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El relaciones de Distrito 10 que se hizo rico y luego regaló su fortuna

Vicente García Ramos, El Callejero, Fernando Miñana
18/12/2022 - 

El corazón de Vicente parece que lata menos de veinte veces cada minuto. No gesticula al hablar, no se arruga su rostro, no se altera su voz. Vicente te observa como quien está en misa un domingo de resaca. Pero ese corazón parece el de un hombre bueno. Su cara transmite bondad y cansancio. Un cansancio que le arruinó la vida. O se la salvó, vete tú a saber.

Vicente García Ramos tiene 54 años y un pasado en el que dio una voltereta difícil de creer. Un día, después de un brote psicótico en el que creyó escuchar a Dios tras varios días sin dormir, entendió que tenía que desprenderse de su fortuna para salvar a su mujer de la muerte. Y se puso a ello. Al día siguiente se fue a un concesionario, entró y le dijo al comercial, que casi se cae de espaldas, que le cambiaba sus dos coches de rico por uno nuevo de pobre. Vicente le ofrecía hacer un trueque: sus dos Volvo, un S60 y un S40, por un Peugeot 307. Días después fue a visitar a los inquilinos de los dos apartamentos que tenía en primera línea de la playa de Cullera y les ofreció quedárselos a cambio de hacerse cargo de la hipoteca. Y así con todo.

Vicente era hijo de los dueños de la lejía de Los Tres Ramos, un producto que se hizo muy popular en el siglo pasado y que muchos valencianos tarareaban de memoria la canción que se creó para promocionarla en la radio ("lava, lava, solo con la lejía de Los Tres Ramos / lava, lava, con ese gran producto que es un primor..."). Su padre quería que Vicente entrara a trabajar en la fábrica, pero el chaval había tomado un camino que era infinitamente más seductor que estar dentro de una nave en el extrarradio de València.

Antes, con doce años, le pidió a su padre que le comprara una cadena de música. "Pero entonces él me dijo que valía mucho dinero y que, si me la compraba, iba a tirarme mucho tiempo sin recibir mi asignación semanal. Le dije que bien y me busqué la vida". Eran los 80 y en esa época se pusieron de moda las fiestas para estudiantes los viernes por la tarde en discotecas como Distrito 10 o Jardines del Real, al lado de Viveros. Vicente estudiaba en Dominicos, pero además tenía otro grupo de amigos del apartamento de Cullera, otro del chalet en El Vedat y luego estaban los de los dos deportes que practicaba: el baloncesto y el tenis. "Tenía una fuerza comercial muy grande para la edad que tenía. Muchas redes de grupos diferentes.

Así que enseguida me ofrecieron ser relaciones públicas y me metí. Estaba bien pagado, pero con trampas. El sueldo era muy bajo pero ganabas mucho en comisiones, aunque ellos no lo sabían. Las fiestas de colegios no las poníamos a nuestro nombre, las poníamos a nombres de personas diferentes. Teníamos entradas VIP y eso nos daba mucha fuerza porque podías invitar a consumiciones a quien quisieras. Así que se vendían las entradas y nos quedábamos la comisión. Para el gerente, esas fiestas eran para subvencionar viajes de fin de curso, pero, en realidad, el dinero era para nosotros".

Sus primeros negocios

Aquel dinero fácil le puso en una órbita inalcanzable para los chicos de su edad, de 15 o 16 años. Vicente iba a clase en una Vespa y vestía con ropa de marca. En el colegio corrió la leyenda urbana de que le había tocado la lotería. "Pero era mentira. Mi padre había ganado con la quiniela, pero la historia era que yo me ganaba muy bien la vida. Me metí en ese mundo y me gustó. Tener esa edad y estar manejando en la mejor discoteca de València era algo muy chulo". Primero lo cogieron como relaciones públicas de tardes, luego pasó a ser el responsable de una sesión de tarde y, finalmente, relaciones públicas de noche.

Ahí prendió su espíritu emprendedor. Con el dinero de Distrito 10 decidió invertir en un negocio y con 19 años abrió Regata, una tienda de ropa para los niños pijos de Cánovas, en la esquina de Císcar con Conde Altea. "Duró unos diez años, aunque yo aguanté menos y fui montando más cosas. A los dos años abrí una hamburguesería en Conde Altea, Chip Burguer; luego, con otros socios, monté un pub de rock en la calle Císcar, El Cairo".

Aunque todo, en realidad, germinó el día que su padre le dijo que si quería la cadena tendría que estar dos años sin 'paga'. A los dos años, Vicente fue a recordarle a su padre que vencía su 'contrato' y este le dijo que si se las había apañado sin su dinero durante veinticuatro meses, podía seguir sin su ayuda. Y así fue.

Vicente acabó en Dominicos y se matriculó en Derecho. Pero la perspectiva de estar seis años estudiando, sin ganar dinero, no le convenció y se lo dejó. "Yo en aquel momento ya tocaba mucho dinero por Distrito y por las fiestas de Nochevieja, que organizábamos muchas por toda València: Alameda Palace, Xúquer, Ateneo, sala Kataoria, Feria de Muestras... Teníamos una sociedad, con once socios, que controlaba el 75% de la venta de las entradas de Nochevieja". Este joven empresario siempre fue el cerebro de sus negocios, a menudo compartidos con otros socios. Y aunque trabajó la noche, no se confundió. "Nunca se me fue la pinza. Siempre fui muy centrado. Nunca me drogué. A mí me gustaba ir a comer a restaurantes de lujo. Tenía una novia y estaba más centrado. A los 16 tuve Vespa. Y a los 18, coche, un Ford XR3 que también pagué al contado. En aquel momento pensaba que todo era muy fácil de conseguir".

Este valenciano fue pasando de un negocio a otro. Después vendrían Woodstock, Diablito, Warhol... Siempre en la hostelería. "Y trabajé como jefe de sala en tres discotecas. Luego nos fichó Roxy y también estuvimos una temporadita en Barraca. Me ganaba muy bien la vida porque nunca me descentré. No he hecho grandes excesos y he comprado bastante patrimonio".

La crisis y su crisis

Su vida avanzaba con viento de cola. Hasta que llegó la crisis de 2008 y todo se tambaleó. Vicente tenía 40 años, mil frentes y un horario demencial. Como tenía restaurante, pub y discoteca se pasaba el día trabajando. Mañana, tarde y noche. La preocupación por el sueldo de un buen número de empleados de sus negocios agudizó esa obsesión enfermiza por el trabajo y comenzó a quitarle horas al sueño. Él dice, o cree, que no dormía nada. Durante días.

Sus negocios no se resintieron especialmente, pero Vicente no era rico por las copas que vendían en Warhol, Vicente era rico por su habilidad para soltar y coger negocios en el momento oportuno. "Yo los cogía cuando estaban mal, los subía, los traspasaba y con eso ganaba un dineral. Woodstock, por ejemplo, lo compré por 5 millones y lo traspasé por 40. Regata lo cogí sin traspaso y luego lo traspasé muy bien. Warhol lo cogimos por 25 millones, creo recordar, y lo vendimos casi por 70. Pero con la crisis ya no se podía hacer eso. Así que me estresé y tuve un brote psicótico".

Eso, lo del brote, lo averiguó después. Porque lo que él vivió, lo sintió como algo real. Un día, en 2010, estaba en la ducha cuando parpadearon las luces del cuarto de baño y, de repente, escuchó una voz "profunda y grave" que le anunció que su mujer iba a morir. Él interpretó que eso era porque se había enriquecido con locales de ocio nocturno y mala vida. "Era como si Dios me hubiera puesto en mi sitio. Así que yo, para quedarme tranquilo, tenía que quedarme sin patrimonio. Y empecé a hacer cosas raras...".

Fue entonces cuando sucedió lo de te cambio mis dos coches de rico por uno de pobre. O lo de los apartamentos. O la vieja nave de 'Los Tres Ramos' que casi regaló a unos empresarios que querían abrir un puticlub. Su mujer no entendía nada. Nadie entendía nada. Eso sí, no quiso arrastrar a Carmen, la madre de su hija, en su delirio, y le ofreció un divorcio lleno de concesiones: coche, vivienda, participación en un negocio... "Gracias a eso ahora tengo una buena relación con mi mujer y mi hija".

Antes, Carmen le obligó a ir al psiquiatra. Ella no se tragaba lo del mensaje divino y quería que un profesional analizara qué le pasaba a su marido. Antes de eso, el médico de cabecera le había recetado Trankimazin. "El problema es que el Trankimazin, cuando se te ha despertado el brote psicótico, te lo alimenta. No consiguió que durmiera. El psiquiatra no supo qué me pasaba, pero sí que debía dejar esas pastillas por otra cosa, y que volviera la semana siguiente. Yo no contaba nada porque era una conversación secreta con Dios y yo estaba cumpliendo mi misión. Pero a la semana me dijo que lo que tenía era un brote psicótico. Yo insistía en que no, que Dios me había engañado, que yo no me había muerto. Me dijo que debía ingresar inmediatamente en el pabellón de Psiquiatría del Peset. Llevaba mucho tiempo sin dormir. No dormía nada".

"Se me caía la baba"

Vicente fue al Peset y solicitó el ingreso voluntario. Allí dentro pasó una semana entera. "Estaba desubicado. La cabeza no iba bien. Pensaba muchas cosas muy raras. El ingreso lo entendí como un alivio porque estaba totalmente descentrado". Por aquel entonces su padre ya había fallecido y su madre tenía alzhéimer. Así que su hermana, María Dolores, que estaba cuidando a su madre, se hizo cargo también de él.

Salió del Peset atiborrado de medicamentos y se encerró dos años en casa de sus padres. La medicación le permitía dormir, pero anulaba todos sus sentidos. Vicente era poco más que un vegetal. "Se me caía la baba, miraba la tele y no la entendía. Pensaba que me había quedado tonto, pero mi hermana decía que no, que era por la medicación y que poco a poco iría recuperándome. La medicación te anula, te deja el cerebro en blanco. Pero se ve que eso es lo que hay que hacer".

A los dos años y medio, asomó la cabeza por la puerta. Poco a poco, fueron reduciéndole las dosis de los medicamentos y la niebla se fue dispersando de su mente. Unos amigos de su hermana fueron un día de visita a casa. Uno de ellos le contó que había estudiado Administración y Finanzas, y Vicente se quedó pensativo. Meses después se matriculó en técnico superior de Administración y Finanzas y se lo sacó con buenas notas. "Ahí fue la primera vez que vi que no estaba mal de la cabeza. Iba a clase y muchas veces me quedaba dormido, pero el psiquiatra me hizo un papel para que pudiera mostrarle el profesor qué me pasaba y gracias a eso pude seguir. Ahí yo ya había tramitado los papeles de mi discapacidad".

Al cabo de esos dos años y medio, paseando por la calle Colón, se cruzó un día con Santi Martínez, compañero desde los años felices de Distrito 10 y socio en algunos negocios, y le propuso, para echarle una mano, entrar en 55 Polo Club. "Estuve tres años, hasta que me cansé, vendí mi participación y me salí. Pero esta vez no la regalé".

Vicente no termina de hablar abiertamente de arrepentimiento porque, dice, no puede estar seguro al cien por cien de que no fuera Dios quien le habló aquel día en la ducha. "No se puede saber", se limita a responder con su tono pausado en la plaza que hay tras las Torres de Serrano. "Pero si finalmente sí fue un brote psicótico, pues sí que me arrepiento un poco, pero ya está hecho".

Después de estudiar para técnico superior, se puso a estudiar Derecho. Llegó hasta cuarto. En cuanto llegaron los exámenes, volvió a estresarse y sufrió otro brote psicótico. Ahí entendió que necesitaba llevar una vida más 'chill' y, con 47 años, dejó la carrera. "Nunca me ha faltado dinero porque pedí una pensión de discapacidad permanente, que al principio era en grado de total, luego como no conseguía trabajo pedí una incapacidad permanente absoluta, y vas viviendo. Pero es una pensión pequeña".

Los médicos le recomendaron participar en actividades en el centro de salud. Salir a caminar con otros pacientes, hacer un taller de escritura creativa y cosas así. "Un día, la terapeuta ocupacional me dijo que ella me veía bien y que debería hacer un curso de atención socio-sanitaria a personas dependientes en instituciones sociales. Hice ese curso y con esa titulación salió una oferta en Nautae, una asociación de salud mental, y me cogieron. Estuve tres meses y medio porque era con una subvención. Cuando se acabó la subvención, se acabó el trabajo. Entonces fui a Asiem -un centro de orientación y apoyo en salud mental, y estoy trabajando allí desde febrero de 2021. Y ahora estoy también en un centro de salud mental que se llama Pere Bonfill como voluntario, atendiendo o cuidando a otros pacientes que están mal y tratando de aportarles desde mi experiencia personal".

-¿Echas de menos tu antigua vida?

-No (tajante).

-¿No echas de menos ir a restaurantes de lujo?

-Un poco...

-Tú me escribiste y me ofreciste contar tu historia. ¿Por qué?

-Porque pienso que es bueno que la gente sepa que esto le puede pasar a cualquiera. Yo tenía muchos negocios y mucho patrimonio y todo me iba muy bien, pero tuve un brote y lo perdí todo. Eso me pasó a mí pero le puede pasar a cualquiera. Hay que tener mucho respeto por no dormir. Y yo no se lo tuve.

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