¡”Europa primero”! Federica Mogherini, la “ministra” de exteriores de la Unión Europea, ha hablado claro en su visita a Barcelona. Ésta ha sido la valiente respuesta de la comisaria europea a las presiones de Theresa May y su cohorte de euroescépticos, a Donald Trump con su enésimo discurso imperialista y a la derecha neofascista que acaba de resucitar en la ciudad alemana de Coblenza anunciando un nuevo amanecer, perdón, una nueva Europa
Y éste es el reservoir dogs, el callejón sin salida en el que se encuentra el Gobierno británico después de su segundo revés en los tribunales. La Corte Suprema del Reino Unido, con los votos de ocho magistrados a favor y tres en contra, ha decidido que es el Parlamento el que debe decidir sobra la salida de la Unión Europea. Ni el 48% del pueblo británico ni su Gobierno de mayoría conservadora son soberanos para tomar una decisión que afecta a los derechos fundamentales de todos los ciudadanos y que debe ser tomada por una mayoría parlamentaria cualificada.
Vale. Esto no es el fin del Brexit, sino tan sólo un pequeño retraso en el calendario de Theresa May y su Ministerio del Exit —que es como se llama—. Y no sólo porque deben convocar al Parlamento para que, a través de sus dos cámaras, lo sometan a votación. También, y como punto mas importante, porque los jueces supremos, con una sentencia salomónica, han decidido que no es obligatorio que esta cuestión se someta a los Parlamentos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
Hay que recordar que Escocia e Irlanda del Norte son contrarios a su salida de la Unión. Es más, Escocia amenaza con convocar un nuevo referéndum para su independencia si el Brexit llega a su fin. Tampoco Gibraltar es partidario. Salvados los parlamentos nacionales, el Brexit no peligraría y más aún si tenemos en cuenta el giro dado por el partido laborista, otrora europeísta, para no perder a sus votantes de la working class.
La denostada y casi desaparecida clase obrera británica, la protagonista de la Revolución Industrial, la que levantó los primeros sindicatos y se levantó por los derechos de los trabajadores, con las Trade Unions…, ha fenecido. O, mejor, la han expulsado del sistema y ha abominado de sus orígenes, ofreciendo su voto virginal, cual diosa griega, al UKIP —United Kingdom Independence Party—, el partido de la ultraderecha inglesa. La demonizada clase obrera británica, como la calificó Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera, la que nunca votará al partido conservador, ha vuelto la espalda a los principios de solidaridad e igualdad que la llevaron a luchar en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española contra el fascismo, y ha cargado contra la Unión Europea como causante de todos sus males.
Ahora cargarán también contra el Tribunal Supremo, que no se ha dejado avasallar en el ambiente hostil que se respira nada más aterrizar en Londres. De nada ha servido para su decisión la presión de los medios de comunicación, en su mayoría y descaradamente contra el Brexit. Recordemos el titular que publicaba en su portada el Daily Mail hace dos meses, llamando Enemigos del pueblo a los tres jueces del Tribunal Superior que dictaron la primera sentencia contraria al Brexit. De nada han servido las amenazas de muerte contra Gina Miller y su equipo, la denunciante que ha llevado al Ministerio del Exit a los tribunales. Lo que sí ha servido, al menos para la Justicia, es el asesinato de la diputada laboralista Jo Cox, que defendía la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Tiroteada y apuñalada durante la campaña por el referéndum por un exaltado, al grito de “Britain First” —“Gran Bretaña primero”—, Jo Cox, de 41 años y madre de dos hijos pequeños, es la mártir del Brexit. Recordémosla.