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El regreso del hotel Okura (y economía japonesa)

19/05/2024 - 

Hace un par de semanas, a finales de abril, tuve la fortuna profesional y personal de volver a visitar Tokio para asistir a la celebración de la reunión anual de la Inter Pacific Bar Assotiation (se trata de una interesante asociación de abogados a los que nos une un interés en el área del Pacífico). Formé parte de una ponencia sobre el nuevo (y polémico) Reglamento sobre subvenciones extranjeras de la Unión Europea. Hacía casi 7 años que no regresaba a Tokio. Era una de mis ciudades favoritas a las que viajaba muy a menudo la época en que viví en Pekín. De hecho, cuando el nivel de saturación (por la extraordinaria intensidad) de estar en China se disparaba, solía desplazarme a Tokio. 

Estas visitas tenían un efecto terapéutico al estar en un lugar que funcionaba siempre como un reloj, con una cultura singular y diferente y como antídoto eficaz frente a la naturaleza siempre excesiva y apasionante del Imperio del Centro. También en esta ocasión he tenido la oportunidad de poder hablar con numerosos empresarios y abogados japoneses que han podido trasladarme de primera mano algunas de sus percepciones sobre la actual situación económica de Japón. Se trata de testimonios valiosos, por su profundo conocimiento de la situación nipona. Y he podido también hospedarme en uno de mis hoteles favoritos, el legendario hotel Okura. 

Así, he tenido la idea de hacer este artículo como algunas de mis canciones favoritas que se caracterizan por su dualidad. En efecto hay canciones que son al menos dos canciones en una. Hay muchos ejemplos como Can’t take my eyes off you (canción romántica de 1967 mezclada con un bailón cabaret) o Layla de Eric Clapton (rockera desgarrada y luego extrañamente melancólica) o el tango Los Mareados (del gran Juan Carlos Cobián, que misteriosamente en un primer momento se llamó Clarita y que arranca en valsecito y acaba en declaración trágica). De esta forma, voy a hacer referencia a la peculiar situación económica de Japón para luego detenerme en la estupenda experiencia de pasar unos días en el nuevo hotel Okura.

Vayamos por partes. Este año, ya pude pronunciarme en esta columna sobre el increíble auge de los precios de la bolsa japonesa bajo los auspicios de empresarios exitosos como Warren Buffet que habían recomendado a los inversores la compra de acciones de compañías japonesas por entender que su valor actual es muy inferior a su valor real. Este fenómeno ha tenido como efecto un aumento de los precios de las acciones a niveles de los años 80 y previos a la larga crisis que ha afectado a Japón desde entonces. Sin embargo, y de forma simultánea, este indicador, que es positivo, ha convivido con una entrada en recesión del país lo que resulta muy sorprendente. Esto ha tenido como efecto directo que Japón haya abandonado su puesto como tercera economía mundial para cedérselo a Alemania, cuya economía, como nos consta, tampoco está en su mejor momento. La explicación está probablemente en la debilidad del yen respecto al dólar al haberse devaluado la moneda japonesa en casi un 10%. 

Las consecuencias prácticas son claras: por un lado es un gran momento para la exportación de productos japoneses al resultar mucho más competitivos. También el turismo, que era una actividad más residual hasta la fecha (el milagro japonés se basó en una industrialización inteligente y selectiva), se está beneficiando enormemente. Y de hecho, aprovecho para afirmar que ahora es el momento de visitar Japón. Tokio nunca fue una ciudad barata pero actualmente si la comparamos con Nueva York o Londres resulta especialmente accesible. Por otro lado, se ha producido un impacto igualmente en la actividad bursátil ya que las empresas no solo estaban infravaloradas (como apunté antes, está ha sido la motivación de Warren Buffet) si no que, además resultan especialmente atractivas por el tipo de cambio favorable, para los inversores extranjeros. Esto hace que las actividad corporativa, intensa, es claramente domestica ya que las adquisiciones de empresas japonesas en determinados mercados internacionales se están viendo penalizadas por la debilidad del yen. Algunas de las personas que vi durante mi visita manifestaron que este proceso eventualmente puede conducir a un fortalecimiento empresarial que podría contribuir en unos años a una nueva ola de inversión japonesa en el exterior. Veremos.

Pero pasemos ahora al Hotel Okura, de Tokio, que muy probablemente es de lo que yo quería hablar. El hotel Okura ha sido desde 1962 uno de los símbolos de la ciudad. Representaba la recuperación de Japón tras una posguerra dura. Y lo hacía integrando la esencia de la tradición nipona con un modernismo occidental de gran belleza y fuerza. La pureza es aburrida, y además no existe, y el Okura es un ejemplo perfecto de mestizaje de tradiciones. De ahí su fuerza. Era un híbrido irrepetible: japonés pero modernista con mucho carácter y también un producto perfecto de su tiempo. Era tradicional y, a la vez, miraba a lo lejos. Muy local y también internacional.  

Se inauguró precisamente con ocasión de las olimpiadas de Tokio de 1964 que fue como la vuelta de Japón al mundo (algo así como las olimpiadas españolas de 1992). Durante 53 años ha sido uno de los centros neurálgicos de la ciudad (ese inolvidable Orchid bar siempre en la penumbra y con una cocktelería sofisticada y letal) y ha albergado a ilustres visitantes: a todos los presidentes americanos desde Gerald Ford (la cercanía de la Embajada americana contribuía a ello, de hecho el Okura era denominado por el personal diplomático estadounidense como “the Annex”), a Margaret Thatcher, Jeanne Moreau (le entusiasmaba), a Harrison Ford, a John Lennon y a Yoko Ono. Además ha sido el inolvidable escenario de películas como Solo se vive dos veces o del último filme de Cary Grant Walk don’t run que en España se tradujo inexplicablemente como Apartamento para tres. Cary Grant, lamentablemente, no consiguió habitación.

En 2015 se tomó la decisión, igualmente por unas olimpiadas (esta vez las de 2020), de derribar el hotel y sustituirlo por dos nuevos edificios de 41 (el Okura Prestige) y de 12 plantas (el Okura Heritage). La empresa propietaria del hotel se comprometió a reproducir alguno de los elementos icónicos del hotel: como el magnífico hall, o las famosas lámparas o las asientos en forma de flor de ciruelo. Este proyecto de renovación ha sido objeto de una encendida polémica, quizás más internacional que local. Sin embargo, era necesario que el hotel volviese a ser competitivo (las habitaciones se han reducido de 800 a 508 pero más grandes y por el doble de precio) y, además, debía de ajustar su construcción para estar a prueba de terremotos. Es cierto que supone la muerte de una época y esto alimenta la melancolía, pero el hotel resultante es de gran calidad a pesar de todas las críticas que ha recibido. 

La reforma ha estado a cargo del brillante y depurado arquitecto Yoshio Taniguchi (que ha sido, a su vez, el artífice de la ampliación del Moma en Nueva York), curiosamente hijo del arquitecto que hizo el edifico original, Yoshiro Taniguchi por encargo del su primer propietario Kishiro Okura. Creo que el resultado es satisfactorio. Es cierto que su encanto del pasado para los que lo conocimos puede haberse reducido, pero su supervivencia exigía una reforma en profundidad que es la que se ha acometido. Y no está exenta de gran simbología. Quizás todo gran país, como Japón, necesita de este tipo de transformaciones con raíces en su propia historia y a la vez proyectándose con asertividad al abismo del futuro, para recuperar la fuerza con energía renovada y, de esta forma, asegurarse la longevidad juvenil que representa este nuevo Okura.

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