El nuevo libro pantonera del artista de Oriola recorre, con mucho color, una unión imprevista. Pasen y vean
VALÈNCIA. Evidentemente la del titular es una pregunta retórica. Todos sabemos lo que une a un graffiti con una fallera. El fotógrafo Ricardo Cases empuña con su nuevo libro, a todo color, una descontextualización poderosa. La obra, Grafitis y falleras. La intencionalidad, a continuación. La impresión, la de dos dimensiones extremadamente urbanas que, maridadas, impactan a la mirada. Ver falleras, falleros, y ver graffitis, es un aspecto cotidiano de las calles valencianas. Pero qué sucede cuando se vinculan.
La fotografía tiene esa cualidad única de tomar una circunstancia muy usual y elevarla a categoría exótica. Las fotos de Ricardo Cases al respecto consiguen otra cosa: formularnos preguntas y aplastar la rutina visual.
Primera mirada. El libro, que se presenta justo hoy en Novedades Casino (Bolsería, 28) a las 19 horas en el marco de la feria Calderilla, está hecho al modo de una pantonera cuyo paso de página a página sirve de carrusel de imágenes, tan explosivas que salpican de color. Lo ha editado la joven editorial Tapas Duras.
Segunda mirada. El texto de Héctor Hugo Navarro que acompaña las imágenes a modo de explicación de la falla: “Fiel reflejo de lo que representan, las falleras se han ido convirtiendo en monumentos móviles. De la misma manera que los retales de las carpinterías fueron el primer alimento de las llamas para evolucionar hasta los artefactos colosales que hoy son las Fallas, a fuerza de estilizar el primitivo traje de huertana las falleras parecen dispuestas para un baile de gala en los salones de una corte barroca. (...) Marchan aromáticas entre vítores y aplausos por las calles de Valencia y sus pies sufren y no contemplan, aunque podrían, las escenas posmodernas que visten los muros de la ciudad vieja. En la ciudad de los solares se ofrecen generosamente muros y paredes vírgenes, por eso los grafiteros adoran Valencia. El grafiti, nuevo reclamo turístico para la ciudad, ya cuenta con ruta propia, y viene a reclamar su parcela de protagonismo a quienes se acercan a la ciudad de la luz (y del color). Pero la fallera sigue caminando, no contempla, sin que el cansancio enturbie su sonrisa”.
Tercera mirada. La versión de Ricardo Cases, un fotógrafo capital para captar la realidad más próxima. Su motivación, aquello que impulsó el vínculo entre indumentaria y pared.
-¿Qué desencadenó la idea?
-Todo comenzó en el 2016 con una propuesta del proyecto colectivo ‘El diari indultat’ que invitaba a trabajar sobre las Fallas. En esta publicación esta serie apareció de un modo muy anecdótico, con una sola imagen que no era representativa de la idea y yo seguí interesado en desarrollarla más. Así que he ido haciendo fotos hasta ahora que me encontrado con la joven editorial “Tapas Duras”, formada por las fotógrafas Blanca San Félix, Laura Donate y Ana Raquel Leiva, que me han dado la oportunidad de publicarlo en forma de muestrario de telas.
-Antes de este trabajo, ¿qué percepción tenías de las Fallas y de las falleras?
-La misma que tengo ahora. Lo veo como algo exótico, como de otro mundo, como una procesión de seres de otro planeta que vienen a celebrar el sol. Las falleras me miran con una sonrisa inquietante, la misma que tienen esas paredes pintadas. Finalmente, lo que hago es componer piezas de un mismo juego, algo así como hacer un pareado, una rima.
-¿Por qué ‘Grafitis y falleras’?
-Realmente no hay mucho que explicar, las fotos y el título lo explican perfectamente. Quizás lo que no aparece en las imágenes es este debate interno que tiene el fotógrafo a la hora de hacer suya una realidad con tanto carácter, ese pulso que echamos a veces por interpretar algo, por llevarnos a nuestro terreno lo que ven nuestros ojos. De hecho, la idea surge en el camino de vuelta a casa, en la retirada del que se siente perdido ante tal espectáculo de luz y color y no puede tomar una foto que le merezca la pena.
-¿Cómo fue el proceso de trabajo?
-En la calle Sagunto descubrí el filón porque a partir de cierta hora de la tarde es un continuo fluir de falleras que van hacia los autobuses para volver a casa y precisamente las paredes de esta calle están llena de grafitis de todo tipo. La primera foto que hice fue la de unas niñas falleras que enlazaban perfectamente con un mural con una escena galáctica, con un retrato enorme de un alienígena rodeado de planetas. Esta foto fue la clave.
-¿Cómo fue la relación de las falleras cuando les explicaste la idea?
-La idea se explicaba sola, les situaba delante del grafiti como el fotógrafo de estudio que dispone de un fondo para llevar al retratado a un lugar imaginado. Siempre me gustaron esta colección de fondos que tradicionalmente se usan en los estudios.
-¿Qué has querido transmitir?
-La intención, como tantas otras veces, es plantearme un lugar como terreno de juego fotográfico, elaborar un trabajo teniendo en cuenta dos ingredientes básicos, la identidad o manera de ser del lugar por un lado y la mía propia, con mis prejuicios, mi experiencia y mis preocupaciones por otro. Me interesa la armonía que puede surgir de dos mundos aparentemente tan distantes, esta tensión estética y cultural que finalmente se acopla gracias a la luz y a la composición, es decir, gracias a la foto.