VALÈNCIA. Superadas las turbulencias identitarias de los años setenta, por el intento fallido de una catalogación del pueblo valenciano que acabó con la casa dividida, hoy los ciudadanos del Cap i Casal disponemos de una oportunidad histórica. Brindada por el Ayuntamiento, aprovechando la próxima reforma del espacio público, podemos establecer las bases de un sincero debate sobre la onomástica de la placa dónde se aloja la Casa del Pueblo. La futura pacificación del entorno nos puede dirigir al atzucac de la memoria, situarnos frente a ella desde el respeto para afrontar sin ningún tipo de rubor, al clásico tembleque costumbrista valenciano de lo que viene provisional viene para quedarse.
En un intento anterior, frustrado por cierto, el Consell Valencià de Cultura, institución dirigida por el académico y profesor Santiago Grisolía, se pronunció a favor del change señalando con el dedo la figura del Rei Jaume I, candidato de consenso avalado por el consejo de sabios a ocupar el trono central de la plaza. No llegó a prosperar la iniciativa entre la clase política valenciana más preocupada por gestionar los grandes eventos que por validar un hecho histórico. El Consell Valencià de Cultura iba en la buena dirección, pero no en la correcta. Discrepo del cuórum alcanzado en la votación, por el mero hecho de la composición arquitectónica e histórica de la formación de la Grand Place, arrastrada a una solariega tradición franciscana que se remonta a la conquista de València en 1238 por Jaume I.
Dichos terrenos ocupados por el actual edificio del Ayuntamiento, fueron concedidos por el benefactor aragonés a la Orden religiosa para la gestación y posterior parto del Convento. Durante más de cinco siglos, los franciscanos ocuparon la tierra prometida hasta la desamortización de Mendizábal, político anticlerical, quedando desmantelado el anhelado hogar de los frailes, derribado, finalmente en 1891. La segunda herida de asta, vino años después con la gran reforma de 1928. Liderada tal empresa por el entonces alcalde Carlos Sousa Álvarez de Toledo-Marqués de Sotelo- acompañado de los planos de su fiel escudero, el Arquitecto Mayor de València Javier Goerlich. El afán renovador del gigantismo valenciano, se llevó por delante la esencia franciscana que tras varios siglos pupuló por el centro de histórico, cortando de raíz los cimientos de la pintoresca Bajada de San Francisco que desembocaba en la Plaza, también de San Francisco.
Con menor intensidad, a la Plaza del Ayuntamiento, se le ha reconocido con otros titulares, aunque San Francisco ha perdurado en el tiempo liderando por veteranía el primer puesto del ranking del plano urbano. Indirectamente el sentimiento franciscano sigue salvaguardando la zona. El Ayuntamiento mora en pleno corazón del barrio de San Francesc, a pocos metros del Consistorio, el callejero, a través de una de sus ventanas, sitúa en el mapa de la ciudad el carrer del Convent de San Francesc, y la estatua que sustituyó a la del reciente exhumado dictador está tutelada por otro Francesc (Vinatea) Por eso, desde la futura pila bautismal no es descabellada la idea de titular la plaza con el magno y soberano nombre de San Francisco por tradición, memoria y vanguardia. Soy de la generación que ha atravesado el estrecho de la adolescencia con los datos personales de la Plaza del Ayuntamiento en la punta de la lengua, nombre sin mecha, apellido sin pólvora, resultando un fuerte estallido generado por el controvertido título de País Valenciano (1979-1987).
Los valencianos debemos avanzar en la buena dirección de construir una ciudad con sello propio. Avalado por la pirotecnia, por las singulares tradiciones, por el grito musical, por la esencia mediterránea, por los abrazos de Juan Genovés, por la cercanía, por el carácter festivo, y demostrando ese aire fenicio en las relaciones comerciales con los forasteros que la visitan ayudándoles a pronunciar arrós caldos, sèpia en tinta i carabassa al forn. Cada vez que ejercito uno de mis solitarios paseos por el centro histórico, me siento abordado por una sensación de furia interna, ante el cariz que va tomando la nueva imagen de una fachada comercial, arrodillada a la plasticidad impuesta por el sindicato del libre mercado, que sabe muy bien adaptarse a pie de calle adoptando modas absurdas. Me enfurece la situación, aunque me entristece más.
Por ello, no estaría mal achicar verticalmente el rico patrimonio valenciano, legado por nuestros antepasados, rescatando de la preciada memoria la figura de Sant Francesc. Desde una perspectiva independiente, sin vicios y no adscrita a ningún interés político, debemos renovar las primeras páginas de la guía urbana de la ciudad, contribuyendo a la naturaleza de los hechos. Vital envite, para frenar la hemofílica costumbre de la vieja o nueva política en colocar a los suyos en las placas direccionales, itinerario que nos conduce por el mapa desplegable de la ciudad.
Por si no le convence el valor histórico de restaurar el nombre de Plaza de San Francisco, abordaré el asunto desde otra perspectiva, comparando nuestra toponomia a la de otras capitales españolas y europeas, en las que la sede social del Consistorio, se rotula en el membrete del hecho histórico o en una figura representativa. Por el contrario, cuando se visita una Entidad Local Menor preguntando a un vecino del municipio por la ubicación de la oficina de correos casi siempre obtiene la misma respuesta: en la Plaza del Ayuntamiento.
Abierto el plazo de participación ciudadana, a través del sitio web www. pensemlaplaza.es concurso público de ideas con el sano objetivo de repensar colectivamente la reforma interna del principal ágora de los ciudadanos del Cap i Casal abogo, antes de picar sobre el cemento, por no construir la plaza desde el tejado. Me gusta como suena ¿Por favor el Ayuntamiento? en la Plaza de San Francisco…