En África los pájaros no tienen miedo. Sobrevuelan tu cabeza, aterrizan sobre la mesa, comparten tu desayuno. Te acostumbras a repartir las migajas también con los gatos que pululan por doquier, los que te exigen maullando por debajo de la mesa, pero que rehuyen tus caricias. En África los pájaros y los gatos son libres de ir y venir, de marchar y volver. Y esa libertad es la que hiere, la que se implora, la que se envidia. No hay libertad para los hijos de África de entrar y salir, de marcharse o quedarse. Sólo los elegidos pueden volver…, si quieren, si no mueren.
En el 8º Foro de Seguridad de Marrakech, AfricaSec 2017, se vislumbraron en el horizonte los fantasmas de la hégira. No la de las pateras que se hunden en el “mar nuestro”, en el mar Mediterráneo. No la de las caravanas que cruzan un océano de arena y sol con un cargamento que vaga solo, voluntario, abnegado, con la esperanza como horizonte. África es un país de adolescentes que huyen hacia el infinito.
Pero son los otros. Los hijos de la guerra, los guerreros de la nueva era, la vanguardia de un nuevo mundo que promete el cielo con la muerte. Éstos fueron los protagonistas de la conferencia organizada por el Centre Marocain des Études Stratégiques (CMES) en colaboración con la African Federation for Strategic Studies (FAES), bajo el título Enjeux stratégiques et les nouveaux sanctuaires du terrorisme (Cuestiones estratégicas y nuevos santuarios del terrorismo).
Y ése es el peligro que corre África aquí y ahora: convertirse en un santuario del terrorismo. Porque vuelven. Pero los hijos de la guerra no vuelven solos. Llegan con mil heridas en el alma, arrastrando el horror y la desesperación de un pueblo en huida perpetua que busca su lugar en el mundo. Y parece haberlo encontrado en el Estado Islámico. Un Estado universal que busca suplir los Estados fallidos de este continente desdibujado y dibujado a cartabón durante las sucesivas etapas coloniales, con fronteras naturales que se deslizan entre los dedos como la arena del desierto.
¿Y cómo devolver a su lugar, a sus casas, a un pueblo sin fronteras? Los hijos del Islam cruzan las fronteras naturales de su patria, dejando a su paso amigos y enemigos, haciendo la labor que no han hecho sus Gobiernos, el de cuidar de su pueblo. Y es en este camino de reconquista y de reconstrucción donde se encuentran los retornados, los hijos pródigos. ¿Cómo redimirlos y redistribuirlos -redeployment- con un espacio en la sociedad? Porque eso es lo que buscan, un lugar bajo el sol, el que les prometió el Estado Islámico antes de su retirada en Siria, el paraíso perdido.
Los últimos atentados en Francia y Alemania ilustran los riesgos inminentes que constituye el retorno de los combatientes yihadistas. Pero ello no concierne solamente a Europa, como quedó patente durante la conferencia de Marrakech. Desde el Norte de África, en una larga marcha en dirección contraria,la otra caravana cruza el Sahara hacia el resto del continente africano. Las fronteras que cruzan la línea imaginaria del Sahel, de Oriente a Occidente, ya hablan de la Yihad.
Los combatientes, en aparente retirada, cruzan el territorio comanche de Libia, desde la pequeña parcela de Estado Islámico que se levanta en el corazón de este “no-país”. Pero también alcanzan el cuerno de África, por la extensa costa de Somalia y atravesando el mar desde el Yemen, otro polvorín en llamas. El Este de África se debilita bajo la locura de Al-Shabab y Boko Haram. En el recuerdo, hallamos la ausencia de las 200 estudiantes nigerianas secuestradas.
Las cifras hablan. Más de 40 células terroristas ligadas a ISIS han sido desmanteladas entre 2015 y 2016. Más de medio millar de sospechosos han sido arrestados y, de ellos, casi un centenar eran retornados de Siria, Iraq, Libia. La fragilidad de los países vecinos sigue un sendero que se va resquebrajando a su paso, al paso de los retornados de la Yihad. Etiopía, Yibuti, Eritrea, Uganda, el Chad…, y así siguiendo un camino no escrito hacia Níger, Malí.
De costa a costa, el peligro de desestabilización eterna amenaza con el resurgir de movimientos terroristas alentados por nuevas almas dispuestas al sacrificio, como una estela que parece seguir el vuelo de las aves que emigran, también de Norte a Sur, también de Este a Oeste. Y así, hasta llegar a posarse ligeramente sobre la mesa, para compartir tu desayuno… o tal vez tu alma. Pero, esta vez, no buscan migajas.