VALÈNCIA. Las redes sociales dan voz a la opinión de quien quiera expresarla y es bueno que así sea. Pero ese ejercicio democrático no debería suponer un problema para que un profesional del periodismo musical se exprese acerca de un tema determinado. Quiero decir que entre tantas voces hablando sobre Rosalía, digo yo que también será bueno escuchar la de los especialistas. Y si el motivo para rechazar esto es por la saturación y el hartazgo, cada cual es muy libre de elegir lo que lee, a quién lee y cuándo lo lee. De la misma manera que yo lo soy para escribir lo que opino sobre este o cualquier otro tema que me atañe profesionalmente.
Atención, spoiler: este texto no es un análisis concienzudo de los méritos musicales de Rosalía. No soy experto en flamenco, por lo tanto, no me siento capacitado para emitir un juicio fundado sobre su música. Pero como Rosalía es sobre todo, música pop (apócope de popular), y de música pop sí que entiendo, creo que El mal querer es un disco estupendo. Pero tampoco quiero insistir en eso, que ya hay compañeros que lo han explicado mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo. El motivo que me lleva a escribir estas líneas son las reacciones adversas que despierta esta artista. Hubo una época en la que, si a alguien no le gustaba algo, lo ignoraba y punto. O lo discutía en una cena o tomando una cerveza con los amigos. Hoy este tipo de cuestiones generan batallas verbales y bandos como si se trata de una guerra civil. La necesidad de opinar puede más que la lógica. Y yo me pregunto ¿es realmente necesario insistir en hablar de algo que no soportas? ¿Hay que denostarlo sólo porque no nos gusta?
A mí no me gustan los libros de Saramago ni la voz de Van Morrison ni The Wire. Lo he intentado pero no puedo. Asumo que el problema es mío así que lo más sensato es dedicarme a disfrutar de lo que sí me gusta. E intentar sorprenderme a mí mismo dándole oportunidades a lo que no me gusta, a ver si el tiempo propicia que haya cambios en mi opinión. Andar criticando aquello que, por una cuestión meramente subjetiva, no me gusta, es perder el tiempo. Y ya no digo andar enzarzándose en debates al respecto en redes sociales. Los debates virtuales nunca resuelven nada (diría que los otros tampoco), sólo sirven para crear decenas de ramificaciones, para ver a gente soplando su propia flauta y para asuntos que, en general, no tienen mayor utilidad si lo que quiere es terne una vida sana. Hay cosas que, como concepto, me parecen detestables. Por ejemplo Taburete. Pero ni así me dedico a ponerle las peras a cuarto a quien diga que le gustan. Allá cada cual.
Mi trabajo es la crítica y el periodismo musical. Escribir sobre determinados temas forma parte de mi día a día. Las redes sociales me sirven para difundir mi trabajo. Si comparto un artículo y la gente opina sobre él o sobre su contenido, en la mayoría de casos entiendo que debo interactuar. Interactuar incluso con gente que no entiende nada de nada, porque en otras áreas no sé, pero en lo referente a música pop, las opiniones llueven muchas veces cargadas de una ausencia total de conocimientos. Discutir y debatir. Probablemente, con este artículo no lo haga porque sé por dónde va a ir el hilo y, como decía antes, no sirve de nada. Discutid sin mí, que yo voy a tomarme una cerveza.
Rosalía hace un flamenco urbano que algunos sectores identifican con el trap y otros incluso con el reguetón. A nivel subjetivo –es decir, a nivel personal, no profesional- no me interesa ninguno de esos dos géneros. Rosalía, en cambio, sí. Es difícil que logre identificarme con los estilos anteriormente mencionados. Pero no pasa nada. Entre otras cosas porque, me guste o no, me ponga como me ponga, esas músicas forman parte de una realidad social y cultural en expansión. La música pop anglosajona ya no es apenas representativa de nada. ¿Me hace feliz esto? No, pero tampoco me rasgo las vestiduras por ello. La cultura pop del siglo XX me ha dado muchísimo y si ese flujo no tiene la misma continuidad en el presente, pues qué le vamos a hacer. Un ejemplo: hoy los álbumes de música pop, en su mayoría, son excusas para hacer giras, para actuar en festivales, para que los músicos vivan de su trabajo. Nadie compra discos ya por mucho que queráis creer que los vinilos han vuelto para salvar el viejo sistema. No. Esto ya no es lo que era y tampoco tiene por qué ser una tragedia.
Ahora es cuando iba a volver al affair Rosalía, la artista sospechosa que triunfa sin merecerlo, pero acabo de caer en que… ¿os acordáis de Hinds? Exacto, ese cuarteto madrileño formado por cuatro mujeres que han entrado en el poco permeable mercado anglosajón, en la sección alternativa, para ser más exacto. Ese cuarteto al cual en España se ha puesto a parir con saña, en un ejercicio de desprecio similar al que se proyecta ahora mismo sobre la catalana. Hinds hacen rock de garaje, estilo que por regla general suena destartalado y está lejos de buscar el perfeccionismo. Pero eso da igual, se las tachó de ineptas, mentecatas, de no saber hacer la o con un canuto. Y siendo mujeres tampoco escaparon a las acusaciones misóginas. La música pop también es refugio para retrógrados, y así ha sido siempre, no os confundáis. Hinds triunfaban en Inglaterra y Estados Unidos pero aquí se las criticaba porque, claro, no se lo merecían. Y eso que hacen rock & roll, no flamenco cercano al trap.
Lo que hace Rosalía tiene un valor artístico y también una importante proyección comercial. En estos tiempos que corren, hacer promoción y venderse forma parte de lo que eres y lo que haces, de eso que tan mal suena pero que sólo se puede denominar -perdamos de una vez los complejos trasnochados- producto. Se puede ser producto y que eso no signifique ser un engaño. Un artista se puede autoelaborar, no hace falta que venga la empresa tal a fabricarlo. Claro que hay quien sigue pensando que la pureza artística es proporcional a la cantidad de mocos que te comas. Bueno, tampoco estaría mal hacer un poco de autocrítica y analizar si lo que uno hace es –por complejo, por arriesgado o simplemente porque de eso ya hay y mejor hecho- para un público minoritario. Además, España tiene un problema muy grave con la exposición pública. No llevamos bien eso de aparecer en los medios de comunicación. Siempre hay un cierto pudor, algo de vergüenza. Por eso solemos resultar tan sosos comparados con los reyes del sarao televisivo, que son los norteamericanos. Queremos que nos hagan caso pero no queremos aceptar que si se forma parte del mundo del espectáculo hay que estar dispuesto a dar espectáculo. Y cuando aparece alguien que hace eso sin tapujos, con estilo, con poderío, con alegría, entonces se abre la veda.
Hace unas semanas hablaba en Madrid con mi amigo Moli. Hace más de veinte años formó parte de Kadoc, una de las pocas bandas españolas que puede presumir de haber vendido miles de discos fuera de aquí. De hecho, ‘Night Train’, la canción con la que lo petaron, no ha dejado de ser remezclada, reeditada y usada en recopilatorios en todos estos años. Kadoc salieron en el Top Of The Pops de la BBC, así que Moli sabe de qué hablamos cuando hablamos de que te hagan caso fuera siendo español. Y yo sé también de que hablamos porque, en su día, Kadoc me parecían horteras y no les di importancia solamente porque no hacían la música que a mí me gustaba. Así y todo, nos conocimos, congeniamos y a día de hoy es uno de mis amigos más queridos. Aquella mañana en Madrid, mientras hablábamos de Rosalía, dijo una de esas sentencias que yo anoto porque me parecen enormes verdades. Dijo que la música pop cada vez está más alejada del arte y del concepto artístico, de la creatividad. La música pop es cada vez más vulgar y parece que a nadie le importa. Por eso mismo tanto a Moli como a mí nos alegra que exista Rosalía, aunque no haya grabado el Sgt Peppper’s (ni falta que hace), ni suene a indie blanca (mejor que no) y diseñe colecciones para Inditex (nadie es perfecto).
En un país como el nuestro, habitualmente entregado a la música popular inocua, Rosalía es un oasis. Por sus 23 años, su mensaje artístico y el discurso sobre el género que conlleva el disco El mal querer, por su impacto popular y el reconocimiento que está obteniendo fuera de España. Si sobrevive a esto o no es otro cantar aunque esto también forma parte de su reto. De momento está haciendo historia y ofreciendo una propuesta que está a años luz de la vacuidad y la grosería de gran parte de la música pop que nos rodea. Su explosión, además, está provocando reacciones que destapan algo que jamás imaginé que fuese tan rotundo. Que la intolerancia, la cerrazón, el rechazo por lo diferente no es patrimonio exclusivo de esos a quienes consideramos los antagonistas oficiales con piel fundamentalista y fascista.