VALÈNCIA. No regresaremos porque nunca nos hemos marchado, pese a que las manecillas del cudolet franciscano se detuvieran aquel 11 de marzo del año 2020. Presentes, miles de valencianos viven casi a diario con pasión y devoción la fiesta fallera. Indiscutible. Indudable. Militan en ella. Hacen de las Fallas un modo de vida. No son de cartón ni de poliespán. Son de carne y hueso. Durante años mantuve un debate interno con mi viejo para dilucidar cuál era la fiesta más importante celebrada en el planeta. Le dolía asumirlo. Le costaba pronunciarse. No sé si porque amaba en exceso el fútbol que salía de las botas de Pelé, pero siempre acaba colocando el metal de oro a los cariocas posicionando a los Carnavales de Brasil en la davantera, dejando la plata para la fiesta del fuego y de la sátira. Jamás se lo eché en cara. Rebosaba valencianía. Radiaba valencianismo. Quizás por eso. Nunca estuvo en Maracaná. Que yo sepa tampoco en Copacabana. Por el contrario, era un asiduo a Mestalla, con transistor y almohadilla, socio y accionista, el hombre con ciertos achaques se bañaba en las mediterráneas y tranquilas aguas de la playa de El Recatí.
Sé por la situación que están pasando muchos conocidos, amigos y familiares. Raquel, ya llegará tu tiempo. Dos ejercicios, por el momento, sin Fallas presenciales. Dos años sin semana fallera. Una cornada en toda regla al corazón de València. Una putada a gran escala. Mis padres, aunque no fueron muy falleros, asumieron la fiesta desde la periferia de la espiritualidad. No tuvieron más remedio. Al contrario que Lola, mi abuela materna, la matriarca, nos abrió el abanico al universo fallero, recayendo parte de mis hermanos y yo en Isabel La Católica. Mi comisión de la infancia. Incluso mi hermana María del Carmen fue reina mayor de la demarcación fallera. Menudas caminatas nos pegábamos los retoños Nebot-Rodrigo desde el renovado hogar familiar situado en el bajo Ensanche para tomar la plaza. El acné pasó la factura correspondiente. Luego siendo menos joven, con más kilos y una coleta, vendría Exposición ¡Pascual lo que tuviste que soportar! Guardo un gran cariño a esa gran familia que milita en el pueblo de Mestalla. Gabriel y Manolo tuvieron la culpa.
Mi tiempo pasó en eso que entendemos por militancia de base. Hay que saber marcharse en el momento preciso. Una retirada a tiempo es una victoria, decía un sabio general romano. Pero siempre hay un pero. Le di al coco intentando plasmar en papel algo que en el argot conocemos como mi patria es mi infancia. Pues eso, el Valencia y las Fallas. Tras cinco primaveras estuve estudiando a fondo la posible conexión de la fiesta con los orígenes del Bar Torino. Y por fin hemos obtenido el resultado. Hablo en plural porque el trabajo de investigación realizado ha sido de esfuerzo colectivo. Eduard y Juanjo, infatigables, compañeros, mejores personas, son los dos artífices de plantar en la historia de la ciudad el texto de Las Fallas y el Bar Torino.
El pasado martes recibimos el premio, el palet a la perseverancia, a la paciencia, de la mano de un jurado compuesto por el tándem de Pepe Doménech y Jesús Costa, promotores de la editorial Spectrum Arts. Sin olvidarnos de los amigos de la revista Cendra, ellos posibilitaron en sus páginas de color sepia que empezáramos a escribir el ensayo. Ya está la primera edición de un texto de casi 300 páginas, fusionando el fútbol y las Fallas al estilo más canalla del bueno de Ricard Camarena. En mayo llegará presencialmente a ustedes, la crítica, en dos ediciones, la valenciana y la española. Y así rezan las primeras letras del libro: A la ciudad le pasa como al cuerpo humano que necesita de sus órganos vitales para el buen funcionamiento: fútbol y las fiestas. El reflejo de una sociedad. El opio del pueblo. València las necesita. Todo llegará, pero esta vez, creo, sin la pólvora mojada. ¡Va por ustedes valencianos y valencianas!