La aproximación cultural al perverso hecho comparativo entre dos capitales del Mediterráneo decididas a evitarse
VALÈNCIA. Recibiendo con alborozo la afirmación a partir de la negación. Valencia is not Barcelona, llevan cincelado algunas recomendaciones turísticas de cartón. Y de esa rendija, hemos hecho el camino. Un binomio desavenido por la carga histórica y los capazos de prejuicios. Una relación no tan mútua entre las dos ciudades en la que una ve las fisuras de las otra como una buena oportunidad para salir reforzada, mientras la otra, directamente, apenas ve a la una.
Las visiones sobre Barcelona desde esta orilla parecen repartirse entre ‘es el momento de aprovechar su debacle’ y ‘aprendamos de sus errores’, como el resultado de una relación paterno filial desbaratada bruscamente. Ese ‘querer aprovechar’ sin ‘querer ser’ como Barcelona’ comienza a definir el relato de ciudad de València.
Entre tanto, la ausencia de un marco común, el desaprovechamiento de flujos culturales entre dos capitales mediterráneas.
El valenciano Manuel Pérez es editor de Time Out Barcelona, director de Entreacte y cronista teatral El Periódico. Entre las bambalinas de las dos ciudades, introduce: “València debería hacer su camino -que está a años luz del de Barcelona- cogiendo lo que más le convenga, no ya de Barcelona, sino también de otros lugares de alcance europeo en los que se hacen las cosas mucho mejor que a Barcelona. Lo que no debemos perder de vista es que en Barcelona han vivido e incluso resuelto algunos de los problemas que afectan a la cultura de València, pienso en temas como el de la lengua propia, por ejemplo, o el de la creación de una red de centros de producción y un circuito de exhibición. Es aquí donde la cultura de València debe aprender mucho de la de Barcelona”.
La periodista Mariola Cubells recorre cada lunes la distancia entre València y Barcelona. “Nunca pensé que vería esta transformación para mal de una ciudad que amo. Barcelona era para mí, hace solo 15 años, el paradigma de todo lo bueno (turismo poco habitual, cultura propia, una sociedad civil sólida y con inquietudes, un sentido de la identidad), sobre todo porque lo hacía en comparación con una València provinciana y pacata… Ahora cada vez que voy a Barcelona tengo que buscar mucho para encontrar los rasgos de esa ciudad cosmopolita y febril...
Siempre había sido el espejo en el que mirarnos en muchos sentidos. Y entiendo que, visto el resultado, dé cierto vértigo que podamos convertirnos en algo parecido donde ya casi nada es real, ni en el fondo (propuestas culturales que sean de verdad pioneras) ni en la forma (la ciudad es un parque temático y esas Ramblas adorables son el horror)”.
Kenneth Pitarch, Doctor en Demografía por el Centre d'Estudis Demogràfics (CED) y la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) con la tesis Anàlisi sociodemogràfica de la migració valenciana a Catalunya i altres destinacions, ahonda en el origen de la visión: “Barcelona se identifica con un concepto básico al que muchos valencianos le tienen (tenemos) pavor, el turismo desenfrenado, con consecuencias muy negativas para todos los que vivimos en Barcelona.
Paco Gisbert, voz cultural valenciana en Cartelera Turia o El País, ejerce ahora su trabajo periodístico desde Barcelona. Introduce: “Cualquier negación es perversa por naturaleza y, en este caso, temas políticos aparte, me parece un error. Como todos los modelos culturales, el de Barcelona tiene sus luces y sus sombras, pero ha sido muy efectivo para el crecimiento de la ciudad. Y no olvidemos que Valencia tiene un perfil geográfico muy similar a Barcelona. Ambas son ciudades que están al lado del mar, que gozan de buen clima y que son atractivas para los inversores culturales. Y no me refiero a la construcción de un gran museo que canalice toda la vida cultural y la curiosidad del visitante, como ocurre en Bilbao, sino a una serie de propuestas que dinamicen la ciudad para hacerla más atractiva para el que vive en ella y para el que la visita”.
¿En qué debería fijarse València, entonces, del caso de Barcelona para aprender… y para no repetir?
“El trabajo por un sistema cultural propio e individualizado, que parte de una idiosincrasia para luego conectarse con algunas de las corrientes de referencia en el ámbito internacional. Además de una política cultural ambiciosa y decidida a consolidar estructuras. Una iniciativa política que en València prácticamente no ha existido nunca” (Manuel Pérez)
“La creación de un sistema cerrado y autorreferencial que en muchos casos vive de espaldas a realidades culturales coincidentes y próximas. El de Barcelona es un sistema cultural demasiado cerrado sobre sí mismo, muy centralista, que se mira demasiado el ombligo” (Manuel Pérez)
“La descentralización. La más importante es que la gestión cultural del Modelo Barcelona llevó aparejado un modelo urbanístico de transformación de la ciudad, un hecho que transformó algunos barrios de la ciudad, como el Poble Nou o Gràcia, en centros internacionales del diseño o la creatividad artística. Además, la descentralización que el modelo Barcelona impulsó ha dotado a todos los barrios y distritos de la ciudad de centros cívicos, bibliotecas y centros deportivos, que han convertido dichos barrios en lugares de los que no hay que salir para encontrar una oferta cultural interesante y no elitista. Del mismo modo, Barcelona ha sabido encontrar el equilibrio entre un modelo de gestión cultural accesible a todos los ciudadanos y un señuelo para la inversión extranjera, que la ha convertido en un centro cultural de primer orden en Europa” (Paco Gisbert).
“Lo que València puede aprender, puesto que aún está a tiempo (no hemos degenerado, estamos aún en la génesis) es precisamente eso: que el crecimiento perpetuo no es la solución. Que preservar, contenerse, decrecer incluso es, a largo plazo, lo que te da un hecho diferencial de verdad. Por otra parte si me gustaría que se pareciera más en la defensa de una seña de identidad propia sin renegar de lo suyo: en unos medios de comunicación más ambiciosos. En una política teatral más sólida (un hombre como Josep Maria Pou dirige el Romea, por poner un ejemplo) y hay una línea recta que seguir”. (Mariola Cubells)
“Hay dos factores que han deteriorado el modelo y le han procurado cierta mala fama. De un lado, la gentrificación que ha provocado la construcción de grandes centros culturales en barrios degradados, como el Raval. Allí se instaló la Filmoteca de Catalunya, el CCB o el MACBA, que parecen islas en un barrio que no ha perdido su aroma a lumpen, pero que ha afectado a los precios de las viviendas. Lo mismo ha sucedido en el Born o el Gòtic, aunque en ello ha tenido mucha culpa también -y este es el segundo factor a corregir- una política turística no enfocada a la cultura sino al ocio y la fiesta. Barcelona no ha hecho demasiado por atraer al turista cultural, más allá de las ofertas, casi folclóricas, de sesiones de ópera en el Liceu o los grandes eventos puntuales, y sí porque el visitante se divierta, tome el sol, consuma y degrade la ciudad con sus avalanchas de turistas eventuales que lo único que buscan es beber y hacerse un selfie en los monumentos típicos” (Paco Gisbert).
“Desarrollar una política del espacio público adecuada en todos los barrios. Creo que Barcelona es una de las pocas grandes urbes europeas con bastante equipamiento, infraestructuras y espacio público en todos los barrios, y más que digno: desde parques a casales y centros cívicos, hasta bibliotecas o redes de transporte. No sé si podríamos decir estos de todos los barrios de València, a pesar de que en los últimos tiempos se están haciendo grandes avances. Quizás la política del alcalde Maragall de visitar y convivir con los vecinos de muchos barrios (durmiendo incluso en sus casas), hizo que le ayudará a conocer la escasez de equipamiento y actuar en consecuencia. En resumen, creo que podemos decir que actualmente, en Barcelona, no hay guetos o barrios faltos de buen equipamiento público y adecuados para los vecinos” (Kenneth Pitarch).
“Que la política destinada a atraer talento nacional e internacional no vaya en detrimento de los vecinos. Es decir, está muy bien que determinadas empresas se instalen en el 22, creado expresamente para atraer a las empresas más innovadoras. Lo que no está bien es que esto produzca consecuencias negativas en el modus vivendi de los vecinos: aumento de los alquileres o prohibición de no levantar negocios que no estén relacionados con las nuevas tecnologías” (Kenneth Pitarch).
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