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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

Sánchez triunfa agitando el espantajo de Vox

Foto: MARGA FERRER
4/05/2019 - 

Las elecciones del domingo constituyeron un triunfo inequívoco, enorme, de Pedro Sánchez. Obtuvo un resultado muy similar, en votos, al de Rubalcaba en 2011, pero beneficiándose de que, esta vez y dada la fragmentación cada vez mayor del electorado, el PSOE ha logrado ser la fuerza más votada, a mucha distancia del segundo (el PP, doce puntos por debajo). La ventaja que implica quedar el primero con esa distancia respecto del segundo queda evidenciada si comparamos los votos de PSOE (28,68%) con la suma de PP y Ciudadanos (16,7% y 15,86%, respectivamente). La suma del segundo y el tercero, en votos, constituye el 32,56% del total, casi cuatro puntos más que el PSOE. En cambio, en escaños, la suma de PP y Ciudadanos da una cifra idéntica a la del PSOE en solitario: 123.

Con estos resultados, Sánchez tiene ante sí un panorama diáfano en cuanto a la política de pactos: no existe ninguna alternativa viable de Gobierno que no esté liderada por los socialistas. Como, además, ha quedado claro que el pacto con Ciudadanos (que aspira a arrebatarle al PP el liderazgo de la derecha) es inviable, al PSOE sólo le queda concretar las condiciones de su acuerdo con Unidas Podemos y los socios nacionalistas minoritarios (PNV y ERC, sobre todo).

Pero, por mucho teatrillo que monten unos y otros, sobre todo ahora que todo el mundo está en un compás de espera hasta que se celebren las elecciones municipales y europeas (y también autonómicas en muchas comunidades) y se dilucide del todo qué política de pactos conviene y en qué condiciones puede darse, es evidente que el PSOE y sus socios están condenados a entenderse. Por una razón muy sencilla: a ninguno de ellos les interesa repetir las elecciones.

No les interesa porque la victoria de Sánchez es producto de una conjunción afortunada de factores, que puede resumirse en esto: el éxito, enorme, del PSOE para alentar a la participación del electorado por la vía de agitar el miedo a la extrema derecha de Vox, su agresividad y su capacidad para contaminar el discurso de sus socios en Andalucía: PP y Ciudadanos. Una movilización que no es fácil repetir, sobre todo una vez ha quedado claro, con el resultado electoral, que la fuerza de Vox, aunque no es en absoluto desdeñable, tampoco es tan temible como podría parecer; que Vox no es sino la derecha del PP, y apenas ningún voto más, con lo que su principal efecto es dividir el voto de la derecha y alejar a los partidos conservadores del centro político, porque acaben pactando con Vox o porque intenten recuperar electorado que se haya ido a Vox. Una apuesta ganadora para el PSOE y Sánchez, con la que jugaron peligrosamente, pero con datos encima de la mesa que les decían que podían encontrarse con un escenario tan virtuoso, para ellos, como el del domingo. Vox, después de todo, sí que tenía un techo de plomo.

Había gran incertidumbre con estas elecciones. Mucho miedo en la izquierda (y no sólo en la izquierda) a que se repitiera la situación de Andalucía en diciembre de 2018, o la polarización de las elecciones catalanas de diciembre de 2017. Dos antecedentes muy malos para el PSOE. En ambos casos, los socialistas intentaron encarnar la moderación y la transversalidad frente a la agresividad de sus rivales. Y las dos veces la cosa les salió mal. Primero, en Cataluña, donde la "tercera vía" de Iceta en 2017 quedó completamente orillada por la polarización entre bloques (independentismo y españolismo), con Puigdemont y Ciudadanos como grandes triunfadores de la noche electoral. Y después, en Andalucía, donde la supuesta moderación de Susana Díaz y el miedo a la extrema derecha de Vox no sirvieron para movilizar al electorado.

Foto: RAFA MOLINA

Ambos antecedentes daban la impresión de que España podría estar derechizándose y polarizándose, con la crisis catalana como vórtice político-electoral que dejaría fuera de foco a la izquierda española, mientras beneficiaba a las derechas y a los independentistas. No era una locura pensar eso, vistos los antecedentes, y de ahí la estrategia de Rivera y Casado por emular el discurso de Vox y su dureza con cualquiera que no se ubicase nítidamente en el campo de juego de la derecha española.

Sin embargo, las elecciones han demostrado que los españoles no quieren más y más crispación y enfrentamiento político, como proponían las derechas. Y que, una vez más, ha funcionado el miedo a la derecha como factor de movilización del abstencionista de izquierdas, que sólo vota cuando cree que algo realmente importante está en juego. Y lo que está en juego es, casi siempre, conjurar el peligro de que llegue o se mantenga en el poder una derecha particularmente dura y radicalizada. Es lo que pasó en 1996, 2004, 2008 y ahora en 2019. Y en todos los casos, salvo en 1996, sirvió para que los socialistas vencieran en las elecciones.

En esa movilización, ha sido fundamental la estrategia socialista de agitar ante los aterrorizados ojos del electorado el espantajo de Vox; el peligro de que Vox marcase la agenda de un hipotético Gobierno de derechas, que atacase las libertades públicas y la estructura territorial del Estado. Frente a dicho riesgo, hemos vivido una movilización insólita, sin parangón desde 2004, con dos vectores: el electorado de izquierdas, que quería impedir una derecha agresiva en La Moncloa (con ideas de bombero ultraderechistas defendidas por Vox y a veces también por sus hipotéticos socios); y los nacionalistas, que vieron claramente lo mucho que se jugaban en las elecciones ante el peligro de padecer la intervención de la autonomía por tiempo indefinido, en el caso de los catalanes; o de perder sus privilegios forales, en el de los vascos.

Ambas comunidades han cimentado la clara victoria de los socialistas y de la coalición que previsiblemente otorgue la investidura a Sánchez. En Cataluña, la comunidad autónoma donde más subió la participación respecto de 2016, PSC y En Comú Podem han obtenido conjuntamente 19 escaños, por tan solo 7 de Ciudadanos, PP y Vox. En el País Vasco, PSE y Podemos han obtenido ocho escaños, por cero de las tres derechas.

En estas dos comunidades autónomas, además, han fracasado las apuestas de Pablo Casado por la que definió como Messi de la política española, Cayetana Álvarez de Toledo (el PP sólo ha logrado un escaño en Cataluña, el suyo), y el director de la campaña y número tres del PP, Javier Maroto, que se queda sin escaño por Álava.

En resumen: Cataluña y País Vasco suponen que PSOE y Unidas Podemos les saquen a las tres derechas una ventaja de veinte escaños (27 a 7). Es decir, dos más que la ventaja que obtuvieron globalmente el domingo (18 escaños, 165 a 147). Además, hay que tener en cuenta que el excelente resultado de los nacionalistas (diez escaños de PNV y EH Bildu en el País Vasco, y 22 de ERC y JxCat en Cataluña) también computa a favor de Sánchez, puesto que son escaños que probablemente puedan apoyarle en algún caso (PNV y tal vez ERC), mientras que es seguro que no apoyarían a las tres derechas.

Sánchez, en resumidas cuentas, ha triunfado. Su partido ha obtenido su mejor resultado desde 2008, y ha dejado a sus principales rivales muy atrás, enfrentados entre sí y divididos en tres partidos; una situación que fácilmente podría seguir beneficiando a los socialistas de cara a las elecciones del día 26 de mayo. De ser así, y si continúa la división entre las derechas (si continúan siendo varias derechas, y no una, como logró el PP desde 1993), podríamos estar ante el sorprendente inicio del sanchismo, émulo del felipismo de los años ochenta y noventa.

Foto: KIKE TABERNER

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