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EL SALÓN AZUL / OPINIÓN

Ruego a los diputados valencianos

22/08/2023 - 

Todo tiene una causa y un efecto, las situaciones no suceden por casualidad. Se está hablando mucho y se hablará de los partidos regionalistas y de su preponderancia en la vida política de nuestro país. Conocemos los cuadros que conforman sus estructuras, lo que defienden y a lo que aspiran, sin embargo, nadie repara en lo elemental de la ecuación: las razones de su perpetuación en las instituciones y la dependencia de la estabilidad política de España en su apoyo a los sucesivos gobiernos. Si los partidos minoritarios cuentan con un aval democrático suficiente como para coaccionar a las formaciones tradicionales es precisamente porque han sabido escuchar los ruegos que durante años ni Partido Popular ni PSOE se han molestado en refrendar. De haber estado al quite los diputados del binomio bipartidista, quizá la España periférica no se sentiría huérfana y no tendría la sensación de que la madre patria tiene predilección por Madrid.

Se ha escrito mucho sobre que los diputados del Congreso no sólo representan a la provincia por la que concurren en las listas electorales, sino que su escaño encarna la soberanía nacional de todo el territorio español. Por el contrario, no podemos olvidar que nuestro sistema electoral no está fundamentado por la circuncisión única sino por cincuenta y dos. Eso obliga directamente a los representantes políticos a acatar cierto compromiso con la ciudadanía de la región que le ha escogido. Lo recalco porque en ocasiones nuestros espadas se olvidan de a quién sirven. Ignoran a su tierra, esclavos del síndrome de Estocolmo en el que Madrid sumerge a sus inquilinos. Secuestra a las ambiciosas almas desarraigando sus mentes de sus vecinos; no es la primera vez que se conoce un caso de un diputado que pese a ser de la periferia se muda a la capital olvidándose de su vida pasada en la provincia. El pequeño Madrid del poder, como diría Javier Cercas, agasaja con la pompa y la circunstancia propias de los salones rojizos y enmoquetados, las mejores cenas y las relaciones más faranduleras. De no gestionar bien la adrenalina que se respira en los pasillos del Congreso puedes alejarte de la realidad y creerte por encima del bien y del mal. Recuerdo a una diputada, que cuando contaba sus andanzas en el hemiciclo lo narraba con tantos efectos especiales que el tomarse un cortado en la cafetería adquiría ecos de servicio de Estado. 

Ojalá los legisladores durante estos cuatro años no olviden quién es su jefe de verdad: los votantes que les han puesto ahí. Todos esperamos que que los diputados valencianos tengan la valentía de votar en contra del criterio de su partido cuando una moción atente contra nuestros intereses; anhelo irreal y utópico, pero nunca perderemos la esperanza. Aliento que se aquieta cuando ves que en las listas electorales por la Comunidad Valenciana los grandes partidos colocan, en el caso del PP, a una tránsfuga de Ciudadanos y a un alcalde que no consiguió gobernar tras las elecciones municipales al que le meten en la papeleta como consolación. Por no hablar de la apuesta del PSOE de hacer hueco a José Luis Ábalos, el exministro de Fomento al que se le quitó la cartera ministerial ante su falta de compromiso y trabajo; mientras en la empresa privada te despiden si no cumples tu cometido, en política la falta de constancia se premia con un cómodo asiento burdeos de la Cámara Baja.

Luego nos extraña que en la sesión inaugural de la legislatura celebrada la pasada semana hayamos tenido que aguantar los gritos y soeces aspavientos de siempre. Los representantes públicos deberían aspirar a marcar la diferencia, no a convertir la sede de la soberanía nacional en una especie de tasca grasienta en la que se acompañan los gritos con un pincho de tortilla y caña. Les pagamos para que den la talla, no para que conviertan las sesiones en una clase de colegio.

No olviden a quien sirven, lean a Azorín a ver si se les pega algo de ese talante que este describía en su obra El político. Trabajen, y si lo hacen por el bien común, mucho mejor; para calentar los escaños ya están los radiadores.  

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