmitan en directo. En caso de enfrentamos a lo primero será porque el sistema, y quienes lo manejan camino de nuestro extenuante calvario, han fracaso en toda su extensión, que ya es como para disolverlos con sulfúrico. Si es por lo segundo, se debe a que estamos radiantes y felices imaginando que nos van a “regalar” días de tranquilidad, lo que significará dejar de estar sometidos a discursos interesados por mucho que nos quieran convencer de lo equivocados que estamos.
A la fiesta estaban partidos políticos y personajes satélites a ver si con un poco de suerte alcanzaban sus cuotas de poder para convertirnos en futuros y reafirmados telespectadores autonómicos. Sin embargo, lo que sugieren en mi comuna de campistas -lo digo por quienes compartimos camping, no por aquellos que van camino del banquillo en AVE o en fila india como si en la frontera de Arizona buscaran una licorería- es que, a la sociedad española en el fondo ya le interesa muy poco lo que observa a su alrededor. Lo están consiguiendo. De otra manera estaríamos de manifestación nonstop.
Lo único comprensible hasta el momento es el guirigay nuestro de cada día donde resultan más importantes las estrategias individuales que el interés general. Para algo las mismas teles nos reparten doctrina ecuménico política y a medianoche disloque, aunque hayan contado o cuenten con el respaldo público. Nos faltaba la nuestra, la autóctona, para terminar de arreglar el teatrillo, que es como algunos denominan ahora “pactos”, “acuerdos” y supuestas “negociaciones” políticas. Y es que primero sacaron la bolsa de caramelos y una vez retratados los invitados se suspendió el cumpleaños.
Aún así, ya tenemos sobre el papel la denominada Corporación Valenciana de Medios de Comunicación (CVMC), siglas, nueva rejilla en pruebas y como era de esperar un vivo ejemplo de desencuentro político. En resumen, lío, que es lo realmente nos pone. Puro espectáculo. http://valenciaplaza.com/rtvv-un-fracaso-tal-vez-constructivo
Para comenzar, lo importante, como ha quedado bien demostrado políticamente, ha sido el reparto de lo nuestro, la cuota de poder correspondiente. Nos han regalado un buen show. Hacen bien yéndose de vacaciones. De seguir en lo suyo no hubieran acabado nunca. Aunque eso sí, nos han tenido distraídos un buen rato. Este precedente con forma de complejo desencuentro tiene un gran peso político social. Que cada uno se cuelgue su medalla o se la arranque de la casaca. Pero no ha sido edificante.
Desdramatizando que ya toca, lo realmente importante es que nadie nos ha explicado todavía, más allá del reparto de sillones, consejos y familiares cercanos, qué nos va a ofrecer esta nueva CVMC al margen de la consabida coletilla de calidad, proximidad e identidad propia. Y lo que nos va a costar. Sin olvidar lo que nos reclaman todavía bancos españoles, alemanes, luxemburgueses...
Por ello, el auténtico debate en mi camping -allí no “entienden” nada relacionado con la política- no está en saber quién controlará el nuevo Consejo de Administración del ente o sus afinidades personales por mucho que los gabinetes de imagen repliquen sus respectivas valencianías de raíz, o si algún familiar tendrá influencia suficiente para contentar a todos.
Lo que en realidad preocupa a mi peña es saber cuántas películas de vaqueros almacenadas, teleseries o temporadas de Pokémon, tan de moda con el marketing y la manipulación intelectual más burda o inteligente que se ha visto en mucho tiempo con el respaldo desinteresado de las televisiones privadas financiadas con lo público, vamos a engullir de golpe. También, quién nos dará los buenos días tras la carta de ajuste. O despedirá la jornada con unos ejercicios de estiramiento muscular. ¿Será quizás un turno rotatorio a pactar? No me extraña que algunos se definan asustados por las circunstancias. Mis campistas lo están si haber pactado aún las rondas de este mes.
Estos prejubilatas que atornillan mi cerebelo con sus dudas existenciales en torno al control del mando a distancia es si tendremos una propia Mariló que cada 9 de Octubre nos haga sentir más autóctonos, más propios y diferentes. Ese es el debate real de nuestra ciudadanía. Conocer en profundidad si tendremos cotilleo los viernes por la noche, si “echarán” fútbol los sábados o si el erotismo enlatado nos dejará relajados tras l'Oratge. En resumen: ¿Contaremos con una paella ucraniana contemporánea -lo de Rusa es actualmente imposible por las circunstancias geopolíticas- acorde a nuestra realidad social y económica?
Quizás es que después de tantos meses fundidos en negro habíamos olvidado que la televisión siempre ha sido puro espectáculo, aunque en este caso algunos de nuestra Cámara autonómica se hayan adelantado al comienzo de las emisiones robando protagonismo a las futuras caras de nuestro inminente star system.
Para mis atorrantes amigos de tertulia estival ese es el único y auténtico debate, lo verdaderamente sustancial. Por ahí deberíamos de haber empezado antes de prometer, hipotecar o dinamitar cargos. Si se trata de contar con una simple televisión más ya tenemos suficientes en el mando a distancia. Muchísimas, añadiría, con los nuevos canales temáticos incluidos. Todos esos que a los compiyogis nos tienen abducidos con sus herreros perfeccionistas, compradores de trasteros, pescadores lunáticos, lectores repetitivos de noticias intrascendentes, diseñadores de espacios imposibles, batallas de pastelería, limpiadores compulsivos y debates en profundidad sobre el artisteo más rancio y raquítico.
Preparen un otoño desnaturalizado como las más que seguras madrugadas de nuestra nueva RTVV. Y como al final casi todo suele acabar en familia apunten en su lista el nombre de Silvia Jato, una nada desdeñable futura opción política a directora general de la CVMV gracias a sus vinculaciones sentimentales, en caso de un futuro cambio de color político en nuestro gobierno. Nada ha de ser considerado imposible. Hasta continuar sin televisión propia.
Para empezar no hay ni uno. Además, era más impensable cerrarla. Y así terminó sin ni siquiera necesidad de que Montoro lo reclamara en voz alta, como nos exige ahora con las empresas municipales fantasmas de las que muchos no saben ni de su existencia. Y de empresas públicas vinculadas a lazos familiares y/o enfilados por aquí hemos conocido más que nadie. Echen cuentas. Y muchas ni se pueden disolver por el inimaginable entramado creado para garantizar existencia, resistencia, nómina y lo que hiciera falta.
Por cierto. Ya que todos reclaman lo suyo, a mí que no me toquen la Teletienda. ¡Hasta ahí podíamos llegar!