LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Reagan reelegido y yo con estos pelos en un plató de Prado del Rey

En noviembre de 1984 asistí como participante a un programa de La Edad de Oro, el espacio televisivo creado por Paloma Chamorro en TVE. Esa noche los protagonistas eran Alaska y Dinarama y, a miles de kilómetros de distancia, en Estados Unidos se celebraban las elecciones a la presidencia el país

6/11/2016 - 

El plató de La Edad de Oro era como estar en un local viendo un concierto. Había bebida y cervezas a disposición del público. La gente fumaba, todo el mundo estaba allí de cháchara hasta que los músicos pisaban el escenario. Un grupo o un solista, nacional o internacional, daba un concierto allí mismo, en el plató. En algún momento del programa, Paloma Chamorro entrevistaba al artista en unos asientos dispuestos a unos metros del escenario. Rodeada por el público y casi siempre lidiando con interlocutores que, al ver las cámaras de televisión, optaban por convertir la charla en parte del espectáculo. Los martes por la noche ese era el plan para todos aquellos a los que nos gustaba, parafraseando a Radio Futura, la música moderna. Contagiados por el alboroto de la movida contemplábamos el programa con fervor. En La Edad de Oro siempre pasaban cosas. Podía aparecer Pedro Almodóvar haciendo un playback de Thomas Dolby para presentarse a sí mismo. Stiv Bators podía bajarse los pantalones y mostrar el vello público. Se estrenaban cortos y se hablaba de exposiciones. Miquel Barceló, Nazario o Mariscal hablaron allí de su arte.

Lo nunca visto

La Edad de Oro comenzó a emitirse en mayo de 1983 y desde ese mismo momento hasta su final en 1985, fue un programa obligatorio para media España. Unos lo veíamos porque disfrutábamos con aquella oferta, impensable hasta entonces en una televisión como la nuestra. Alan Vega, Gun Club, Tom Verlaine, Marc Almond, Echo & The Bunnymen. Derribos Arias, La Mode, Golpes Bajos, Aviador Dro… Cada martes por la noche, en la segunda cadena de la televisión pública, la única que había entonces. Pendientes del programa estaban también muchos curiosos; algunos solo sentían morbo, otros se asomaban al espectáculo con ganas de indignarse. Gente que llevaba muy mal que España tuviera un gobierno de izquierdas y que creía que el país se iba a ir al garete con tanto rojo y tanto maricón suelto regodeándose, cigarro en mano, en aquel bendito Estudio 1 de Prado del Rey, transformado ahora en la versión arty de Sodoma. No sé si es que las cosas han cambiado muy poco o que determinados ciclos van y vienen en el tiempo.

Movida o bakalao, that is the question…

Yo veía La Edad de Oro con avidez, completamente maravillado. En Valencia habíamos patentado la juerga perpetua antes incluso de que el bakalao fuera un mero cigoto. Casi todo resultaba tan efímero como las mismísimas fallas. Una cosa es pasarlo bien y otra, que la diversión acabe generando hechos trascendentes, obra imperecedera. La historia ha demostrado que esto último es posible, pero eso no implica que eso se dé siempre que alguien decide coger una guitarra. Para mí las cosas que ocurrían en Madrid eran auténticos acontecimientos. Por medio de Estricnina, el fanzine que editaba había entablado relación con mucha de la gente que ahora aparecía en aquel programa, dándoles visibilidad, haciéndolos reales en medio de lo cotidiano de aquella España que ya entonces se detestaba a sí misma. Músicos y artistas increíbles al alcance de mi mano, cantando en mi idioma. A algunos de ellos los entrevisté y los fotografié solo por el placer de hacerlo, porque era lo que quería hacer. Veía La Edad de Oro y no entendía como sus detractores en la prensa podían ser tan crueles con un programa que, incluso reconociéndole las imperfecciones, era mucho más que un oasis. Entonces nos parecía un milagro un programa así. Ahora nos parece directamente algo imposible. Quizá hayamos ido a peor. Mientras, siguen surgiendo voces que condenan aquello llamado movida, tachándolo de estafa. Hoy ya incluso se afirma que la ruta del bakalao fue mucho más auténtica que todo aquello. Es decir, Chimo Bayo versus Alaska, Auserón, Bonezzi, Berlanga, Pérez Villalta, García Alix, Poch, Eduardo Benavente y un largo etcétera. Como somos un hatajo de necios, los políticos se inventaron la movida para distraernos mientras llevaban a cabo su plan maestro. Como somos idiotas, ahora nos vamos a creer que un fenómeno potenciado por locales nocturnos que lo único que deseaban era vender copas, fue una genuina revolución cultural. Ahora mismo coinciden en las librerías dos libros sobre ambos temas: Esto no es Hawai, de Jesús Ordovás, y La movida modernosa, de José Luis Moreno Ruiz. Que cada cual lea a su libre albedrío y elija la visión que más le convenza. De hecho, quedarse con lo más convincente de ambas sería lo suyo.

Aquel plató

El motivo real por el cual he elegido hablar de La edad de Oro no es para debatir sobre la movida y mucho menos para defenderla a capa y espada de nada. Todo es susceptible de ser revisado a medida que pasa el tiempo y, sobre todo, nada que no sea puro puede ser sagrado. El motivo por el que he elegido hablar de aquel programa es que, para mí, al igual que la dichosa movida a la que representó, fue algo importante. Tuve la suerte no solo de verlo en la televisión, sino de acudir en tres ocasiones al programa. En una lo hice como espectador pero no logro recordar a qué grupo fui ver, seguramente fueran Los Monaguillosh. Sí que recuerdo que esa noche el galerista Fernando Vijande estaba entre el público. Vestido de traje, con su impecable clavel en la solapa, observando con ojos perversos y algo beodos a Ana Curra, que ese día oficiaba como azafata en el programa. Siempre me fascina ver de cerca a personajes a los que habitualmente veo en las revistas o la televisión. 

Con Dinarama

Las otras dos ocasiones que estuve dentro de La Edad de Oro fue como invitado, participando en las entrevistas que se realizaban antes y en medio del concierto. Ambas intervenciones fueron momentos cruciales para mí. Por el placer privado que suponía estar allí y por los personajes acerca de los cuales fui a hablar, que fueron Alaska y Dinarama y, unos meses después,  John Cale. El equipo de Chamorro me encargó el guión de un pequeño documental sobre Dinarama que, por el motivo que fuese, jamás llegó a realizarse. Para compensar el esfuerzo, me invitaron a comparecer en el programa el día que la banda presentaba Deseo Carnal. Los otros invitados eran Nick Patrick, productor del disco, Bibiana Fernández y una fan valenciana llamada Susana que era clavada a Brooke Shields. Era muy joven y había acudido al programa acompañada por su madre. En el salón de invitados, donde se daba un refrigerio antes de la emisión, irrumpió Almodóvar anunciando triunfalmente a la siempre espectacular Bibiana. Alguien, al ver pululando por allí  a la madre de la fan valenciana dijo: “Es como si Pedro Almodóvar hubiese venido por duplicado”.

Neveras y presidentes

Los recuerdos que tengo de aquella noche los conservo gracias a que dicho programa fue recuperado por TVE y también editado en DVD. De ese modo, he podido verlo tantas veces como he querido y recordar al dictado de la realidad. Como tantas otras cosas vividas en el pasado, no puedo dejar de verlo como si fuese una película, no como algo que me haya ocurrido a mí. Me veo  sentado, cerca de Alaska, Carlos Berlanga y Nacho Canut y es como si viera cine, como si aquella noche mi cuerpo astral se hubiese trasladado a aquel plató y mi cuerpo y mi mente se hubiesen quedado en Valencia. Recuerdo sobre todo la fecha. El día que Alaska y Dinarama estuvieron en La Edad de Oro fue el 6 de noviembre de 1984. Noche electoral en estados Unidos, el fin de una campaña en la que Reagan saldría reelegido como presidente. Me veo a mí mismo pensando en aquello, en lo raro que era estar dentro de la televisión en un día tan televisivo cuando todo el mundo andaba pendiente de los Estados Unidos y, seguramente, de aquel espacio de presentadora estrambótica  y escandalosos invitados. Allí estábamos nosotros, yo con mi pelo color cobrizo, fumando un cigarro durante una pausa publicitaria. Me recuero contemplando una de las pantallas del plató y, no sé explicar el motivo, pero me pareció fascinante ver el anuncio de aquella una nevera, de un blanco inmaculado, como si  la televisión se había tragado cualquier otra realidad posible.