El 13 de enero pasado se celebraron elecciones en Taiwán. Se trataba de la primera cita electoral de este año 2024 en el que prácticamente la mitad de la población del mundo tendrá que votar (incluso en el Club de Encuentro Manuel Broseta de Valencia). Algunas de estas elecciones, como la que tendrá lugar en Estados Unidos en noviembre, que anticipa una posible victoria de Donald Trump, van a tener una enorme importancia en las relaciones internacionales.
El caso de Taiwán también ha resultado muy relevante. La situación de Taiwán es compleja. China reivindica activamente que forma parte de su territorio mientras que la isla goza de una autonomía equiparable a un país independiente. Esta situación arrancó al concluir la guerra civil en China en 1949. Los nacionalistas liderados por Chiang Kai-Shek fueron derrotados por los comunistas de Mao Zedong lo que motivó que huyeran a la isla de Taiwán que había sido colonia primero de Portugal, luego de Holanda y durante casi 50 años de Japón. Por cierto, como anécdota histórica, los nacionalistas se llevaron con ellos las maravillas de arte chino de Pekín ahora expuestas en el insuperable Museo Nacional del Palacio en Taipei que contiene la más completa colección de arte chino del mundo.
Se impuso entonces una dictadura de partido casi único, el Kuomintang, hasta el año 1987 en el que se produjo una transición ejemplar hasta el modelo democrático establecido en la actualidad (he hablado de esto en esta columna antes). Precisamente la condición democrática de Taiwán hace que la relación con su colosal vecino, China, resulte especialmente difícil. En pocas palabras, se trata de uno de los puntos más calientes del planeta. Cualquier chispa podría desencadenar un conflicto a gran escala que enfrentaría a los dos grandes superpotencias (China y los Estados Unidos) de resultados catastróficos.
Las elecciones se han desarrollado de una forma impecablemente democrática con un proceso que ha puesto a las diferentes candidaturas en idéntica posición de igualdad de armas, evitando la creación de situaciones de ventajismos arbitrarios y sin argucias inconsistentes con los valores democráticos. Como no podía ser de otra manera si se pretende ser lo que se predica. Esto es fundamental para la legitimidad del gobierno que resulte de las elecciones. La legitimidad es un valor esencial ya que es el elemento clave, lo que motiva que las personas que ocupan puestos de responsabilidad sean respetados e incluso obedecidos. Algo distingo a esto acaba generalmente en la jungla. Es cierto, que no se han podido evitar determinadas interferencias no solo interesadas si no más bien amenazantes por parte de Pekín pero han tenido un efecto perturbador más mitigado de lo previsible como veremos más adelante.
Pues bien, las elecciones han dado la victoria al actual partido en el poder, el Partido Democrático Progresista (PDP) liderado por el médico que se hizo político, Lai Ching-e, y considerado quizás como el menos partidario de una integración con China en los términos planteados hasta la fecha (sí, en la retórica china se trata de un partido independentista). Con esto, el PDT consigue un éxito sin precedentes al revalidar su poder por tercera vez tras dos mandatos y tras unas elecciones complejas. Su resultado está cercano al 40% de los votos escrutados.
Por detrás están el Kuomintang (partido centenario que defiende posiciones más cercanas a China aunque la propuesta de su exlíder Ma Ying-jeou invitando a confiar en el presidente de China Xi Jiping ha resultado electoralmente letal) con el 33,5% de los votos y finalmente el nuevo outsider provocador y fresco, Ko Wen-je con un resultado cercano al 27% de los votos. El PDP a pesar de haber perdido su hegemonía parlamentaria ha consolidado su presencia nacional.
Lai ha querido ser conciliador en sus primeras declaraciones tras su victoria apelando, respecto a la relación con China, a encontrar formas que reduzcan la tensión y que permitan una comunicación más fluida. Expresamente ha manifestado la conveniencia de que se reemplace la confrontación por el dialogo y los intereses económicos que ambas partes comparten. Eso sí, Lai ha apuntado que, a pesar de que bajo la anterior presidenta Tsai se trataron de evitar gestos que pudieran irritar a China, en ningún momento se va a transigir con los valores esenciales democráticos ni se va a poner en riesgo su forma de vida basada en la libertad y el respeto a los derechos humanos.
No va a resultar una tarea fácil. Los resultados electorales van a llevar a un gobierno en minoría lo que podrá dar pie a bloqueos en relación con cuestiones determinantes como la decisión de incrementar su gasto en armamento ante un posible aumento de la asertividad por parte de China.
¿Cuál va a ser la respuesta de China a este nuevo gobierno en Taiwan? Esta es la pregunta del millón. Está claro que la opción del PDT es la más alejada de las tesis chinas partidarias de una reunificación. Durante la campaña China había planteado el resultado en términos muy dramáticos. Desde China se difundió repetidamente que el resultado de las elecciones podía acabar en una situación de paz o de guerra. Por ello no es infundado el temor de que China recurra a una respuesta militar. Por el momento nada de esto ha sucedido ni parece que vaya a pasar.
En efecto, es cierto que la retórica habitual de Pekín se ha radicalizado hasta el punto de que el canciller chino Wang Yi, generalmente ponderado en sus declaraciones (además de ser el dirigente chino más elegante en el vestir), manifestó desde el Cairo que cualquier iniciativa en Taiwán encaminada a la independencia será “duramente castigada”. También se han adoptado por parte de China ciertas represalias menores en el ámbito económico (pero no en lo más relevante que es el comercio de los semiconductores de cuya importación desde Taiwán China depende y esto no se ha prohibido). Por otro lado, se han multiplicado las maniobras militares con el propósito, con poco éxito, de intimidar al personal en Taiwán.
En efecto, todas estas acciones de China en los últimos años no han surtido efecto. La población de Taiwán se ha hecho a la idea de que un conflicto bélico puede darse en los próximos años pero viven con serenidad y cierto estoicismo. Además, saben que tienen a la Historia de parte. Eso ayuda a seguir y resistir con ganas y alegría. Por un lado, han conseguido implantar un república liberal y democrática que funciona muy bien. Por otro lado, se han convertido en una potencia económica decisiva por la fabricación casi en exclusiva de productos que son necesarios para la actividad económica global como los semiconductores.
Quizás es esta cuestión la que más preocupa a Xi Jiping. El problema de Xi no es Taiwán, es algo mucho más importante, es el posible (ojala) agotamiento del sistema autoritario en China. Parafraseando a Bill Clinton en su campaña de 1992 frente a Bush padre se podría afirmar “es la democracia y la libertad, estúpido”. En efecto, un autoritarismo solo cabe si es rentable y hay una mayoría de la gente dispuesta a pagar el precio de su libertad a cambio de su prosperidad económica aunque vivan en cierta indignidad (aunque nadie es nadie para juzgar esto). Sí, por el poder, por el dinero siempre se tiene que pagar un precio altísimo.
Cuando un sistema autoritario empieza a griparse en lo económico es cuando se vuelve a invocar la libertad. Es decir, acepto autoritarismo si me cubres las necesidades materiales. No obstante si dicho sistema es incapaz de generar una economía boyante, la opción es ser más pobre pero al menos hacer lo uno quiera y ser libre. Recordemos la frase de la mítica Janis Joplin en su inolvidable canción Bobby Macgee: “Freedom is just another word for nothin' left to lose” es decir la libertad no es más que otra palabra para designar las situaciones en las que uno siente que no tiene nada que perder. Y es con este sentimiento que las transformaciones sociales se producen.
Obviamente China no está en la actualidad en ninguna situación de colapso económico. Esto fue lo que le sucedió a Unión Soviética. No ganaron ni los americanos ni el mundo libre. Simplemente tenía un sistema económico colectivista y demencial que no funcionaba y no servía para asegurar la subsistencia de su castigada población. El caso de China es mucho más complejo puesto que ese hibrido de capitalismo y autoritarismo parece imbatible. Sin embargo, en los últimos años los resultados económicos están dejando mucho que desear. Veremos qué pasa, como explican algunos analistas, si esta situación de acentúa. Solo en ese momento podrán producirse cambios. Eso sí, confiemos en que no se nos lleven a todos por delante. Yo me iré a Jávea.