Tres años después de su sorprendente debut en solitario -el EP -A lo pesau, a lo bajo a lo llano (Slovenly Records, 2020)- el músico valenciano presenta diez nuevas canciones en Sambori (La Castanya 2023). Una singular y adictiva aproximación a la música de raíces de muchas partes del mundo, con un toque de espagueti western y psicodelia
VALÈNCIA. Cuando hablamos de música atemporal nos solemos referir a la que tiene la capacidad de transmitir emoción y una cierta “verdad” sin depender de tendencias ni gustos generacionales. Pero también podríamos describir así aquellas canciones que aspiran a neutralizar esa cualidad inaprensible y escurridiza del tiempo que tanto vértigo e inseguridad nos genera en nuestras vidas cotidianas. En ese sentido, la música de Sanisidro es un paraíso en el que no existen las prisas ni el ruido externo. Te adentras en ella sin saber muy bien adónde te va a transportar. Si cierras los ojos y afinas el oído, puedes aterrizar en un bazar de Turquía, en un colorido atardecer cubano o en una película de Sergio Leone.
Sambori (La Castanya, 2023), el segundo trabajo en solitario de Isidro Rubio, presenta una nueva remesa de diez temas que se suma a los seis que contenía su EP de debut -A lo pesau, a lo bajo a lo llano (Slovenly Records, 2020). Poco a poco, el artista valenciano está construyendo un repertorio muy singular que bebe de mil fuentes sin replicar ninguna. Su música parte de muchas influencias musicales que a veces están presentes de una manera más evidente y otras de forma mucho más sutil.
Después de exprimir el interés que podía tener para él como músico el rock and roll y el punk, Isidro decidió dejar de tocar en grupos para explorar por su cuenta el amplísimo crisol de géneros -desde el flamenco y el folk de todo el arco mediterráneo hasta el tango mexicano o el son cubano y diversas tradiciones de música africana- que le acompañan desde que es niño. “Muchas veces, al escuchar la discografía de muchos grupos puedes intuir qué estilo de música han estado escuchando en cada momento, porque esas influencias van dejando huella sucesivamente en los discos que van sacando. En mi caso es un poco diferente porque me gusta todo a la vez y son influencias antiguas”, nos explica en esta entrevista.
El suyo no ha sido un camino corto ni directo. El embrión de la mayoría de las canciones publicadas hasta el momento por Sanisidro tienen ya unos cuantos años de vida. Son ideas que han ido dando vueltas y más vueltas y han sufrido muchas variaciones hasta adoptar su forma definitiva. “Este es un proyecto que requiere que trabaje por mi cuenta, porque cuando tocas en un grupo siempre hay alguien que tiene prisa en publicar nuevo material. Y cuando se compone con prisas, lo que ocurre es que todos los temas que te salen se parecen mucho entre sí. Como no tengo que cumplir con ninguna fecha de entrega ni tengo que justificar mis decisiones, me siento con la libertad de no publicar nada hasta que siento que está acabado. A veces lleva semanas, y a veces años, pero cuando está terminada una canción, lo tengo muy claro. Tampoco tengo la urgencia de publicar un disco para salir de gira, como sí me ocurría antes, cuando tocar fuera de casa con mi banda era mi pasatiempo favorito”, señala Isidro. Así pues, ni canciones de relleno ni un molde del que salen todas. Cada una habita su propio mundo. El hilo conductor no está en las temáticas de las canciones ni en el género, sino en el clima.
El disco abre con un preludio instrumental que da paso a La qüestió atàvica, una “marcha mora rara que también tiene un poco de spaghetti western y Morricone”. Es una introducción lenta, misteriosa, incluso algo apática -”Se habla de la mandra, que puede traducirse como abulia en valenciano, más o menos”, nos explica el autor-. Está canción empezó como una especie de pregón valenciano, que poco a poco fui llevando a otro lugar. Es mi manera de decir “escuchadme, que os voy a contar algo”, pero a mi manera”. “Empecé tocando esta canción solo con guitarra, pero no me acababa de convencer; la canción me pedía una tuba o un trombón. También tiene varias capas de percusión, con timbales, tamborilete… Tengo la suerte de que Borja Vizcaíno, que se ha criado tocando en una banda de pasacalles, tiene nociones para meter arreglos de muchos instrumentos diferentes”.
En estos momentos, la banda que acompaña a Isidro en los directos -el próximo en València será en la sala 16 Toneladas el 27 de enero- está compuesta por el bajista Cayo Bellveser, el baterista Alfonso Luna, Jose Rubio (hermano de Isidro), que toca las panderetas, panderos y sonajas y Borja Vizcaíno, que maneja las congas, el bongó y la darbuka y el bombardino. En los conciertos, Isidro se centra en cantar y tocar la guitarra eléctrica y la flamenca.
A lo largo del álbum suenan bombardinos, congas, bongos, cascabeles, panderetas, panderos, ruanes, güiros, vibráfonos, darbukas, entre otros instrumentos, pero no de forma conjunta en todas las canciones. De hecho, Isidro huye de la exuberancia gratuita y dedica mucho tiempo a analizar cada tema desde todos los ángulos para sustraer todos los elementos accesorios. “Intento que la música sea lo más sencilla posible, no abusar de la instrumentación, pero poner la más adecuada”, apunta. Esta filosofía de trabajo es la que permite que la arquitectura de las canciones -cuyos patrones rítmicos pueden llegar a ser bastante complejos- sea de algún modo “invisible” y que por tanto la música resultante sea amable y accesible para todo el mundo, sea cual sea su nivel de conocimientos musicales. “Quiero hacer música para acompañar -insiste-. Cuando alguien me ha dicho que mi música le recuerda a lo que cantaba su abuela o a los villancicos, a mí me parece maravilloso”.
Las letras son enigmáticas y pegadizas, pero Isidro se resiste a desmenuzar su significado; prefiere la ambigüedad. En cualquier caso, sí que le arrancamos algo sobre la Solitaria, sexto corte del disco. Efectivamente, no habla de una mujer muy sola, sino de la tenia. “Le pasa como a Unicorn embolat, que parece canción de niños, cuando en realidad es bastante oscura, porque trata de la inocencia rota, de abusos infantiles, de cómo la droga le quita la personalidad a las personas. La Solitaria habla de la posesión, de la enfermedad crónica, de la depresión… Cuando era pequeño me encantaba sentarme en el patio del colegio con el bocadillo a escuchar las voces de las niñas saltando a la comba. Me flipaba ese rollo inocente pero super perverso. Esas canciones que hablaban de degollar a personas y de males de ojo”.
“De todos modos -insiste-, el mensaje de san Isidro está en la música. La letra tiene que estar, pero muchas veces todo lo que quería decir está dicho en dos versos”. Si la parte lírica no es tan importante ¿por qué solo hay una canción instrumental en el álbum? “Sé que es una paradoja con respecto a lo que te he dicho antes, pero la realidad es que el instrumento que más me conmueve es la voz. A mí la mía no me convence demasiado, pero tampoco me gusta meterle efectos. Los que se escuchan son pocos y muy medidos”.
Los pies de cristo y Ai, valent! son los dos singles de presentación de este álbum, que marca también el paso de SanIsidro desde el sello norteamericano Slovenly Records a La Castanya, casa también independiente pero más asentada en el territorio nacional, donde el proyecto musical de Isidro Rubio tiene mucho margen de crecimiento todavía.
Son dos canciones muy diferentes entre sí. Ai, Valent!, con coros de Leti Marrades, tiene un aire cowboy psicodélico muy pegadizo. “Es en plan Lee Hazelwood, pero menos americano y más mexicano. Más tex-mex”, explica el músico de Picassent. “Pero quizás las que mejor describen hacia dónde me estoy moviendo con lo nuevo que estoy componiendo son Los pies de cristo y Puente de plata. Estoy encauzándome cada vez más hacia una cadencia de acordes que es un poco flamenca, un poco de Oriente Medio y un poco de Centroamérica”.
Pecado de omisión, canción que cierra el disco, empezó como un tango mexicano. “En esa época estaba aprendiendo a tocar el son cubano y estudiando mucho un disco de Lydia Mendoza, que es una de mis artistas preferidas. Pero no quería tocarla como ella. En lugar de agobiarme y romperla para construirla desde cero rápido y mal, preferí darme tiempo: conocerla, saborearla, dejar que evolucionase y cambiase. Mi relación con las canciones es larga y cíclica. Hay ilusión, desánimo, remordimiento, resignación, y luego el ciclo empieza de nuevo otra vez. Hasta que encuentro la forma de que suene a mí”.