El mundo cambió en 2020. Y a mediados de 2021, un tímido optimismo nos empuja a pensar que nos encontramos ya en los aledaños de esta crisis. Hasta parece factible creer en la epifanía de los arcoiris pintados y mensajes escritos en los balcones donde, como en la canción, se anunciaba que “tot anirà bé”.
Para parte de la sociedad española, este anuncio no era inocuo. Resultan innumerables los ejemplos de prácticas que desde el estallido de la emergencia sanitaria buscaron mejorar la situación de la población: los restaurantes que repartieron comida, los profesionales que ofrecieron sus servicios gratuitos por Internet y los vecinos que atendieron con su cuidado y compañía a sus cohabitantes más mayores.
A pesar de las diferencias entre estas acciones, todas ellas pueden considerarse muestras de resiliencia. El concepto anterior surge como una clave para comprender las múltiples muestras de solidaridad y apoyo mutuo vividas durante estos meses. La resiliencia designa la capacidad de un sistema o individuo para resistir a periodos de estrés. Cuanto más resiliente es una sociedad, mayor habilidad demuestra para absorber los efectos de una crisis, reponerse a ellos y convertirlos en una respuesta positiva.
La ciudadanía española mostró su resiliencia de diversos modos a fin de superar las consecuencias económicas, políticas y sociales de la pandemia desde la primera ola. Un ejemplo paradigmático de ello lo conformó Coronavirus Makers, una red de investigadores, desarrolladores e ingenieros que diseñaron y fabricaron equipos médicos de emergencia, como respiradores para unidades de cuidados intensivos, protectores faciales, mascarillas, electroválvulas, etc.
Cabe no olvidar que en 2020 España sufría la mayor incidencia de covid-19 en Europa (junto con Italia y Reino Unido) y que en marzo se contabilizaban más de nueve mil casos de esta enfermedad. Ello supuso, entre otras consecuencias, el riesgo de colapso de los hospitales públicos y la falta de material médico especializado para combatir la enfermedad. En este contexto de emergencia sanitaria, Coronavirus Makers demostró gran capacidad para emplear diversas herramientas y espacios, tanto presenciales como en línea.
En términos de uso tecnológico, utilizaron canales de difusión internos y externos para compartir plantillas, preguntar dudas, solicitar insumos y organizar el envío de material a los hospitales, entre otros. Las impresoras 3D, que desde hace un tiempo han comenzado a instalarse en hogares para su uso individual, se posicionaron como una herramienta clave para la fabricación de los aparatos médicos que posteriormente se donaban a hospitales.
En cuanto al ámbito de actuación, la red dibujó una compleja organización que alternaba el ámbito local con el nacional. Múltiples voluntarios unieron sus esfuerzos para crear diseños según los protocolos médicos requeridos. Al mismo tiempo, surgieron diversos nodos locales en Cataluña, Galicia, Madrid o Valencia, por ejemplo. Esta distribución respondía a la posibilidad de generar un impacto en los lugares más cercanos y a la vez superar las medidas de distanciamiento social establecidas.
Este uso avanzado de las tecnologías y su organización les permitió demostrar la resiliencia de la sociedad española, que identifica un aspecto de la crisis (la falta de material médico) y propone una solución (mediante la fabricación y donación de material médico). Pero Coronavirus Makers no nace de la nada. Desde hace tiempo, el movimiento maker ha promovido los valores del código abierto y los aplica a la construcción de diversos materiales e innovaciones con la intención de resolver problemas sociales.
Este hecho resulta también básico para entender la respuesta social a la pandemia, pues esta solo se comprende cuando se toman en consideración los movimientos sociales previos latentes, que facilitaron una organización rápida cuando las circunstancias lo demandaron. Y en España, un país de larga tradición en participación cívica desde la Transición, los ejemplos previos de fabricación tecnológica no resultan escasos.
Uno de los primeros espacios en contribuir al movimiento maker nacional lo constituye Medialab Prado, que en 2009 fabricó una impresora 3D autocopiable en un taller con su creador, Adrian Bowyer. De la aplicación de estas tecnologías nacieron proyectos como En torno a la silla, que explora prototipos abiertos y procesos de diseño colaborativo orientados a generar servicios de apoyo a la diversidad funcional.
Organizaciones como la anteriormente mencionada fueron impulsadas por el 15M, un dato que no puede ignorarse el año en el que las protestas de las plazas cumplen una década. También entonces se crearon redes de ayuda con el objetivo de satisfacer a los segmentos de la población que más sufrían la crisis económica de 2008. Esta forma de ayuda mutua llevaba implícita una crítica al sistema de mercado que había provocado el estallido de la burbuja inmobiliaria.
También el movimiento maker se asemeja en este punto al ciclo de movilizaciones precedente. Su apoyo a los hospitales públicos significaba también secundar el fortalecimiento del sistema sanitario (en sintonía con los aplausos diarios de las ocho de la tarde, que servían como ovación a sus trabajadores). Además, el hecho de liberar los diseños empleados para la creación de material médico ponía en cuestionamiento la existencia de patentes que, bajos los preceptos del copyright, impiden la distribución libre del conocimiento. Este debate resulta profundamente actual y ahora mismo se produce en el ámbito de las vacunas contra la covid-19.
La línea que une la crisis económica de la última década con la actual lleva implícita la existencia de una sociedad organizada, la cual ha mantenido una actividad que resulta especialmente palpable en periodos que exigen resiliencia. Su lucha contra la pandemia invita a identificar y visibilizar los matices que definen el periodo actual, para poder tratarlos más allá de este presente urgente. La existencia de estos tiempos inciertos implica, consciente e inconscientemente, una crítica a las causas que han provocado la crisis y una búsqueda de las soluciones para imaginar un mundo mejor.
Dafne Calvo es Doctora en Comunicación por la Universidad de Valladolid