Ted Striker, protagonista de la mítica película Aterriza como puedas (Airplane!, 1980), es un antiguo piloto de combate que vive traumatizado por su fracaso liderando una escuadrilla de aviones enviada a bombardear una posición enemiga en Vietnam, "Macho Grande". En la película, Striker se ve obligado a coger los mandos de un avión comercial cuya tripulación ha caído enferma, intoxicada por el pescado del menú, y hacerlo aterrizar como buenamente pueda. En un momento de la película, la combinación del estrés inherente a esta situación con el terrorífico recuerdo de Macho Grande le lleva a sudar más y más y más, hasta límites inconcebibles.
Aterriza como puedas es una maravillosa parodia de un género ahora poco trabajado, pero que en los años setenta tenía mucho predicamento cinematográfico: las películas de desastres aéreos. De hecho, puede decirse que fue precisamente gracias a la parodia por lo que dicho subgénero cayó en desuso, porque era imposible tomarse en serio alguna película de desastre aéreo después de ver a Ted Striker reviviendo el drama de Macho Grande una y otra vez.
Me resultó imposible no pensar en la escena de Striker sudando a chorros al ver al exalcalde de Nueva York y abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, en una comparecencia surrealista en la que pretendía desvelar la terrorífica conspiración para subvertir el resultado de las elecciones, consistente en que se habían cambiado "millones de votos" por obra y gracia de, atención, una empresa española (Indra) con sospechosos vínculos con... ¡Venezuela!
Por lo visto, acusar a Venezuela de todos los males no es una estrategia privativa de la derecha española; ahora que Rusia no es lo que era (o bueno, sí lo es, pero su presidente se lleva más o menos bien con Trump), y una vez ya se ha acusado a China de propagar el coronavirus con oscuros propósitos, hay que buscar enemigos con menos glamour, pero igual de recurrentes. Y Venezuela siempre está a mano. Después de todo, si la mayoría de los países occidentales decidieron reconocer a Juan Guaidó con el surrealista cargo de "Presidente encargado" de Venezuela (que, visto cómo salió el asunto, suena un poco a "señor de mantenimiento"), y ahí siguen, perserverando en su apuesta, ¿por qué no utilizar este mismo país para desarrollar teorías de la conspiración?
La combinación entre Venezuela, Indra, el robo electoral que nadie ve (salvo el que Trump y el Partido Republicano buscan cómo perpetrar para birlarle las elecciones al ganador, el demócrata Joe Biden),... todo acabó por eclosionar en la rueda de prensa de Giuliani, que comenzó a sudar copiosamente, à la Ted Striker. Y un sudor negro, de reminiscencias siniestras, pero sobre todo ridículas, al teñirse con el color del pelo tintado del abogado de Trump.
Es difícil plasmar mejor en una sola imagen cómo la estrategia republicana para deslegitimar el resultado electoral está quedando paulatinamente deslegitimada. A Trump se le acaban las opciones, conforme terminan los recuentos y todos los Estados, incluyendo los que están en disputa con resultados más apretados (como Georgia o Arizona, ambos para Biden) certifican la victoria de los candidatos a los que fueron asignados inicialmente. En ocasiones, son también republicanos los que han de certificar dichos resultados contra viento y marea, es decir, contra las presiones del aún presidente y otros adláteres del partido.
A Trump le queda la opción de intentar subvertir en el resultado de la votación en el Colegio Electoral, que es quien realmente elige al presidente. Porque, aunque no lo parezca, las elecciones presidenciales estadounidenses funcionan con un sistema electoral indirecto: en teoría, los ciudadanos votan en cada Estado y el candidato que obtiene la mayoría en cada estado consigue que los delegados de dicho Estado le sean afines cuando haya que elegir al presidente. Pero estos delegados, a su vez, pueden cambiar el sentido de su voto y apoyar a otro candidato. No es habitual, pero ocurre, aunque no suele ocurrir con consecuencias trascendentales: es decir, que se cambie el sentido de la votación de los ciudadanos y sea elegido presidente un candidato distinto al que ganó los votos electorales en las elecciones.
Lo que parece buscar Trump ahora es que suceda justamente eso: que los delegados del Colegio Electoral le voten a él, por los motivos que sea, sobre todo en los Estados en que haya una mayoría republicana en el poder legislativo o un gobernador republicano, que pudieran estar tentados de nombrar candidatos afines. Pero esta opción tampoco es viable, porque si las votaciones certifican la victoria de un candidato, no va a haber Estados que se salten esa realidad en el nombramiento de los delegados. Es un paso más de la huida hacia adelante de Trump, un final de su presidencia tan sucio como esperpéntico, a la altura de lo que cabríamos esperar del personaje.