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LA OPINIÓN PUBLICADA

Sánchez triunfa agitando el espantajo de Vox

  • Militantes de Vox siguen los resultados durante la noche electoral. Foto: MARGA FERRER
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Las elecciones del domingo constituyeron un triunfo inequívoco, enorme, de Pedro Sánchez. Obtuvo un resultado muy similar, en votos, al de Rubalcaba en 2011, pero beneficiándose de que, esta vez y dada la fragmentación cada vez mayor del electorado, el PSOE ha logrado ser la fuerza más votada, a mucha distancia del segundo (el PP, doce puntos por debajo). La ventaja que implica quedar el primero con esa distancia respecto del segundo queda evidenciada si comparamos los votos de PSOE (28,68%) con la suma de PP y Ciudadanos (16,7% y 15,86%, respectivamente). La suma del segundo y el tercero, en votos, constituye el 32,56% del total, casi cuatro puntos más que el PSOE. En cambio, en escaños, la suma de PP y Ciudadanos da una cifra idéntica a la del PSOE en solitario: 123.

Con estos resultados, Sánchez tiene ante sí un panorama diáfano en cuanto a la política de pactos: no existe ninguna alternativa viable de Gobierno que no esté liderada por los socialistas. Como, además, ha quedado claro que el pacto con Ciudadanos (que aspira a arrebatarle al PP el liderazgo de la derecha) es inviable, al PSOE sólo le queda concretar las condiciones de su acuerdo con Unidas Podemos y los socios nacionalistas minoritarios (PNV y ERC, sobre todo).

Pero, por mucho teatrillo que monten unos y otros, sobre todo ahora que todo el mundo está en un compás de espera hasta que se celebren las elecciones municipales y europeas (y también autonómicas en muchas comunidades) y se dilucide del todo qué política de pactos conviene y en qué condiciones puede darse, es evidente que el PSOE y sus socios están condenados a entenderse. Por una razón muy sencilla: a ninguno de ellos les interesa repetir las elecciones.

No les interesa porque la victoria de Sánchez es producto de una conjunción afortunada de factores, que puede resumirse en esto: el éxito, enorme, del PSOE para alentar a la participación del electorado por la vía de agitar el miedo a la extrema derecha de Vox, su agresividad y su capacidad para contaminar el discurso de sus socios en Andalucía: PP y Ciudadanos. Una movilización que no es fácil repetir, sobre todo una vez ha quedado claro, con el resultado electoral, que la fuerza de Vox, aunque no es en absoluto desdeñable, tampoco es tan temible como podría parecer; que Vox no es sino la derecha del PP, y apenas ningún voto más, con lo que su principal efecto es dividir el voto de la derecha y alejar a los partidos conservadores del centro político, porque acaben pactando con Vox o porque intenten recuperar electorado que se haya ido a Vox. Una apuesta ganadora para el PSOE y Sánchez, con la que jugaron peligrosamente, pero con datos encima de la mesa que les decían que podían encontrarse con un escenario tan virtuoso, para ellos, como el del domingo. Vox, después de todo, sí que tenía un techo de plomo.

Había gran incertidumbre con estas elecciones. Mucho miedo en la izquierda (y no sólo en la izquierda) a que se repitiera la situación de Andalucía en diciembre de 2018, o la polarización de las elecciones catalanas de diciembre de 2017. Dos antecedentes muy malos para el PSOE. En ambos casos, los socialistas intentaron encarnar la moderación y la transversalidad frente a la agresividad de sus rivales. Y las dos veces la cosa les salió mal. Primero, en Cataluña, donde la "tercera vía" de Iceta en 2017 quedó completamente orillada por la polarización entre bloques (independentismo y españolismo), con Puigdemont y Ciudadanos como grandes triunfadores de la noche electoral. Y después, en Andalucía, donde la supuesta moderación de Susana Díaz y el miedo a la extrema derecha de Vox no sirvieron para movilizar al electorado.

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