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Santa Claus, los renos y John Waters

25/12/2022 - 

VALÈNCIA. A John Waters le obsesionan las navidades. Es fan. Es de los que en julio ya está nervioso pensando en la decoración y los regalos. A él le pasa igual que a los supermercados y las grandes superficies, que si se descuidan, en agosto ya están sacando los turrones. Aunque la verdad es que, a pesar de los esfuerzos que se hacen desde el comercio, España no es un país navideño de primer orden. Lo intentamos, pero no hay manera. Todo tiene su explicación. En León o Burgos es fácil vivir la navidad como es debido; en Málaga y Canarias, sin embargo, lo tienen fatal. La nieve y el frío equivalen a renos y chimeneas. Sin eso, la navidad no es más que un quiero y no puedo. Un buen atrezo también ayuda mucho. En Nueva York el despliegue de parafernalia es apabullante. Las luces, los adornos, los escaparates llenos de regalos envueltos en papel brillante. Si estás en Nueva York en diciembre, te entran unas ganas locas de comprar todo lo que ves, aunque luego acabes en la cárcel por no poder pagarlo. Con la navidad nos pasa lo mismo que con Halloween. Por más que nos vendan disfraces de vampiros y nos pongan calabazas hasta en la sopa, a nosotros no nos pega Halloween. Lo que nos pega es el Día de los Difuntos, de la misma manera que nuestras navidades siempre serán más Berlanga que Capra. Los anglosajones tienen a Mariah Carey, nosotros tenemos a Ana Obregón. También tenemos a Cristina Pedroche y su colección de vestidos para dar las uvas, yo creo que esto es algo único en el mundo. John Waters se moriría de envidia.

Joan Didion dijo que cualquiera que se llene la boca hablando del hedonismo californiano es que nunca ha pasado unas navidades en Sacramento. Ha llegado el momento de hablar de las navidades en València. Del calor que hace siempre en València en navidades. Todo el calor que debería haber en fallas se concentra en diciembre para que el artificio por antonomasia se multiplique por ocho. Si vives en los Alpes y has de alquilar una quitanieves para ir a comer con tus padres, es lógico que tengas ganas de celebrar la navidad, pero si vives en un lugar en el que comprar abrigos es tirar el dinero, ¿qué narices vas a celebrar? Mis sentimientos navideños se quedaron por el camino. No soy practicante. Lo más navideño que tengo en casa son discos de este subgénero musical a cargo de Phil Spector y She & Him, las antologías de la serie Ultra Lounge y el A Christmas Record del sello ZE. También poseo un Ziggy Stardust caganer que me regalaron mis amigos de Barcelona. Eso es todo. Creo que hay algo de espumillón en el trastero, haciéndole compañía a los discos de Jefferson Airplane y Oasis. Ya ni me molesto en comprar una poinsetia para el salón, para qué, si en marzo ya estará muerta. Como además mi vida laboral es un sinvivir, este año no tengo más remedio que ser austero. Nada mejor que las navidades para reforzar tu conciencia de clase.

Para mí la navidad es un espectáculo a contemplar, que no a compartir. El cargante efecto de los villancicos enlatados sonando allá donde vayas. Esas luces callejeras que deberían ser espectaculares y que poco a poco se han quedado en algo tristón, en un préstamo que las fallas –ellas de nuevo- le hacen a la navidad a ver si así el buen tiempo se pone de su lado. Esas manadas de compañeros de trabajo que han de reunirse obligatoriamente en estas fechas para cenar juntos. La cantidad de relatos que podría escribir sentado junto a alguna de esas mesas. No se me ocurre nada más diabólico que una cena de empresa. Bueno, sí, la cena de nochebuena o la comida de navidad, que a cierta edad piensas, ¿pero qué narices estamos haciendo aquí? Alice Cooper dijo que los momentos más gozosos del año son el último día de clase antes del verano y el de la navidad. Ese gusto por lo retorcido que tiene Alice Cooper.

John Waters escribía sobre todo esto en su ensayo Por qué me gustan las navidades: “A medida que se va a acercando la celebración del 25 de diciembre, la ansiedad y la presión de experimentar “felicidad” son parte del rito. Si es incapaz de imbuirse del espíritu de la fiesta, es que usted es comunista o necesita un psiquiatra con urgencia. No es de extrañar que no tenga amigos”. El cineasta, defensor de estas fiestas por motivos completamente distintos de los que guían por ejemplo a Tamara Falcó, también destacaba en su texto el poder erótico de Santa Claus. “Hombres de negocios con inventiva deberían abrir un bar sadomasoquista llamado El polo en el que fetichistas dominantes se podrían vestir como el viejo Santa Nick y gerontólogos pasivos se pondrían a cuatro patas y recibirían latigazos como buenos renos”.

En navidades nos deseamos felicidad unos a otros. Son fechas diseñadas para que broten nuestra generosidad y nuestra empatía. La pandemia ha servido para demostrar que no tenemos remedio. Si antes éramos egoístas, ahora, además de egoístas somos agresivos y nos importa una mierda que se note Lo hemos pasado muy mal, arrastramos secuelas de todo tipo, y encima, como Putin ha invadido Ucrania todo está caro, así que hay que vivir el momento y que se salve quien pueda. Estas son las primeras navidades sin restricciones después de dos años. Ya somos libres para poder ir a la cena de empresa y gastar como si realmente pudiéramos permitírnoslo. Estos son los días universales de la invocación a la bondad porque 2022 años atrás nació el niño Jesús para redimirnos de nuestros pecados. Algo debió decir en el twitter de su época porque tan sólo 33 años después, fue torturado y asesinado por intentar crear un mundo mejor. La navidad como periodo intensivo de la práctica de la bondad. El amor está en el aire. Los buenos deseos son el mantra de estos días. Nos felicitamos las fiestas, aunque no sabemos ni porqué lo hacemos. Y lo peor de todo es que si el crío del pesebre volviese a nacer, acabaríamos de nuevo con él. Somos tan irremediables que lo único que se me ocurre decir es... ¡Feliz navidad!

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