VALÈNCIA. Sin desmerecer el trabajo diario de nadie, la Feria de Julio o Gran Fira, bautizada así por la Concejalía de Cultura Festiva, en mayor o menor medida debe repensarse. El conjunto de actividades no difiere mucho del programa puesto en marcha por el Ayuntamiento de València en el periplo que abarca desde septiembre a noviembre con su plan de actuación de “cultura als barris” Excluyendo, claro está, las preselecciones de las falleras, los castillos de fuegos artificiales, los conciertos de música, la batalla de flores y las corridas de toros. La Fira no altera el ritmo cardíaco de los valencianos. Se ha democratizado en exceso. No conecta con la mayoría de los públicos. Diseminada por los cuatro costados, invisible para muchos, apagada para otros, la Feria de Julio no luce lo que debería de brillar. Descafeinada, no influye apenas en la ruta diaria del lugareño o forastero en su tiempo de ocio.
Las circunstancias actuales no son las más propicias para la expansión de la fiesta por varios motivos: la fuga de los residentes del Cap i Casal a segundas residencias, bien sea a casas de campo, apartamentos, chalets, o escapadas nacionales y viajes internacionales, factores determinantes que no lo eran en el pasado. O por el atractivo turístico que genera hoy en día la ciudad de València con su amplia y variada oferta de pasatiempos claves para la alternancia: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el Bioparc, la importante red de museos, los centros comerciales, la Marina, los festivales de música, las salas de fiestas y otros tantos, creados a posteriori. Además de no contar con la suficiente visibilidad frente a otras fiestas celebradas durante el mes de julio en poblaciones colindantes o de ámbito nacional, compitiendo con ellas a un segundo nivel.
Descentralizarla ha perjudicado en exceso a la fiesta, sacarla a pasear en cabalgata por los barrios no es buena opción. La Feria de Julio no responde a las expectativas creadas por muchos de los ciudadanos de la capital del Turia. Desconocen su programa. ¿Es necesario el actual formato? València, ciudad eterna de la fiesta, debe reconducir su feria de verano. Repensarla. Los feriados lo agradecerán. Reducirla en tiempo, focalizarla en espacio. Darle el toque original de antaño. Removerla al Pla del Real, ubicarla y centralizarla en el afrancesado Paseo de la Alameda. Vertebrar la ciudad por el borde del antiguo cauce del río a través del evento centenario en diagonal con el mar, como lo hicieron los antiguos conciertos de Fallas. Extenderla al balcón del mar.
Los jardines reales, denostados, son los grandes perjudicados por la reconversión del antiguo cauce en el pulmón verde de la ciudad. El nuevo escenario del Jardín lúdico no le ha venido bien a los Viveros, que han envejecido sin cirugía. La Feria, pieza angular, debe servir de ejercicio rehabilitador de los aristocráticos jardines, modernizándolos y ubicándolos en el mapa de la ciudad postal de València del siglo XXI. En apenas dos años se cumplirá el 150 aniversario del natalicio ferial, es el momento de devolverle a la Feria de Julio el esplendor y grandeza del pasado. Alumbrarla, embellecerla e internacionalizarla dándole una palmadita a los Viveros. Reconstruir los bellos pabellones modulares, punto de encuentro de los valencianos en el siglo pasado y patrimonio inmaterial de la fachada de la fiesta, hoy memoria gráfica de la València desaparecida o del filacterio de recuerdos u objetos. A pocos días de su acto central, en su enclave natural, la Batalla de Flores clausurará el ejercicio festivo, motivo de reflexión para darle un empujón. Nos lo merecemos.