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UNA TECNOLOGÍA CHECA, CIENTOS DE VOLUNTARIOS CONFINADOS Y UNA ADMINISTRACIÓN COMPROMETIDA

Se busca extraño para salvar vidas y lo que surja

5/04/2020 - 

VALÈNCIA. "El hecho de estar encerrados en casa y estar más conectados que nunca". Cuando todo empezó, antes del confinamiento, de saber qué era la maldita curva, del material perdido o defectuoso y los ataúdes por centenares, antes de todo eso, Jose era sólo un estudiante. Carlos, sólo un jubilado. Y Rubén, apenas un profesor. Eran extraños entre sí; hoy, posiblemente, están pensando en verse las caras cuando el confinamiento acabe. El coronavirus se conjuró para enlazarlos en ese telar que es la historia humana, la que injustamente se escribe en minúscula, para congregarlos, a cada uno desde su hogar, en torno a un único objetivo: suplir con pantallas protectoras las manifiestas carencias de un sistema sanitario colapsado e incapaz de reaccionar con la premura necesaria.

Su heroicidad, la de miles de personas, no sólo reside en su altruismo, sino en la abrumadora capacidad para coordinarse y dar una inmediata respuesta desde el cobijo del salón, a la sombra de los gratos y hasta festivos balcones. Es este un relato en el que académicos, expertos, profesionales, aficionados y voluntarios inquietos demostraron, para la calma de quienes temen el futuro, que las crisis agudizan el ingenio y que en la naturaleza humana se hallan también incontenibles torrentes de generosidad. Es la historia, además, de cómo el coronavirus unió a múltiples desconocidos que, con el tiempo, han acabado siendo como amigos.

Aquí va a morir mucha gente —advirtieron a Pedro Morillo profesores de la Facultad de Medicina y Odontología, a la postre médicos. Era el primer día de auténtico confinamiento, lunes 16 de marzo. Pedro, advertido por los expertos, ve lo que se viene encima. Sánchez, quién sabe.

A partir de este momento, todo empezó a rodar de manera vertiginosa. El mundo universitario valenciano entró en escena como una suerte de bisagra entre la sociedad civil y las administraciones. Como Morillo, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universitat de València; también participan en esta coordinación Manuel Martínez, maestro de Diseño en la Universitat Politècnica, o una de sus antiguas alumnas, Berta Recatalà, fundadora del Clúster de Innovación Sanitaria de la Comunidad Valenciana.

No tardó en ponerse en marcha, desde el ámbito universitario y gracias a decenas de tejedoras voluntarias, la producción de mascarillas, protectores útiles pero ni mucho menos infranqueables. Para las situaciones de mayor riesgo se requiere algo más: Equipos de Protección Individual (EPI). O en su defecto, pantallas protectoras. Y en cualquier caso, las administraciones estaban siendo incapaces de facilitar todo ello. Es en este preciso instante, en estas circunstancias, cuando se produjo la mágica confluencia propia de los tiempos de necesidad, y en la ecuación apareció una variable salvadora e imprescindible que, hasta el momento, se había mantenido en los márgenes de la hoja, a modo de submundo, fuera de todo foco. Inopinadamente, la mirada académica se dirigió hacia los makers.


Con aparente nombre en lengua inglesa –‘hacedores’, en castellano-, los makers no son otra cosa que una comunidad hilvanada alrededor de un mismo interés: la impresión de piezas en tres dimensiones. Aficionados de todas las partes del mundo y también de España, de la Comunitat Valenciana, de València, para quienes hasta el 13 de marzo esta pasión era sólo una curiosidad, y quienes nunca imaginaron que tal gusto acabaría sirviendo para proteger vidas. También profesores de diseño, de artes, y alumnos suyos, que encontraron en esta circunstancia de pandemia una finalidad filantrópica inmediata.

Pero no hizo falta llamarlos, acudieron empujados por su instinto. Y lo hicieron de forma simbólica, claro está, porque en la praxis, acudieron confinados desde sus habitaciones. Algunos se conocían del mundillo: por hobby o profesión. Otros, de vista. Y hay quien, pese a no tener ni idea, se aventuró a comprar una impresora 3D para aprender las nociones básicas y ayudar con lo que pudiese. Así afloró de súbito un grupo de mensajería en Telegram de toda España: ‘Coronavirus maker.

Pronto, 200 extraños se vieron colaborando desde innumerables puntos del país para fabricar, cada uno con su máquina, diferentes piezas que darían lugar a equipos de protección para todo tipo de personal. Aunque se está desarrollando un respirador para los pacientes en lugares como Navarra, muchos de los esfuerzos, especialmente en la Comunitat, se han centrado en las pantallas de protección.

En las plataformas digitales, aparecieron diversos modelos, subidos por diseñadores anónimos. Otros alguienes, también extraños, son los que acaban de trasformar los archivos informáticos en algo tangible. Una válvula. Una visera. Un encaje. Y otra pieza. Y podría cambiar este pitorro: chicos, así ensambla mejor. Hacedlo así, porque si no se despegará. Este material no vale, se oscurece con la limpieza. ¿Alguien sabe por qué se me desmonta? Hoy he hecho seis piezas. ¡Me acaba de llegar la máquina! El aplauso de hoy va por todos vosotros, chicos, lo estáis haciendo genial.

Hoy, tras dos semanas de la advertencia inicial, el fenómeno sólo en esa conversación es de más de 16.600 desconocidos. Pero no están, ni de lejos, todos los que son. Se crearon colectivos autonómicos y provinciales. También locales, a los que se han ido sumando numerosísimos voluntarios. Uno de los múltiples colectivos de extraños se articula mediante Whatsapp: ‘Urge impresión 3D Valencia’El grupo bulle. La gente habla, se pide ayuda, se da ánimos. Comparten imágenes de sus cervezas diarias. Son 140. Allí convergieron Carlos, Rubén y José.

"Somos perfectos desconocidos" 

“La impresora 3D es una forma de darle vida a lo que tengo en mi imaginación”.  Carlos siempre la ha utilizado para hacer lo que llama sus “pequeñas tonterías”: un remiendo por aquí, un apaño por allá. “Se puede hacer cualquier cosa”. Una amiga, conocedora de su divertimento, le habló de la existencia de estos grupos: “Me pasó el enlace y aquí estoy, haciendo viseras para sanitarios”. “Al entrar, repasé la lista de los miembros y no conocía a nadie”, relata aún sorprendido: “Somos perfectos desconocidos que estamos formando parte, ladrillo a ladrillo, de una misma pared”. Cuando todo acabe, es probable que surja un café con alguno de sus compañeros: “Me gustaría ver a esta gente cara a cara”.

Pero hay más. Por ejemplo, Rafa Sánchez. Licenciado en Bellas Artes y dedicado profesionalmente al autóctono arte del artista fallero, ostenta una empresa de carrozas y dispone de nada más y nada menos que de 17 impresoras 3D. Es más, parte de ellas han sido alumbradas por el mismo. Lo visita Valencia Plaza para ver de cerca el taller habilitado en su propio garaje, en el barrio de Malilla, desde donde está produciendo todas las piezas que puede para construir sistemas de protección.

También Jose, estudiante de robótica, contaba con una impresora previamente y se involucró sin pensarlo mucho. “Ha sido todo en cuestión de semana y media”, subraya. “Un profesor mío está muy metido en el mundo maker, vi publicaciones suyas, contacté con él y me metió en los grupos”, cuenta Jose, quien explica su rutina: “Las máquinas funcionan a pleno rendimiento día y noche”. Funciona como cualquier impresora: se introduce el archivo y se le ordena imprimir. Al día, se pueden producir entre 6 y 8 piezas. Cuando se imprime una, hay que volver a colocar el material para la siguiente. Muchos como Jose también la dejan funcionando por la noche. “Yo puedo producir a nivel de usuario, pero lo que hace la cantidad es mucha gente imprimiendo a la vez”, resalta.

“Lo primero que pensé es que la industria se iba a poner a fabricar miles [de equipos de protección] y lo iban a tener totalmente controlado”, recuerda Rubén (imagen superior), profesor de Bellas Artes en la UPV. Pero finalmente no fue así: “Vi sentido a nuestro trabajo porque podemos dar una respuesta mucho más directa”. Dicho y hecho, pidió permiso para coger dos impresoras con las que trabajaba en la facultad y se puso manos a la obra.

Rubén conoce de cerca la historia de la impresión en tres dimensiones y especialmente de la impresora que se ha popularizado y de la que cientos estarán haciendo uso para esta pandemia. Su creador, Josef Prusa, de República Checa, democratizó el uso de esta tecnología al crear un diseño sin registrar los derechos. La impresora lleva su apellido -Prusa- y con ella ha conseguido entrar en el ranking de Forbes de su país.

La ausencia de derechos de autor ha permitido que muchos usuarios de todas las partes del mundo hayan podido enmendarla y mejorarla. Acudió a España para impartir una conferencia en el máster que dirige Rubén. Hoy, Rubén y muchos otros imprimen en casa con este invento que servirá, al fin y al cabo, para proteger la vida de personal sanitario, fuerzas de seguridad, asistentes de personas mayores, etcétera. La tecnología era muchas cosas, pero también era esto.

Máscaras de Decathlon para proteger vidas

Al poco tiempo de ponerse en marcha, Rubén recibió un encargo particular. Venía de Rafa, un médico del SAMUR. "Como estábamos teniendo problemas para protegernos, nos empezamos a plantear formas alternativas", asegura Rafa: "La imaginación hace mover el mundo y la necesidad hace maravillas". Hubo muchas ideas, pero en sus redes, Rafa vio el sistema fabricado por un italiano que consistía en aplicar un filtro al orificio de una máscara de buceo de Decathlon. "A través de mi hija, conseguí el contacto de un grupo de fabricantes de piezas 3D". Cuando habló con ellos, con este grupo en concreto, para conseguir que fabricaran los acoples necesarios, la predisposición le abrumó.

"Automáticamente tuve 30 llamadas preguntándome cuántas piezas, cuándo y cómo las quería". El grupo desarrolló el diseño apropiado y en apenas dos días, se plantó con más de un centenar de piezas. "Lo comprobé, vi que funcionaba y se lo dije a mis compañeros". Al acople (imagen superior) se le pone un filtro que se queda con la práctica totalidad de las partículas del aire, ningún virus puede entrar con facilidad. No es un sistema homologado, pero ante la carencia, imaginación. Así, Rubén pasó a recoger todas las piezas fabricadas para trasladarlas a la central del SAMU, en el Hospital Doctor Peset (carrousel inferior). "Yo soy la cadena de transmisión entre los montadores y mis compañeros". Una compañera suya, Mamen, también se ha encargado de conseguir mascarillas.


Las máscaras de Decathlon remendadas constituyeron aquel pedido puntual -también se hizo llegar a otro hospital de Llíria- pero a lo que fundamentalmente se dedican los makers es a las pantallas protectoras: producen sólo las viseras, que más tarde, en un centro logístico propio, desinfectan y ensamblan con una pantalla de plástico para proteger el rostro y una cinta elástica para sujetar la herramienta a la cabeza. Es uno de los diferentes modelos que han ido surgiendo en toda España, y que en València ya está sirviendo en residencias, comercios, hospitales, centros de trabajo, e incluso en policías locales.

El monumental trabajo de coordinar: "Hemos sido como un pegamento"

Si sólo la puesta en contacto de los miles de makers en pleno confinamiento puede parecer una heroicidad, organizar la provisión de material, la distribución, el montaje, la desinfección, y el reparto, ha sido otro de los pilares del éxito de este ejército de desconocidos. Lo explica el equipo coordinador. "A raíz de ver el desborde en la gestión, me uní con diversos amigos y alumnos", apunta el profesor de diseño en la UPV, Manuel Martínez, impulsor de uno de los grupos de makers, que junto a la ya mencionada Berta Recatalà, la decana del Colegio de Ingenieros Técnicos Angélica Gómez, y Penélope Teruel, arquitecta de profesión, sacaron mucho adelante. 

"Dije: yo no puedo imprimir pero os puedo ayudar a organizar y llegar a la administración", relata Penélope. Así se iniciaron los contactos con la Conselleria de Sanidad.  La intención era conseguir validar -que no homologar- uno de los modelos de pantalla protectora para el personal sanitario. "Ha habido un montón de modelos en toda España y se ha ido cogiendo lo mejor de cada comunidad", detalla Angélica Gómez. Uno de los diseños que se ha tomado como referencia ha sido el que se estaba desarrollando en Navarra.

Finalmente, tras numerosas conversaciones y modificaciones, la administración valenciana ha acabado validando la propuesta. Es decir, los sanitarios podrán usar estas herramientas siempre que no cuenten con los Equipos de Protección Individuales (EPI) homologados. "Homologar algo así en España es muy complicado, tarda mucho tiempo", explican fuentes de la administración, por lo que se llegó hasta donde se pudo en estas circunstancias de carestía. "Hicimos un poco de pegamento" entre los makers y la administración, añaden, para concluir que es "envidiable" la manera de trabajar de los cientos de makers que hay en València.

Pero antes de ello, ya habían pasado muchos días en los que se había estado produciendo un modelo parecido. Durante aquel período es cuando se tejió toda la red. Penélope se encargó de la logística y recuerda que aquellos momentos se centró "apagar muchos fuegos". Uno de los obstáculos era que había numerosos puntos de producción, por lo que se requería un centro logístico que funcionara de nodo entre todos ellos. Es allí donde convergen las piezas sin ensamblar, en un local de Burjassot cedido por el Ayuntamiento. Tres voluntarios reciben a Valencia Plaza, ensamblan y empaquetan las pantallas, las preparan para su transporte. Trabajan en cadena y, de tanto en tanto, limpian y desinfectan el suelo con agua y lejía.

Más red: empresarios y policías

Otro de los pilares clave en todo este sistema son los donantes desinteresados, los benefactores. Uno de ellos es Toni Cabrera. Empresario del juego y propietario también de otras compañías de material sanitario, ha decidido ceder el local de un salón de juego situado en la Avenida del Cid. Así pues, los organizadores tienen previsto trasladar aquí parte del ensamblaje y desinfección, e incluso están sopesando montar una granja de impresoras 3D para aumentar la producción. Toni, además, ha donado numerosas unidades de gel hidroalcohólico para diferentes instancias como la Policía Local.


El acuerdo con la Conselleria de Sanidad también incluye un centro que habilitará la Generalitat Valenciana en Paterna para recibir las piezas que se vayan a dedicar a personal sanitario. Allí, la administración aplicará un meticuloso sistema de desinfección, dado que los controles sanitarios son imprescindibles para introducir material en los hospitales. Asimismo, con la voluntad de centralizar todo en un mismo canal, el equipo de organización ha habilitado un portal para que tanto makers como solicitantes de máscaras puedan apuntarse y así hacer más eficiente el funcionamiento de la cadena.

"Somos como una fábrica con miles de puntos de producción", dice, orgullosa, Berta Recatalà, quien incide en el gran apoyo que ha recibido toda la red de los cuerpos y fuerzas y seguridad del Estado. El comentario no es baladí. Tanto la Policía Nacional, como Protección Civil y distintas Policías Locales, han tenido un papel fundamental en el movimiento de todos los materiales, en ocasiones emitiendo permisos, en ocasiones participando del propio transporte. "Hay que tener en cuenta el confinamiento que se ha decretado y la restricción que todo eso supone para mover todas las piezas y materiales", incide Penélope.

Decisiva, y así lo agradecen infinitamente desde el equipo, ha sido la intervención del concejal de Seguridad Ciudadana, Aarón Cano. Cuando se pusieron en contacto con él, todo fluyó mucho mejor. Tanto es así que la Policía de València es quien se ocupa, además de múltiples voluntarios, de acometer el traslado de material. Vicent Martí es el comisario encargado de los recursos en el cuerpo policial, y explica que cada dos días, la organización les remite una relación de viviendas a las que hay que acudir por distritos. "Recogemos todas las impresiones y las llevamos al sitio de montaje", continúa, para recalcar que en hora y media, los agentes son capaces de recoger hasta 500 impresiones. "Con los impedimentos de movilidad, nosotros somos los únicos que podemos movernos con rapidez".


Pero además, el cuerpo ha sido uno de los beneficiarios de las pantallas protectoras. "Sabíamos que estaban haciendo el trabajo en impresoras 3D", y al contactar, pidieron también pantallas para los agentes municipales. Se utilizan en los servicios donde hay mayor riesgo de contagio: en servicios a personas mayores y colectivos de riesgo, controles donde el contacto con los ciudadanos es mucho más estrecho, etcétera.

"Me cuesta ir a dormir sin hablar con alguno de ellos"

No se puede entender todo lo que significa este movimiento sin atender al efecto que está teniendo sobre sus propios miembros. "El 16 de marzo para esto es la prehistoria. Mucha gente trabajando como bestias y casi sin dormir. Hemos avanzado, hemos aprendido y hemos trabajado un montón", explican desde el equipo. Es un resumen que podría acercarse mucho a la realidad. "La grandeza es que estamos todos: voluntarios, policías, empresarios, profesionales. El tsunami viene de abajo y no lo va a parar nadie", explica emocionada Angélica.

"Somos un resorte, pero los verdaderos protagonistas son los jóvenes con sus impresoras, el conductor de la ambulancia que pide piezas, el policía que nos ayuda al transporte, los voluntarios de Burjassot. Esos son los verdaderos protagonistas", concluye Manuel. Penélope no puede evitar admitirlo: "Es lo más importante que he hecho en mi vida; ha sido duro, lo hemos pasado muy mal, pero juntos llegaremos siempre más lejos". "A veces merendamos juntos o cenamos jutnos, todos estamos en casa de todos, me cuesta ir a dormir sin hablar con alguien de ellos", asegura Penélope.

Para Berta también ha significado mucho: "Cuando nos juntamos, pasan cosas preciosas: el hecho de estar en casa encerrados y estar más conectados que nunca".

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