Nos llamaron anticuados y nostálgicos cuando sólo éramos coleccionistas. En este caso de vinilos y libros, los que otros tiraron y hoy no pueden tener a su alcance por la gran “mentira” del supuesto progreso tecnológico. Es como la política. Se recuerda o es de usar y tirar
Por suerte, en su día no hice caso a tantos visionarios/as que, desde dentro o desde fuera, criticaban la resistencia a desprenderme de todo lo físico cuando irrumpió el mundo digital y la alta tecnología comenzó a someternos a un ordeno y mando del que nos dejamos llevar como lacayos. Pese a las críticas personales, insistencias familiares y jocosas impertinencias que me tachaban de anticuado, nostálgico y hasta acaparador continué a la mía. No quería desprenderme de mis libros -“ahora se lee en una tableta, el papel está pasado de moda”, comentaban unos-; y menos de mis discos, -“eso no lo volverás a escuchar en la vida”-, decían otras con insistencia. Suerte que dispongo de espacio, así que mi negativa luchó contra los elementos por espacio de una treintena o más de años. Hoy me consideran afortunado.
De hecho, una de mis colecciones compuesta por miles de vinilos se encontraba guardada en una habitación alejada de mi vivienda. Un habitáculo en el que no entraba nadie. Hasta que un día alguien de mi entorno, muy joven, inesperadamente descubrió lo que se escondía debajo de aquellas sábanas que tapaban estanterías. A su regresó me soltó algo así como: “¿No se te ocurrirá venderlo? Lo quiero para mí. Ya verás cuando lo enseñe”. Me sentí reconfortado, pero también asustado. A saber qué pasaría en el futuro más próximo como aquello se saliera de madre. El tiempo, sin embargo, me había dado la razón.
No sé de qué forma ni a causa de qué he aparecido vinculado a uno de esos foros que se montan en redes sociales y especializadas en algo en concreto, en este caso discos y toda la memorabilia relacionada con el mundo del rock.
Primero saludé, después hice un comentario, subí unas fotos y mi chat se llenó de gente interesada y curiosa. Supervivientes, como un servidor. Total porque había conservado treinta años de entradas de conciertos, carteles y una larga colección discográfica en forma de vinilo. Miles de copias que recorren desde los años sesenta hasta los noventa, cuando el CD mató al disco antes de que las nuevas tecnologías acabaran definitivamente con él y, al igual que al fax, lo dejaran para la historia. Jamás imaginó en su día la industria que un supuesto y hasta revolucionario avance iba a terminar con ella misma, y que si bien los vinilos eran difíciles de copiar, comprar un CD significaba adquirir un máster, o sea una obra original, fácil de duplicar hasta el aburrimiento.
Hoy los discos vuelven a estar de moda y parece que es la última oportunidad que la industria ha encontrado para lanzar un último intento de supervivencia, al menos entre quienes pintan canas o también descubren que hubo un tiempo no tan moderno pero mucho mejor y no por ello entendido como melancólico, nostálgico o bohemio. Más bien, todo lo contrario.
Ahora, los vintage somos modernos, como esa nueva generación de aficionados a la fotografía que salen de universidades y centros de formación que ha regresado a las cámaras polaroid, las analógicas y revelado como el de antes, una nueva forma de apreciar la fotografía para que no quede dormida u olvidada en una tableta, un smartphone, un DVD o un ordenador junto a otras miles que recopilan nuestra paso por el tiempo, o eso creemos.
En ese mismo chat del que antes hablaba gran parte de los comentarios del millar de socios consistían en redescubrir vinilos pegados a su memoria, otros que habían recuperado en algunas de las pocas tiendas de segunda mano que aún quedan y donde todavía se habla y aconseja. En una ocasión, uno de sus dueños me recordó que su colección discográfica era el seguro de su jubilación, entre lamentos de otros que habían sido seducidos sibilinamente por el progreso y la familia para desprenderse de aquello que les había acompañado durante años y testigo o causante de la banda sonora de sus vidas. O sea, “trastos inútiles” que quitan espacio a objetos de decoración y nos convierten en menos yo pero más estéticos.
En la actualidad se realizan subastas en las que esos viejos discos de los que nos desprendimos -ellos- creyendo que su vida estaba agotada se recompran a precios desorbitados e interesantes, o a través de ventas directas gracias a algo que sí ha hecho bien la tecnología: unir y globalizar el mundo desde un clic para tenerlo a disposición comunicativa y comercial.
Cuando las nuevas generaciones regresan a nuestro pasado vintage es porque algo de su nuevo mundo no les funciona o se lo perdieron. O simplemente han descubierto que no todo está en un mundo de rapidez y consumo. No sé si serán milenians, trienials o simplemente gente curiosa. Pero van por el camino acertado.
Hace tiempo que en mi entorno ya no me llaman nostálgico. Ahora todos quieren mi colección. Algunos hasta traen a sus amigos para alardear de ella. Incluso me preguntan dónde encontrar algo para descubrirlo en sus redes sociales y al mismo tiempo tener constancia formal de que existió no hace mucho otro tiempo que corrió tan rápido que no llegaron a descubrir. Otro lugar. Es entonces cuando se dan cuenta de que casi no hay nada nuevo bajo el sol y que la música actualmente es simplemente un puro negocio, aunque más bestia, crea estrellas de barro, manipula a los más jóvenes sin criterio y mueve una negocio en ruinas. Nosotros, los resistentes, sí hemos ganado a lo simple, banal y efímero. A la industria.
Seremos raros, pero tenemos patrimonio que se cotiza al alza y cada vez que recuperamos un disco lo disfrutamos aún más redescubriendo matices y detalles de un diseño gráfico que el CD también mató y convirtió en una imagen plana que no se puede tocar porque está escondida detrás de una fría pantalla. Y además tenemos una gran vida social, aunque lamentablemente sea virtual pero está repartida por todo el mundo.
Ya me lo advirtió un librero de viejo hace muchísimo tiempo cuando nadie escuchaba: “El buen papel es el oro del futuro”. Muchos aún están a tiempo de creérselo. Nosotros no nos arrepentimos.
Esto de lo que hablo es como la política: lo viejo aún se recuerda, lo nuevo es de usar y tirar. Superficial.