A punto de cumplirse nueve años de su inauguración, el mirador sigue degradándose ante la inacción del Ministerio de Fomento y el Ayuntamiento de València
VALÈNCIA. Se la conoce como la rotonda más cara de España. Por su coste, más de 24 millones de euros, puede que lo sea. Por su rentabilidad, nula, y su amortización, inexistente, tiene derecho a una posición más elevada, a que sea emblema de despilfarro y estulticia administrativa a nivel continental. Desde su nacimiento, la torre Miramar ha hecho números para ser considerada como la obra pública más descabellada, como mínimo, de la ciudad. No está mal para un complejo que, además, es la puerta norte de València, la primera imagen que saluda a las personas que llegan por carretera desde Europa.
Este 19 de junio se cumplirán nueve años desde que la inauguró el entonces ministro de Fomento José Blanco. El Gobierno de España de Rodríguez Zapatero cedía a la ciudad el túnel que daba servicio a la conexión vial de la Ronda Norte de Valencia con la autovía V-21. El complejo incluía las infraestructuras anexas, con dos glorietas. La primera, y más cercana a la ciudad, tiene 40 metros de diámetro y ordena el tráfico con origen o destino en la antigua ronda de tránsito. La segunda distribuye los tráficos de conexión del interior de la ciudad con la Ronda Norte, avenida de los Naranjos y la V-21.
Como emblema de todo el conjunto resaltaba la denominada Torre Miramar, de 45 metros de altura, con una plataforma mirador con una capacidad de 160 personas. Precisamente la torre era lo que había encarecido la obra con un sobrecoste del 40% sobre lo presupuestado, hasta llegar a los 24 millones antes citados. Por si fuera poco se da la circunstancia de que la torre, considerada como uno de los edificios más feos de la ciudad, no estaba contemplada inicialmente en el proyecto. Como quiera que la cesión suponía costear su mantenimiento, la entonces alcaldesa, Rita Barberá, decidió no aceptar el presente ministerial.
Durante tres meses la torre estuvo abierta al público y fue así como se supo que su nombre era poco menos que una broma de mal gusto porque desde lo más alto de la cúspide, desde el mirador, no se podía ver el mar. Mirar miraba al infinito. El ascensor falló en los primeros días. La torre fue después cerrada y en los últimos años sólo han accedido a su mirador aquellas personas que practican exploración urbana. El resto sólo han podido contemplar desde fuera su lento y paulatino deterioro, asistir impotentes a la degradación de las estructuras y el entorno.
Desde Ciudadanos su concejal Narciso Estellés lleva reclamando tiempo que el Ayuntamiento de València recepcione la obra para que alguien al menos se haga cargo de ella, ante la inacción del Ministerio de Fomento. Así lo insistirá en la comisión de Desarrollo Urbano, Vivienda y Movilidad, a la cual llevará una nueva moción en este sentido. En su exposición de motivos lamenta que “lo que estaba destinado a ser el acceso norte de la ciudad es hoy un paso inferior de vehículos (…) en pleno abandono” y en un “estado lamentable”. Por ello urge al Ayuntamiento a que realice “de manera inmediata y sin más dilación” las gestiones necesarias ante Fomento para que se subsanen las deficiencias del conjunto y se agilice la recepción de la obra cuanto antes.
Para Estellés no hay un único culpable de esta situación. “Entre el gobierno del PP, antes el de Rodríguez Zapatero, el ayuntamiento de Barberá y ahora el del tripartito, han conseguido que lo que estaba destinado a ser un acceso distinguible sea hoy un paso inferior de vehículos, una torre y un entorno en pleno estado abandono. Bastante tienen las personas que llegan y salen de Valencia con sufrir los atascos en la V-21 que además se encuentran a su entrada el paradigma del ladrillo, la especulación y el despilfarro”, comentaba este lunes.
Llena de grafitis, con las fuentes fuera de uso, rodeada de basura y de malas hierbas, la Torre Miramar parece más propia de un escenario apocalíptico que un espacio por inaugurar. Una situación de abandono injustificable, según cree el presidente del colegio de Arquitectos de la Comunitat, Mariano Bolant. “Es evidente que hay muchas cosas pendientes, pero una degradación de este tipo por abandono no debería permitirse”, aseguraba a Valencia Plaza. “Si hubiera posibilidad de recuperarla y mejorarla, sería interesante”, añadía; “puede reconvertirse, modificarse o alterarse… todo cabe con que haya un objetivo, pero el abandono no es la solución”, apostillaba.