Hoy es 6 de octubre
ALICANTE. Este año se cumple el centenario del nacimiento de la arqueóloga sueca Solveig Nordström, fallecida hace dos años. Como homenaje a su figura quiero recordar en estas líneas la tarde que tuve el privilegio de conocerla personalmente.
La primera vez que supe de la Sra. Nordström fue por Enrique Llobregat, director del Museo Arqueológico Provincial, ubicado entonces en la planta baja de la Diputación. Como es sabido, a principios de siglo se trasladó al antiguo Hospital Provincial, pasando a denominarse MARQ.
Conocí a Llobregat cuando era profesor de Historia el año que cursé 1º de Filosofía y Letras en el neonato CEU de Alicante, justo el anterior de decantarme por Medicina. Impartía las clases de forma muy didáctica y eso fue la llama que me inculcó la pasión por la historia y la arqueología. Como al finalizar las clases solía dirigirme a él para formularle preguntas sobre el tema que acababa de dar, fue naciendo entre nosotros una amistad que se prolongó durante muchos años.
En una de las jornadas veraniegas en las que me uní a sus excavaciones de los Baños de la Reina de El Campello (las primeras veces más que ayudar trataba de evitar romper alguna sigillata), le vino a la mente en un alto de los trabajos el nombre de Solveig Nordström. Me contó con su peculiar gracejo y hablar casi entrecortado, que en ocasiones le aparecía pues pensaba deprisa, el valiente acto que protagonizó Nordström una década antes.
Aconteció a principios de los sesenta, en pleno boom turístico y de especulación urbanística, cuando impidió que fuera destruido el Tossal de Manises —donde se localiza Lucentum, el antiguo Alicante— para levantar bloques de viviendas. Completó su semblanza sobre ella destacando que desarrolló una importante labor de investigación en la provincia y que él le profesaba una gran admiración.
Casualmente, varios años después, charlando un día con mi colega galeno Francisco Verdú salió a colación y me comentó que la conocía. Me aclaró que como su padre era fotógrafo del museo y que desde niño solía acompañarlo, poco a poco, se fue despertando en él su interés por el mundo antiguo. Me explicó que una de las veces que se encontraba en el recinto se topó con ella y le preguntó sobre una escultura que estaba observando en ese momento. Estos encuentros se fueron repitiendo y con el paso del tiempo surgió un mutuo aprecio que se prolongó hasta que falleció ella.
Me faltó tiempo para decirle que me gustaría conocerla. Así que una tarde nos montamos en el escarabajo de nuestro común amigo el músico y poeta Juan Miguel Asensi, que también gozaba de su amistad, y nos encaminamos hacia su casa de campo a las afueras de Benidorm. Durante el viaje me informaron que Nordström, además de arqueóloga, era profesora de yoga y de ballet clásico, especialista en la cultura de la India y que dominaba más de una decena de lenguas, entre ellas latín, griego y sánscrito.
A pesar del tiempo transcurrido, mi encuentro con Solveig —como la empecé a llamar desde entonces— aún pervive en mi memoria. Lo recuerdo de la siguiente manera. La bienvenida nos la dio un precioso pastor alemán que correteaba por el jardín. Solveig salió a recibirnos y Francisco me presentó indicándole que deseaba conocerla. Me saludó con un gesto muy afectuoso y nos invitó a entrar.
Pasamos a un amplio salón que revelaba que allí vivía una persona muy especial: estanterías repletas de libros y antigüedades, paredes adornadas con cuadros e ilustraciones, aparadores con portarretratos y distribuidas por la estancia plantas y flores. Recorrí el salón con la mirada y Solveig, al ver que me detenía en algunos objetos, se acercó a mí. Me dijo que eran souvenirs de los numerosos países del mundo que había visitado.
A continuación nos animó a acomodarnos en unas butacas y empezó a conversar con nosotros. A veces se pasaba del español al inglés o al alemán, pero no nos resultaba un problema entenderla porque podíamos seguir el hilo. Al rato quiso saber por qué quería conocerla. Le manifesté que sabía de ella por Francisco y Enrique Llobregat, pero cuando mencioné a este me interrumpió muy educadamente para decirme que era un gran arqueólogo y muy buen director. Tras este inciso, le pedí que me explicase cómo fue su gesta en Lucentum, pues aunque estaba al tanto quería escucharla con sus propias palabras.
Me contó que nada más llegar a Alicante conoció a unos arqueólogos que le hablaron de los peligros que corría Lucentum pues querían destruirlo para edificar, y que al saber esto se quedó sorprendida de que tal cosa pudiera suceder. Continuó señalando que, en ocasiones, se acercaba al yacimiento para contemplarlo, quizá por última vez, y que uno de los días que se encontraba meditando sentada sobre un muro, oyó de pronto el atronador ruido de un buldócer.
Imaginando lo que sucedía, se dirigió al conductor haciéndole señas para que se detuviera, y que cuando lo hizo le preguntó qué pretendía hacer a lo que le contestó: “Quitar esa basura —recalcó este término indignada— para edificar pisos y hoteles”. Entonces ella le dijo que no lo iba a permitir e inmediatamente se echó al suelo delante de la excavadora permaneciendo inmóvil. Prosiguió diciendo que se arremolinó mucha gente, periodistas y hasta la policía que quería meterla en el calabozo, pero que gracias a un amigo abogado no se la llevaron. Concluyó recordando que, finalmente, no construyeron y que al año siguiente El Tossal de Manises fue declarado Monumento Histórico-Artístico. Seguimos departiendo sobre los más diversos temas y al anochecer regresamos a Alicante.
Volví a coincidir con Solveig en varios actos culturales, aunque con el tiempo fui perdiendo el contacto con ella. Sin embargo, Francisco Verdú y Juan Miguel Asensi siguieron manteniendo una estrecha relación, llegando a ser, sin duda, sus mejores amigos hasta el final de su vida. Pasados los años, la recuerdo como una persona de una gran dimensión espiritual y humana, muy inteligente, afable y con un sentido del humor que impregnaba cualquier conversación por muy profunda que esta fuera.