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Ricardo Lezón (McEnroe), el hombre al que escuchar con todos los sentidos

18/11/2017 - 

VALÈNCIA. Hay quien dice que Ricardo Lezón se deja la última sílaba de algunas palabras cuando canta. Mentira. Solo hay que escuchar bien; pero escuchar de verdad, con todos los sentidos. Hacedme un favor, poneos 'Arena y romero' mientras leéis el resto del artículo. Servíos una copa de vino (vale cualquier otra bebida siempre que lleve alcohol), cerrad la puerta. Vale, seguimos.

Ricardo Lezón es el cantante y compositor de McEnroe, una banda de procedencia norteña que más que canciones crea sedosos poemas de la cotidianidad. Boscosas o urbanas, historias que hablan de la parte más humana de los humanos. Un grupo de amigos que, sin grandes pretensiones, cabalgan en tormentas eléctricas que te atraviesan por la mitad. También ha sido Viento Smith. Y ahora se viste de otros músicos para desnudarse como Ricardo Lezón. Esperanza se llama el disco, así que sigan escuchando, sírvanse otra copa y no abran a nadie hasta acabar lo que les cuento.

El tenis, el amor y otros deportes

Ahora estoy junto a Ricardo bebiendo en un garito de la zona Cedro. Diría que es la sala Wah Wah. No para de bromear y, ¡demonios!, es muy gracioso. ¿Cómo puede ser? Un tipo que compone (y canta) canciones tan hondas y dolientes como 'Los Valientes', 'La Palma' o 'Mundaka' tiene un humor acojonante. Nunca cometáis el error de confundir la obra del artista con su propia persona. Que no digo que no tenga y haya vivido putadas el hombre, pero ahí está la clave del artesano: saber coger toda esa mierda y convertirla en preciosas e imperecederas perlas, en este caso canciones.

Bueno, pues eso, que reíamos y bebíamos. Nosotros le recordábamos aquel mágico concierto que dio con McEnroe en el Deleste 2012. Él nos contaba de su época de profesor de tenis en Soto Grande. ¿Quién lo diría? No es precisamente un hombre atlético, pero al parecer lo fue. Asegura, no obstante, que el drive nunca se pierde. También jugó al fútbol y dice que bien. Es un hombre grande (GRAN) pero cuando interpreta se vuelve de algodón. Se pone a tocar y cantar y el sistema se vuelve ingrávido.  Muy pocos songwriters españoles están dotados de ese poder y personalidad. 

Tiene dos hijos de alrededor de 10 años. Cuando habla de ellos flaquea, se le iluminan los ojos. Los ama con todo el alma. Ha asumido hace tiempo que su vida es la del músico. Para bien y para mal. Un alejarse y un volver continuo. Trabajos que le permitan pagar sus facturas para salir a la carretera en cuanto alguien lo demande. A llevar sus canciones, esas dosis envenenadas de vida y amor, a salas y garitos. Otro trovador, no uno cualquiera. 

Esta noche estoy pinchando en el George Best. Ricardo ha desembarcado el George Best junto a Ramón Rodríguez (The New Raemon) y Soledad Vélez. Hace una horas ha dado un concierto en la ciudad defendiendo el álbum conjunto que ha sacado con el catalán. Están ebrios, felices. Bailan. Ricardo ha llegado por pura inercia, ya estuvo aquí junto a Gonzalo y les pusimos finos de chupitos de Tóxico. Me dice que si le pongo una canción de los Smiths la baila. Le pongo “Panic” y me dice que es la peor. Otro chupito, pero esta vez de Fireball

Chicharrones del norte de lágrima fácil

En estos momentos nos estamos comunicando por Facebook. Me pregunta si se me ocurre algún sitio para presentar su disco, acompañado de banda, en diciembre. Le digo que claro, que algo miramos. Jorge Ucles se apunta a la jugada y me habla del Go Bar, un espacio muy chulo y que se adapta a las características que buscamos. Ya me pasa con Dani Campo de la compañía (Subterfuge) y como siempre nos entendemos rápido y a la perfección. Total, que el 1 de diciembre hay concierto en el Go Bar. Todo apunta a que será especial.

Recuerdo cuando nos vimos en el Festival de les Arts. Le dije que qué bonito su último concierto en Deluxe Pop Club. Momentazo cuando subió Soledad Vélez al escenario con él. Qué suerte haber estado allí. Y cuando cantó “La electricidad”, así, cuando se dobla ligeramente hacia la izquierda o cuando para y levanta los brazos encogidos. Nos abrazamos y le dije que tenía que ver a Gener, que eran algo especial. Alucinó en colores, creo que se le puso la piel de gallina y a mí al pensarlo. Le dije que la próxima vez que nos cruzáramos le regalaría Oh, Germanes!, esa joya.  Es un escuchador de música empedernido. 

Esto fue hace pocos días. Gonzalo Eizaga (todo sensibilidad, en la guitarra y en la vida) y Ricardo acaban de dar un concierto íntimo y delicioso en Electropura. Chicarrones del norte de lágrima fácil. Antes, por si nos liamos, le he hecho entrega del prometido vinilo de Gener. Quieren cenar ‘japo’ y optamos por llevarles a ese de nuestra calle en el que nunca hay mucha gente. Calidad precio. Descubrimos el poder de los makis con cebolla por encima mientras reímos y bebemos vino barato. Ricardo está sembrado y a última hora casi terminamos con las reservas de sake caliente. Hace poco se fue alguien importante en su vida. Volvemos a Electropura y se anima a pinchar. Otra velada irreversible, memorable. 

Ahora me escribe un WhatsApp y me dice que no encuentra su cartera. Debe tener la misma resaca que yo así que le compadezco. Está volviendo en coche al norte, previo paso por Madrid para dejar a Gonzalo, y le espera un domingo eterno. Buscamos en Rambleta, en el bar donde comimos, en el hotel… nada. Ayer lo perdió todo, no fue el único; incluso a la chica con la que tan a gusto estuvo hablando parte importante de la noche. Hola, si lees esto, avisa. Ha sido un fin de semana (otro) inolvidable. No me cabe duda, lo acontecido servirá para componer una preciosa canción. Sí, de esas que hay que escuchar bien para apreciar hasta las últimas sílabas que parece que no están. 


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