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el micro abierto de la sala matisse

Schubertiada: cuando los ases de la música clásica se van de cañas

Los miércoles por la tarde-noche se reúnen músicos y melómanos para romper las convicciones de los grandes escenarios

10/01/2019 - 

VALÈNCIA. Son las 20:30 de un miércoles erasmus cerca de la plaza del Cedro. La sala Matisse, una de las más reconocibles de la ciudad desde hace años, está abierta. La gente se podría esperar un grupo pop o un cantautor o una DJ. Pero tras cruzar la puerta, el ambiente resulta ser el de siempre pero estar como nunca: en el escenario hay un piano de cola, y sentados entre el público gente de 20, 30 y 60 años. Sale a escena Jose Ramón Martín, responsable de la sala desde hace un par de años y conductor de la velada. Entonces, tras una breve introducción, se pone frente al teclado del piano y empieza a tocar una pieza del barroco.

Esta estampa, que no resulta una marcianada pero que tampoco es la habitual en las salas de conciertos de València, se repite todos los miércoles. Se trata de la Schubertiada, una especie de micro abierto de música clásica para cantantes e instrumentistas. La iniciativa, que ya lleva funcionando casi un año, ha conseguido poner encima de la mesa una idea que ha acabado incluyendo un género más al mapa gigante que crece en la ciudad de los micros abiertos.

Al entrar preguntan: "¿escuchas o tocas?" Y nada más. La gente que actúa podría ser amateur, aunque en su gran mayoría son compañeros del propio Jose Ramón Martín, que trabajó durante varios años en el Palau de les Arts. De actúar allí vienen muchos, aunque también hay una mujer que recientemente ha cantado en el Teatro Real, o un hombre que había estado de gira por Italia. Son ases, unos cracks de la música clásica que, como si estuviéramos hablando de superhéroes, dejan el traje de lado y se reúnen para disfrutar de la música que más aman en un ambiente mucho más distendidoal que están acostumbrados.

Sube al escenario a cantar con Martín un hombre, que anuncia un concierto que dará el día 18 en la misma sala. Lleva sudadera y vaqueros. Martín, camiseta de manga corta y vaqueros. La gente murmura sin atender y se ríe, y de repente suenan las primeras notas y empieza a cantar. Y entonces se paraliza en las primeras notas un público que puede ser más o menos sabido, pero que no está muy acostumbrado a escuchar la ópera de una manera tan cercana y tan cruda. En un momento concreto, la canción necesita de unos coros, y el cable es recogido por los compañeros del cantante ya sentados; así que la sala entera se convierte en una especie de musical de Disney en el que la realidad es cantada. En el descanso, la gente aprovecha para pedirse una caña, ojear partituras sobre la barra o ir calentando la voz y hablar con el pianista que les acompañará.

Esto, que puede parecer lo más normal en un concierto o en un micro abierto de cualquier otro género, choca con los fundamento la música clásica en directo precisamente por la distancia intrínseca que se crea entre el espectador y el artista; por una parte, creada por las arquitecturas de los grandes coliseos operísticos, y por otra, por la magnanimidad –a veces artificial- con la que se vive tanto por parte del público como del artista los espectáculos. Así lo explica el propio Jose Ramón Martín, que justifica la iniciativa precisamente en eliminar esa distancia y poder ofrecer un concierto de música de mucha calidad pero sin la presión que crean los conciertos de ciertas magnitudes. Y su crítica la hace extensiva a todo el sistema: “te enseñan a aprender mucho y a ser un producto que toca únicamente en grandes conciertos y que tiene que producir grandes ovaciones, pero el pianista no es el que más sabe sino el que más toca, y aquí una persona puede tocar o cantar sin tener en cuenta muchas de las cosas que desde los conservatorios y los centros de perfeccionamiento se nos impone”.

Y en efecto, se permiten los errores, los estornudos y los murmullos entre el público, la cerveza de tirador en medio de una canción, la conversación distendida con los asistentes, los fallos logísticos, las presentaciones imprecisas... Pero porque permitir eso también significa poder contar con la calidez y la proximidad de grandes canciones que se viven en casi en primera persona.

Foto: KIKE TABERNER

La Schubertiada se celebra cada semana y busca captar también a estudiantes que estén preparando un concierto o que quieran probar sus habilidades en directo. El micro abierto tiene la entrada libre y se enmarca dentro de la nueva gestión de la sala, que busca ser aún más ecléctica de lo que era antes: "aún estamos probando, pero vamos aprendiendo a hacer las cosas", cuenta Jose Ramón Martín. En la nueva Matisse entra el reggae, el rock, la música electrónica, la clásica y lo que le echen encima, siempre intentando ofrecer propuestas de calidad. "El martes hubo un concierto a las tantas de la mañana y es una alegría poder responder que sí a quién se pregunte si de verdad hay algún garito de València donde estén haciendo música en directo a esas horas en ese día".

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