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La importancia de llamarse Enrique

Quique González: transmisor de sentimientos

22/09/2017 - 

VALÈNCIA. Pese a que tenía un camerino especial en otra planta, estaba sentando en la zona común con el resto de músicos del cartel. Arropado por los suyos, comía y bebía cerveza con calma, sabiéndose triunfador de la noche. Una hora antes había puesto patas arriba el auditorio de La Rambleta en el #Deleste16. Y él allí, tranquilo, disfrutando de la conversación, como si no fuera con él. 

 Yo le observaba con disimulo, como el que no quiere la cosa. En mi caso, también sorbía cerveza pero sin alcohol. Aterrizado por los pelos a la cita, días antes me habían practicado una importante intervención y mi cuerpo era un cocktail de drogas legales varias; ya saben: buena dosis de relajantes incompatibles con la bebida. Pero si estaba allí era, entre otras cosas, para cruzar unas palabras con él. Mina, mi mujer, por aquellos días a un mes de salir de cuentas, se ofreció a servirme de apoyo hasta su alcanzar su posición. "Hola Quique, ¿te acuerdas de mi?", dije con un hilo de voz. Además de varias entrevistas telefónicas, nos conocimos personalmente en Gandía, ahora hará 11 años (luego os cuento). "Sí", posiblemente mintió, pero ya se había hecho patente su tímida y humilde calidez. 

Le felicitamos por la actuación y nos contestó que estaba muy contento, que habían pasado muchas cosas durante la misma. "Me considero un prilegiado por lo que hago, somos transmisores de emociones", sentenció. Claro, pedí hacerme una foto con él y allí estaba Mina para disparar. No me preguntéis cómo, le contamos que nuestro hijo se iba a llamar Enrique. Entonces ocurrió algo que nunca olvidaremos: puso su mano sobre el vientre de Mina y nos deseó suerte. Bendecido por un grande de la música España, mi primogénito ya es integrante de la única religión que me importa: el rock. Amén.

Empanadilla de Gandia

La historia transcurre ahora 10 años atrás. Acababa de publicar Kamikazes enamorados y arrastraba (para bien y para mal) las consecuencias de haberlo hecho en su propio sello, Varsovia!!! Records. También es verdad que todavía no atesoraba la fama actual. La actuación era, pues, en una pequeña sala de Gandía denominada El Varadero. Yo había sido amablemente invitado por el músico Manolo Tarancón a cenar, antes del bolo, junto a una comitiva entre la que estaba el artista. De nuevo se mostró afable, tranquilo, las palabras justas. Un filete, cerveza, vino, quizá también nos pasamos un porro. Ah, y empanadillas; ¡ay esas empanadillas! En la acogedora sala a reventar, unas 300 personas, pudimos disfrutar de otro directo de los marcan. Las distancias cortas también son lo suyo y así me lo hizo saber ha hecho saber hace unos días, en una cariñosa conversación telefónica: "la verdad es que sigo siendo un músico de club. Y así me veo dentro de 20 años, en el escenario de algún club de blues o de jazz". 

Foto: MARÍA VISUALS

Me dice que sí, que se acuerda perfectamente de aquella velada en Gandía. Que para él la capital de la comarca La Safor no es un lugar cualquiera; que allí pasaba felices y eternos veranos junto a sus padres y hermanos; que además allí tuvo una novia a la que vio entre el público aquella noche. Ah, y las empanadillas; que no pudo tampoco olvidarlas; hasta tal punto que un día, durante otra gira varios años después, hizo desvisar el trayecto con toda la crew sin otro motivo que parar en Gandía, dirigirse al horno de marras, y comprar todas las existencias de aquel manjar relleno de pisto. 

Aquellas noches en La Caverna

Quique González se subirá al escenario de la sala Repvblicca en Valencia hoy viernes 22 de septiembre. Lo hará junto a Los Detectives, nombre tras el cual se esconden los sospechosos habituales que últimamente le acompañan y entre los que hay dos valencianos de los que sentirse más que orgullosos: Eduardo Olmedo y Alejandro Climent “Boli”. Y claro, la maravillosa Nina Morgan, o "la bicharraca" como el propio Quique la ha definido durante nuestra charla. Por cierto, Quique y Nina, simpática (casi) coincidencia. El objetivo es presentar las canciones de su último disco, Me mata si me necesitas. Es uno de los últimos conciertos antes de descansar antes de volver a la carga a por el siguiente. "La celebración del final de este viaje", como él la definió.

"¿Y luego? ¿Harás algo? Más que nada porque fuentes fidedignas nos han chivado que la última vez te dejaste ver por el George Best". Se ve que allí, bajo el retrato de Lou Reed, brindó con un vaso de güisqui apuntando al cielo. "La verdad es que desde que Alejandro dejó de estar a pie del cañón en La Caverna estoy algo huérfano de garitos en València. Me produce mucha tristeza cuando cambian los sitios donde lo he pasado tan bien", me contó con melancolía.

Y tan bien: "La Caverna es uno de los bares de mi vida. Una barra para hablar de música, de la vida; un lugar para escuchar buenos temas­­­­­­­". Nada que objetar. "Joder, nunca olvidaré aquella noche que acabé cerrando con media plantilla del Valencia Basket y, ebrios, salimos del local entonando canciones de Fito". 

Me emociona pensar que algún día mi hijo sienta lo mismo que yo escuchando "Omega", "El viento a favor", "Aunque tú no lo sepas" o "Salitre". Morente, Bunbury, Urquijo, González... espero que algún día mi hijo aprecie la importancia de llamarse Enrique.

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