Uno de los álbumes del año en la escena local se estrena en directo este jueves a partir de las 22 horas en Las Naves
VALENCIA. La cosecha de creadores valencianos tiene sus tendencias internas, a menudo a semejanza de lo que sucede fuera, pero desde luego a la vanguardia que permite su falta de complejos. Por ejemplo, la cada vez más extendida opción por minimizar la presencia del artista entre el receptor y el mensaje y, contradiciendo cualquier precepto de personal branding, parapetarse tras una marca restándole toda relevancia al quién frente a la obra. Sin entrevistas, sin intermediarios.
El street art, del que hace tiempo somos referencia, inició ese camino pero no es tan habitual poder encontrar un símil en la música contemporánea. Sáez no está tan lejos de adquirir una postura subversiva, aunque a veces parece querer diluirse cuando justo acaba de publicar uno de los discos del año para la escena local. Reconoce que la inercia de cuantos músicos y productores le rodean -y no son pocos- le ha llevado a revelar el disco que, para él, es "una terapia personal. Una lucha contra mí". El álbum está en la calle y esta noche, a las 22 horas y en Las Naves, sube a seis músicos al escenario para materializarse todavía más.
Quien escucha el álbum Camina conmigo (Autoeditado, 2015) se enfrenta a once canciones con salida en el rock progresivo y final en un mensaje emocional, profundamente personal hasta doler, surgido de una bajada a los mísmisimos infiernos del autor. "Una de las cosas más increíbles que me ha pasado con el disco ha sido que uno de mis amigos, al escuchar uno de los temas, me dijera: <<has escrito la canción de mi vida>>. En ese momento me di cuenta de que una historia, por mía que fuera, podía conectarse con otros sentimientos", asegura el cantante, guitarra y hasta batería en la grabación a Valencia Plaza.
Fue hace unos ocho años cuando, al escribir una canción para la que fue su banda de rock (Álvarez), descubrió un pozo de inspiración. Los años desencadenaron situaciones más gravosas y, hace tres años, "cuando creo que empezaba a recuperar la calma", grabó 'Monstruo'. La canción ha sobrevivido hasta el playlist final con otros temas registrados durante muchos meses de trabajo, con una amalgama de sesiones, productores e incluso etapas en el proceso que no han hecho sino alimentar la expectativa sonora ahora cumplida.
Carlos Soler y el propio Javier Sáez han combinado los puestos de producción, con una segunda línea de control sobre lo que acontecía comandada por el también productor de directo y guitarra de la banda Guillermo Sanz y el también asesor de la mezcla y autor de buena parte de los teclados Pau Paredes. El combo se completa con el batería (en tres temas) y percusionista del disco Pau Vila, junto a Sanz, los dos principales apoyos musicales sobre los que Sáez ha dejado recaer algo de peso de un álbum tan personal.
Todos ellos han sobrevivido a un último año de mezcla: "hasta tres han llegado a tener las sesiones de grabación abiertas en sus ordenadores", apunta Sáez todavía con cierto temblor por ser consciente de la fragilidad con la que ha liderado un proyecto que en cualquiera de sus fases de grabación, producción y mezcla pudo quedarse a mitad de llegar a ningún sitio. El resultado se inicia con 'Fuego', instrumental que desencadena todo un álbum que atraviesa canciones más espontáneas dentro del contexto, como 'Adiós', 'Camina conmigo' o 'Elixir', y encuentra sus puntos álgidos en la sencillez de 'Pronto', la polifonía luminosa de 'Quédate aquí' o la maraña de conflictos internos y guitarras de 'Monstruo'.
Escucha el disco de Sáez en Spotify y Bandcamp.
"No me he preocupado lo más mínimo por las cuotas de realidad en el disco. He vomitado y es lo que ha salido, más agrio supongo que otra cosa", asegura Sáez. El mimo con el que aparecen cada una de las capas de cada tema, con una presencia melódica innegable y una base de rock fundamental, contrasta contra el agrio que él mismo advierte. Es la gran belleza de un disco cocinado a un fuego tan lento que se escapa de comparativas. "Y, de hecho, no me preocupé por el orden de las canciones. Sabía cómo tenía que empezar, pero el resto era todo lo que quería decir y ya está dicho".
En el interior del álbum un homenaje y una dedicatoria condicionan la escucha del mismo, aunque la temática del disco ahora es para Sáez un feliz quebradero de cabeza: "no sé qué haré. Cogeremos los directos que vengan porque alrededor del álbum percibo algunas expectativas, pero me preocupa más si volveré a componer. Aquí tenía algo que contar y lo he contado, me he vaciado, está todo fuera. ¿Ahora de qué escribo? No sé si volverá a suceder y me cuesta un mundo pensar en algo que vaya más allá del día de hoy", añade. Admite, de hecho, que compañeros de viaje como Sanz han sido fundamentales, aunque en el disco ha aparecido la figura de Soler (también Damien Lott) "al que me parezco mucho. Nos hemos reído hasta troncharnos en el estudio, hemos llorado y nos entendemos una barbaridad. Ha sido fundamental".
Vacaciones, días libres, fines de semana y rincones de tiempo durante tres años no adquieren el menor protagonismo en esta tirada de canciones que suena empastada como si nada hubiera sucedido entre el sonar de una y otra. El sentido, pero sobre todo la intención, conectan todas las piezas representadas a través de la obra fotográfica de Dolores Villar en el ábum, con el diseño de Fluye Estudio. Paisajes efímeros que, por cierto, "son todo horizontes. No muestran objetivos de ningún tipo, sino una sencillez de formas y cierta calma, que es el estado en el que vivo ahora después de todo... después de todo esto".