El periodista Llàtzer Moix publica un extenso reportaje periodístico en el que se visitan las obras icónicas del arquitecto de Benimàmet y se da espacio a un gran número de fuentes técnicas
VALENCIA. "La relación de Calatrava con su gran obra valenciana [en referencia a la Ciudad de las Artes y las Ciencias] está viciada desde su contratación en la época socialista. Ahí está el germen de su fracaso. Se firmaron contratos con Calatrava que son draconianos, totalmente descompensados tanto en lo económico como por el hecho de que desactivan los mecanismos de supervisión pública. [...] el cliente debe poder ejercer un control técnico, y estar facultado para, en caso de desacuerdo, rescindir el contrato. Con Calatrava, todo eso es muy complicado. Hay penalizaciones. De manera que los gestores del proyecto tuvieron las manos atadas. Primero los socialistas. Y luego, con el programa ya modificado, los populares".
Este primer párrafo es solo un extracto del centenar de voces, muchas de ellas testigos participantes y otros ex trabajadores del estudio de Santiago Calatrava (Benimàmet, 1951), que hilvanan el reciente Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio (Anagrama, 2016). El que fuera responsable durante dos décadas de la sección de cultura en La Vanguardia, Llàtzer Moix, ha revisado decenas de casos, visitado quince ciudades y plagado de relatos al origen del caso Calatrava que exploró en su anterior título, Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim (Anagrama, 2010).
Y es interesante como tras 300 páginas de reportaje periodístico, la gran pregunta -¿por qué?- en torno al fiasco del aquitecto valenciano en su ciudad y en el mundo conecta las conclusiones de Moix con las de Juan Reig, arquitecto implicado en el desarrollo de Cacsa desde 1994 hasta 2009 y responsable del entrecomillado inicial: "en Valencia reproduce una serie de comportamientos como profesional que acaban siendo lesivos para el cliente y que acaban por reproducirse. Ese cliente público no se dota técnicamente para tener capacidad de controlar la obra en términos económicos. En el caso de los arquitectos, surge el paradigma de que Caltrava hable con el president de la Generalitat y decidan, sin atender a cualquier caso a los técnicos [arquitectos] que había en Cacsa, que advirtieron de que éste no podía controlar todas las partes del pastel", resume Moix en declaraciones a Valencia Plaza.
Para los interesados en la carrera de Calatrava, el libro es vasto en la descripción de rasgos personales y profesionales. Hay curiosidades tan ricas como la casual llegada de Calatrava a París en pleno mayo del 68. El escenario que el arquitecto de Benimàmet se encontró en la capital francesa frustró su inquietud por las Bellas Artes, para acabar retomando el automanifiesto 'Por qué quiero ser arquitecto'. Desde esos rasgos fundacionales, pasando por sus rutinas productivas y aspectos como empresario hasta los agresivos entrecomillados que las fuentes de Moix suscriben y que han vuelto a generar la polémica durante los últimos días. Desde el "Tenerife no me merece", hasta el "que se jodan".
Esta última expresión ya ha sido desmentida por el estudio de Calatrava a El Mundo. En el libro publicado por el ahora subdirector, editorialista, columnista y crítico de arquitectura de La Vanguardia, aparece así: "Un conseller nos hizo ver que en el Museo Príncipe Felipe no había aseos suficientes. Se lo comuniqué a Santiago y lo que me dijo fue que tampoco el Partenón los tenía y que no por eso se dejaba de ser un gran edificio", apunta un empleado del momento en el estudio, y Moix remata con la expresión entrecomillada que inicia el título de este artículo sin definir cuál o cuáles de sus fuentes la certifican. Es, según se mire, no menos agresiva que sus reacciones a la conocida construcción de butacas ciegas en el Palau de les Arts: "mientras proyectábamos la obra, le reiterábamos una y otra vez que el diseño de la sala cegaba muchas localidades". Este trabajador asegura que Calatrava justificó: "También en la Scala de Milán hay butacas sin vista, y eso no importa porque la gente va a escuchar y a aprender, antes que a ver". Un trabajador hizo una propuesta por su cuenta para solucionar el entuerto, Calatrava pidió su despido -siempre según la fuente- y, finalmente, cuando Les Arts se inauguraron con esas butacas ciegas "no quedó más remedio que eliminarlas".
El sinfín de anécdotas, por así llamarlas, no tapa uno de los aspectos más interesantes en la actualidad para el análisis del caso valenciano con Calatrava; el punto de partida de las relaciones entre el arquitecto y Valencia. El libro es capaz de revelar con claridad como la ciudad -y la Generalitat- tuvo esa sed insaciable por sus proyectos (Alberto Ruíz Gallardón definió la ausencia de su obra en Madrid como "una herida que nos dolía") después de que triunfara en el extranjero y en Barcelona. Residente en Zúrich desde los años 70 y hasta la actualidad, el de Benimàmet tuvo que triunfar en Stadelhofen -acaso su obra pública de mayor equilibrio y relevancia- y en Barcelona. Cuando Europa empezó a desearle, los dirigentes socialistas de la Generalitat Valenciana y el Ayuntamiento de Valencia entendieron que debían 'apropiarse' de esta posibilidad, ofrecerle un escenario propicio. Así surgió hace 30 años el terriblemente problemático proyecto del puente del Nou d'Octubre. La experiencia no sirvió para que las Administraciones cesaran las relaciones: "volvieron a pasar por los mismos problemas y cometer los mismos errores en Valencia cinco, seis o siete veces", apunta Moix a este diario.
Las fuentes del libro son tan interesantes que van desde el expresident Joan Lerma ("con un discurso muy cauteloso, propio de un político que lleva decenios tratando de no pillarse los dedos cuando responde a un periodista") o el múltiple exconseller y presidiario Rafael Blasco ("admito que ha habido cierta autocomplacencia, pero no sólo en los genios, también en los representantes institucionales, convencidos de que al gran proyecto arquitectónico daba rentabilidad política". Hay quien se envuelve en esa capa o, por decirlo coloquialmente, busca un proyecto que le salve la legislatura"), hasta los exempleados, ingenieros y arquitectos valencianos que trabajaron intensamente en el estudio y dan voz al relato de Moix, como el ya citado Reig, Fernando Olba o Cristina Martínez. Son solo unos pocos ejemplos.
Todos ellos orbitan en torno a las obras de un Calatrava al que el libro de Moix -huelga decir que mantiene un tono crítico sobre todas las voces, pero no es un baqueteo al nombre de Calatrava desde un enfoque personalista- muestra complacido de volver a Valencia tras sus primeros pinitos internacionales. En plena construcción del polémico Bac de Roda en Barcelona, el Ayuntamiento de Ricard Pérez Casado fomentó la construcción de un puente a la altura de Mislata y sobre el 'nuevo-viejo' cauce del Turia, a costa de la llegada de la compañía Continente. La empresa posteriormente absorbida por Carrefour aceptó que "el joven arquitecto" se encargara del puente siempre y cuando no costara más de 200 millones de pesetas. Lo que sucedió a partir de entonces es parte de ese caso paradigmático, que confirma Moix a Valencia Plaza, tiene ecos y reflejos en la posterior carrera de Calatrava.
Al concurso público de construcción se presentó media docena de empresas. Ganó la de la oferta más barata: 428 millones de pesetas. Era Cleop. Uno de sus directivos es el interlocutor con Moix y explica que la suya era la más asequible. Continente dijo "200", pero el proyecto no podía bajar de esa cifra. De entrada, se aceptó el presupuesto más bajo por la razón, sencillamente, de serlo. Antes de iniciar ningún movimiento, se le exigió a la constructora, 'ya contratada', que redujera costes. Cleop propuso sustituir el hormingón blanco -quizá les suene- por el gris o sustituir las luminarias diseñadas ex profeso por Calatrava por iluminación pública convencional, entre otros cambios. Tal fue 'el tajo' al planteamiento inicial de Calatrava que "bajamos hasta 250 millones de pesetas", "Calatrava dio el visto bueno, se firmaron nuevos contratos" y la obra empezó a edificarse en julio de 1987.
La obra duró hasta que llegó el primer camión de hormigón, cuenta este directivo de Cleop: el hormigón era gris y no blanco, así que "los ingenieros de Calatrava se plantaron". Tenían "órdenes de no aceptar otro. Eso generó discusiones y un primer parón de la obra". Recordamos que se habían reescrito los contratos y que se habían modificado para hacer una rebaja del proyecto hasta los 250 millones de pesetas. ¿La clave para el desbloqueo? Continente ya había iniciado la construcción del hipermercado y la licencia de actividad iba a depender de ese puente. ¿La solución? Hija de su tiempo y de sus gestores públicos -y promotores de estos puestos públicos desde la influencia empresarial y privada-, "que una vez terminados los trabajos se decidiría cómo suplementar los sobrecostes". A esto le llamaremos modus operandi valenciano.
En las vísperas de Navidad se abrió al tráfico una de las dos pasarelas gemelas que conforman el puente. En ese momento, según acta notarial, el coste de la obra era de 256 millones de pesetas. El coste que ya se decidiría que hacer con el bajo el modus operandi valenciano, rondaría los 370 millones de euros según ese documento al que hace referencia el libro. Continente se plantó en 250 millones de gasto, no firmarían ninguna responsabilidad de pago posterior. Cleop cerró con vallas el puente que permaneció, siempre bajo el modus operandi valenciano, "ocho o nueve meses" cerrado, tras pasar unas felices Navidades al 50% de su futuro rendimiento. Tanto se enquistó el asunto que el presidente de la empresa de distribución de alimentos, Alfonso Merry del Val, aceptó subir su horquilla de pago hasta los 300 millones de pesetas. El Ayuntamiento, que no retiró las vallas que perimetraban el espacio público en esos meses, aportó "unas decenas de millones" y Cleop decidió cobrar menos de lo previsto".
¿Cómo vivió el estudio de Calatrava todo el vodevil? Cuenta Moix que el arquitecto "había regresado con mucha ilusión a Valencia, e incluso dijo en un momento de entusiasmo reliminar que iba a regalar el proyecto del puente". Finalmente, "acabó afirmando que no volvería a trabajar allí". Se van a cumplir 30 años de esa sentencia no cumplida. Detalla el título que "cedió poco". En concreto, que "los encofrados con veraduras de sección variable" estuvieran, aunque estos se sitúan bajo el puente: "ahí solo iban a verlos quienes pasearan en una barca por la lamina de agua prevista bajo el puente, que en última instancia no se dispuso". Y bien, tampoco renunció a los monumentos escultóricos de las cuatro esquinas diseñados por el mismo. Tampoco de los hierros de las luminarias ("un cruce de tortuga y araña") que las protegían del suelo y, en definitiva, como concluiría el inicio de cualquier acto en una obra de Shakespeare pero aquí firmado por el directivo de Cleop, "todos perdimos bastante dinero en aquella obra inaugural, donde Calatrava se salió con la suya de principio a fin".
Es relevante decir que Calatrava, como se dice en la introducción del libro, declinó participar del mismo. Es, como dice Moix, un relato no autorizado, pero que en su caldiad de no oficioso explora una infinidad de testimonios que prefieren ocultar su identidad. Muchos de ellos tienen vínculos empresariales quizá todavía activos, laborales también, por lo que el autor no descarta que en algún caso -o en muchos- haya contratos de confidencialidad de por medio que, sin duda, el reportaje periodístico sortea. No es el caso del Nou d'Octubre donde todas las voces hablan abiertamente del fiasco. Es un precedente con Calatrava deseando de no volver a trabajar en Valencia, pero vino a suceder todo lo contrario. Surgieron los "padrinos institucionales", desde Lerma a Francisco Camps pasando por Eduardo Zaplana, quizá el que -según el relato- generó una relación más tensa de los tres. Mucho peor fue el caso de Alberto Fabra, que llegó a desaprovarle teniendo que soportar el caso del trencadis caído en el Palau de les Arts, un problema de construcción sabido por todos los que participaron en el proyecto y que acabó con Calatrava hablando de la honestidad de sus honorarios.
Con Blasco y Lerma coincidiendo -de nuevo, ya que fueron compañeros políticos y regentes coordinados- en que "Calatrava era el as de la modernidad en la manga de los políticos valencianos", Valencia no fue una ciudad más para Calatrava. Aquí tuvo su mayor estudio con más de 60 trabajadores propios, pero influyó decisivamente la época en que todo sucedió: "el caso valenciano supone la etapa reina del procedimiento de Calatrava a la hora de conseguir anular a su cliente desde la negociación. Lo echa de esa mesa y lleva la voz cantante", apunta Moix (en la imagen lateral). "Tiene un gran poder de seducción, desde sus orígenes y así lo despliega desde antes incluso de empezar a dedicarse profesionalmente a la arquitectura. Logra tener la capacidad de rescindir contratos y la habilidad para crear un marco de relación donde las posibilidades de hacer y deshacer por su parte son enormes; las del cliente, son, en el mejor caso, claramente inferiores".
Es el paradigma al que hace referencia Moix a las preguntas de Valencia Plaza y en el libro. Auspiciado, se entiende, por el capricho político que alinea a Lerma y Blasco. Moix trata de definirlo todavía más: "es como quien quiere tener una joya; no mira el precio. El único problema es si esto se hace con el dinero de uno o con el dinero público. Ahí radica el gran problema del paso de Calatrava por España". De hecho el periodista amplía hasta "el caso español" el paradigma de Calatrava. "España es el escenario que potencia a Calatrava por su momento histórico y económico. Podemos decir que invirtió el signo de su carrera, que lo aceleró y lo disparó". Tal y como refleja el libro de Anagrama a base de cifras, si los encargos venían multiplicándose, se dispararon.
El escenario potencionador, con Valencia como paradigma, también tuvo su respuesta política: Moix relata la labor de los entonces diputados de Esquerra Unida del País Valencià Marina Albiol e Ignacio Blanco, que acabaron por protagonizar thrillers -pero sin un minuto de ficción- para recuperar la información económica que se derivaba de la actividad de Calatrava con la Generalitat. De lo sucedido y recogido por las webs finalmente por las webs calatravatelaclava.com y calatravanonoscalla.com, también da cuenta el libro con la versión de sus protagonistas -exceptuando, como ya ha sido explicado, la del propio arquitecto de Benimàmet-.
La consecuencia inmediata se comprobó, según el relato de Moix, en las últimas obras de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia: las constructoras valencianas empezaron a no comparecer. Se empezaron a buscar incluso constructoras extranjeras. El mensaje del nefasto negocio de construir con Calatrava se extendía, se deja entender, y esto "acabó por desplazar su centro de negocio fuera de Europa; a Oriente Medio", apunta Moix. Allí, por cierto, construye en Dubai en este momento el rascacielos más alto del mundo. "Mi percepción es que le hubiera gustado estar más tiempo en Europa porque no es un escaparate desdeñable dada su capacidad de seducir al mundo". Pero en el Viejo Continente ya no cabe más "manga ancha", un espacio donde "en el pasado los clientes actuaron con una alegría notable y donde eran clientes públicos, de aquellos que no pensaban en tener un retorno si les daba otro tipo de beneficio".
Esta última frase de Moix en declaraciones a este diario, encuentra mejor acomodo a partir de una anécdota que también detalla: "en España o en Europa, son distintos los casos de cliente privado. Por ejemplo, un promotor para una obra en Barcelona, de la que Calatrava cobró 15 millones de euros en honorarios -los hay de las edificaciones valencianas en el libro, con lujo de detalles- le propuso una cláusula que decía que podía cobrar lo acordado en contratos pero nunca sin superar los 1.000 euros por m2 cosntruido. Calatrava le contrató que no podía firmar cláusulas que pudieran limitar su libertad creativa. El constructor le dijo que necesitaba poner cláusulas que garantizaran su viabilidad económica. El proyecto se acabó ahí, mientras que en el cliente público español o valenciano ese elemento de rentabilidad no es contable; puede tener razones de tipo simbólico, intangibles".
De esos intangibles, por cierto, habla y define su opinión Rafael Blasco en el libro, tras una entrevista interesante en contenido y sucedida un día antes de que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana le condenara a ocho años de prisión por el 'caso Cooperación'. Es uno de sus mayores defensores, pero es también ejemplo de cómo Calatrava fue encontrando verdaderos apoyos -y de todo tipo- entre sus clientes. "Envuelve con todo un brazo artístico las ciudades por las que pasa. Lo hace con exposiciones", apunta Moix. Uno de los aspectos más controvertidos y que a Moix más le llama la atención es toda su estrategia de marketing personal con las citadas exposiciones, pero también con una veintena de honoris causa ("yo no sé si alguien tenía más de 20 honoris causa, pero Einstein no los tenía") y la gran inversión en comunicación de todo tipo de premios: "muchas veces son premios de un reconocimiento limitado en el mundo de la arquitectura. Ni es un premio Pritzker ni es un premio Mies van der Rohe, aunque por supuesto es lícito que quiera contar todo eso de manera tan frecuente". Es parte de una estrategia en el presente "de compensación" con una tendencia en los medios al sometimiento, "tal y como ha pasado en Nueva York con el Intercambiador; durante años ha recibido las críticas desde el New York Post hasta The New York Times".
Moix rechaza elucubrar sobre la perspectiva histórica de Calatrava en Valencia, en España y en el mundo. Los casos de sus edificios en Barcelona, Sevillla, Bilbao, Tenerife, Berlín, Milwaukee, Malmö, Palma de Mallorca, Atenas, Madrid, Venecia, Oviedo y Nueva York, los que aborda el título recién publicado, hacen sospechar que no será la misma que otros referentes del pasado. ¿Pero cómo pesará su presencia global? ¿Cómo trascenderá toda esta construcción de una leyenda negra a base de cada vez mayores y extensas investigaciones y detalles a partir de fuentes de lo sucedido? ¿Cómo se desarrollarán los próximos años de carrera del que todavía es -en términos de profesión arquitectónica- un hombre joven con capacidad para desarrollar cientos de proyectos desde su estudio? La perspectiva histórica es una de las grandes incógnitas en torno al fenómeno Calatrava en la arquitectura mundial.
El libro abunda en detalles sobre la pasión exacerbada de Calatrava por su trabajo y su omnipresencia en los proyectos. "Está presente en el proceso de ideación y génesis de las obras". "Él es el motor, tiene una capacidad asombrosa para generar dibujos, cientos al día. No usa el ordenador ni tiene carnet de conducir, pero su mano para dibujar es extraordinaria. [...] Mientras conversa contigo, dibuja constantemente. [...] Tras una charla con él te vas con un montón de dibujos en la carpeta, base a partir de la cual el equipo elabora los planos". Existen numerosas referencias de loa por parte de ex trabajadores a lo mucho que crecieron profesionalmente junto al arquitecto de Benimàmet, toda vez que tuvieron que dejar el ritmo al que les sometía: "Recibíamos con alguna frecuencia llamadas de Santiago a horas intempestivas. 'He tenido una gran idea, levantaos y venid inmediatamente al estudio, así empezáis a dibujar y cuando lleguen los otros, a las ocho o las nueve, ya tendremos trabajo adelantado". Llegó a confundir los usos horarios entre los estudios de Valencia y Nueva York en una jornada laboral sin límites que explotó a muchos de sus colaboradores de referencia.
De prescindibles e imprescindibles en su equipo (todos menos un dibujante y su mujer, Robertina Marangoni de la que también se habla en profundidad en el libro, así como de sus hermanos) está plagado de referencias Queríamos un Calatrava. También de influencias y ahí es donde Moix no elude un tabú dentro de la profesión en la ciudad de Valencia. Cuando le dedica un apartado a "El Ágora", "una obra que el se saca de la manga, que no tiene un uso definido, que genera unos sobrecostes y problemas que todavía están sin resolver (siguen arreglándose desperfectos y no tiene ni uso ni licencia de apertura)", escribe en el libro: "según la malidicencia gremial, Calatrava lo consideraba imprescindible a fin de tapar las dos cubiertas diseñadas por Félix Candela para el Ocenográifco". Y es curioso como esa sospecha velada, rumoreada desde hace una década en el sector, pero sin margen para ser contrastada en la actualidad, enfrenta al perfil de Calatrava con una de sus influencias al inicio. Candela se encuentra entre varios autores conocidos (Hans Scharoun, Alvar Aalto), aunque Moix precisa que es un libro de Le Corbusier el que decisión final de aquel buen dibujante nacido en Benimàmet, de familia de naranjeros en buena situación, aunque ligados al duro estadio agrario, a escoger la arquitectura.
Extraemos aquí los cinco puntos de la ya citada carta y automanifiesto 'Por qué quiero ser arquitecto':
1. Tengo una gran afición al dibujo.
2. Siempre he sentido una gran inquietud por las cuestiones artísticas.
3. Creo que tengo apittudes para el estudio y desempeño de esta profesión, entre ellas una gran imaginación.
4. Poseo también una gran ilusión por esta carrera y espero que con mi trabajo y constancia podré superar aquellos déficits de que mi información y apittudes actuales tengo [sic].
5. Creo también que es aquí donde yo podré dar el máximo rendimiento a la sociedad, pues estoy seguro de que podré desempeñar con ilusión y cariño esta profesión".
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Al documento se tuvo acceso gracias a la tesis del arquitecto e historiador Alberto Estévez, fundación de la escuela de arquitectura de Barcelona ESARQ. Cuando Estévez le propuso a Calatrava que fuera profesor de esta escuela, con una carrera incipiente aunque mucho antes de la explosión del arquitecto, este le preguntó si él pensaba que algún día le podía proponer que se dedicara a barrerle la casa. Estas anécdotas y más se encuentran dentro de la investigación periodística Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio (Anagrama, 2016).
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