Tenemos cambio de Gobierno. Esperamos y deseamos muchos gestos. También nuevo discurso, aunque cuando se alcanza el poder nadie acaba sabiendo nada. O descoloca. Este nuevo Gobierno progresista tiene una gran responsabilidad
VALÈNCIA. La exclusiva de Valencia Plaza que nos ha permitido ser testigos directos de cómo eran los entresijos de la Fórmula 1 lleva a creer que quienes gobernaban no lo hacían, o continúan justificando su irracional “ceguera”. Resulta complicado creer que todo un ex President no se enterase de nada ni tampoco le informaran sobre este costosísimo proyecto y agujero contable que si bien nos puso en el mapa durante las horas de duración de las carreras, también en el punto de mira.
“No me informaban”, sueltan de norte a sur y centro los ex políticos y ex banqueros que pasan ahora por los tribunales. Razón extrema para desconfiar todavía más de estos años de happy hour y una gestión que pone en entredicho las supuestas verdades que nos contaban desde tribunas parlamentarias. Por tanto, nuestros gobernantes no gobernaban o no estaban capacitados para ello. O ambas cosas.
Cuando alguien toca el poder, escuchaba decir a un estratega político con motivo de la moción de censura, es consciente durante sus primeros años de Gobierno de una realidad próxima o idealizada. Después se ausenta en sí mismo. Deja de percibir hasta su propia verdad, aunque crea que le acompaña como sombra. Cree ser un ente superior tocado por la gracia divina.
Todo es creíble. Más bien, todo es verdaderamente posible. Hasta que el tiempo deja a uno frente el abismo. Termina pasando siempre lo mismo. Revisen la Historia. Llega un momento que ni escuchan. Ni tosen. Permanecen embalsamados.
Así que tenemos una hipoteca más sin que nadie se haya enterado, aunque las cuentas de la Generalitat sean anualmente auditadas y los mecanismos de control, tanto de la Sindicatura de Comptes como de la Intervención, alertaran y alerten continuamente de desviaciones, errores, dudas y fallos o lagunas de gestión para su corrección. En cada autonomía, con sus propios controles. Sin embargo, en este país nadie se ha enterado de nada. Ahora forman parte de una “supuesta” realidad sistémica. Simplemente, pasaban por allí por una cuestión de urna o prestigio.
Esta semana se adelantaba parte de un estudio realizado por las universidades de Barcelona, Girona, València, Cantabria, Complutense de Madrid, Tenerife, Sevilla, Málaga y Alicante para la Asociación de Geógrafos de España (AGE) que cifra en 80.000 millones de euros el dinero público gastado entre 1995 y 2016 por Estado y autonomías en infraestructuras, equipamientos y obras que han resultado "innecesarias" y que, a menudo, han sufrido cuantiosos sobrecostes, según estimaba el presidente de AGE Jorge Olcina. Éste destacaba que se trataron de actuaciones que no deberían haberse realizado ya que han carecido de uso. Se refería a carreteras de titularidad estatal, aeropuertos adjudicados después a bajo coste, estaciones inútiles, piscinas climatizadas, desalinizadoras o centros culturales. Nadie se enteraba. Las infraestructuras crecían solas como hongos o maleza. Aunque después se inauguraran de forma tumultuosa. Tampoco preguntaban qué era aquello y cómo se financiaba. No estaba en el guión. Era algo espiritual.
Más tarde nos recordaban que no existía dinero para subir las pensiones o terminar centros educativos, aumentar las becas, invertir en investigación y ciencia, como han vuelto a reclamar los científicos que han participado estos días en los Premios Jaume I, o a reducir cualquier tipo de tasa impositiva.
Si quieren ejemplos próximos, piensen en las obras que se están realizando en el Ágora para darle un uso real después de años inaugurada, el abandonado del proyecto del balneario de Toyo Ito en Torrevieja o el propio Instituto de la paella de Canet d’En Berenguer, o la T2 del Metro que igual sirve para deportes náuticos y aventura como para fiestas rave o exposiciones efímeras piratas. Pero más modestamente, recuerden la forma en que algunos gastaron el plan de inversiones municipales previsto por el optimista Zapatero. Aquí, por ejemplo, se destinó una parte a poner trencadís en el Palau de la Música que, curiosamente, también se ha caído.
Imaginen lo que habrá más allá de nuestras fronteras geográficas: desde una Ciudad del Circo inservible en Alcorcón a tranvías muertos o puertos deportivos sin barcos. Y eso sin entrar a valorar los sobrecostes de rigor.
Hemos sido una sociedad nefasta frente a nuestro sistema. Todos somos culpables. Si gestionan igual economías familiares su futuro es desolador. Así que, no nos quejemos. En el reino de los ciegos, el tuerto continúa siendo el rey.
El President Ximo Puig ha pedido a sus conselleres/as una lista de obligaciones para el nuevo Gobierno con toda la “lealtad posible”. Les deseo suerte. Nos afecta a todos. Tendrán un grave problema si no les atienden. Espero al menos gestos. Pero sobre todo sentido de Estado. Y racionalidad, que no pongo en duda. Espero también que se enteren de lo que por allí se cuece para no quedar descolocados o desinformados, como es la costumbre.
Hay que dar un margen de tiempo y no espolear por rabia sin respetar la cortesía política. Abrir ventanas es beneficioso. Pero más aún, no olvidar el pasado y, sobre todo, ser consecuentes con lo reclamado. Algunos del mismo signo no lo ven todavía claro. Tanto cambio inesperado supone modificar discurso y estrategia.
De momento, lo que ya sabemos es que con el cambio de Gobierno hay que sustituir miles de cargos y personal de libre designación que vivían felizmente las travesuras. Sin ellos este país, al parecer, no podría funcionar. Apenas 34 millones de euros en sueldos. Deberían comenzar mirando por ahí. Pero no parece que vaya a ser así cuando ha aumentado el número de ministerios. Pese a todo, de momento, me conformo con honestidad y rigor extremo.
Por cierto, admito, que la labor de marketing ha sido inteligente: cuerpo político en la sombra, fichajes para cotilleo y algo de pin pan pun. Esto acaba de empezar.