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MEMORIAS DE ANTICUARIO 

¿Se puede vivir del arte en València? Una visión optimista, aunque no lo parezca

9/06/2019 - 

VALÈNCIA. Mientras escribía esto, una persona muy relacionada con lo que sigue me pidió que fuera optimista. A ver, suelo ver, en general, el vaso medio lleno (aunque todos los días el mundo me da motivos para lo contrario) pero eso no significa que debamos obviar la realidad. Una realidad que es la que es. Ha sido una de las galerías que más ha dado que hablar en la ciudad; especializada en ilustración, acaba de anunciar su cierre por falta de rentabilidad. Pepita Lumier es la última de una larga lista iniciada en los primeros años de este siglo XXI precediéndole en esto de bajar la persiana la galería Paz y Comedias (plaza del Patriarca) que también dijo adiós a València hace unos meses. No obstante si digo que no me sorprende, estaría mintiendo. Aunque siempre que se produce el cierre de una galería lo sentimos como una perdida cultural más para la ciudad, he podido apreciar estos días que el de la galería de la calle Segorbe ha supuesto un cataclismo local para el sector de la cultura, por “ser quién es” y por la cantidad de gente que seguía su intensa actividad, lo que se ha visto reflejado la avalancha de reacciones de apoyo y de tristeza. Sí, digo gente que “seguía” su actividad puesto que no podemos afirmar, sin embargo, que la mayoría de esos seguidores fueran también clientes. En ocasiones no hay que andarse con rodeos y hay que ser crudo. Si la tercera parte de quienes han llorado el cierre de este espacio, y que se han hecho oír a través de las redes sociales, hubiese apoyado el proyecto de la única forma que se me ocurre, adquiriendo, aunque fuera ocasionalmente, aquella obra que tanto le gustó y que colgaba en uno de sus muros, Pepita Lumier, como otras galerías, sería un negocio rentable y sus perspectivas de futuro esperanzadoras. Sin embargo, las multitudinarias inauguraciones (está claro que por las inauguraciones no los conoceréis) no eran espejo de la auténtica realidad -esto me sorprende menos- porque apenas un porcentaje inapreciable de los asistentes adquirían obra de “sus artistas favoritos” en su galería predilecta. En muchos de los mensajes de apoyo y decepción se habla de “la ciudad” como causante de las siete plagas y muy poco de personas. En apenas un par he podido deducir un mensaje de autocrítica, de, al menos, compartir responsabilidades. ¿Desde cuándo “la ciudad” consume arte?, ¿desde cuando es la que apoya a los artistas, a las galerías? El pulso a la cultura se toma como resultado de muchas decisiones personales. Incluso los poderes públicos a los que tanto se les exige y reclama tienen una capacidad de influencia limitada.

El momento para la reflexión y la autocrítica llegó hace muchos años, y quizás este último cierre sea un punto de inflexión si somos optimistas, o la última oportunidad para abordar de forma sincera el asunto. Cabe reflexionar por parte de todos: hacer autocrítica por parte de aquellos que ofrecen cultura a la ciudad (en esta caso galerías y artista), pero también por parte de quienes lo reciben, porque también son estos últimos responsables de la existencia de estos espacios: sin vosotros, los clientes, es una quimera crear y una utopía exponer y vivir de ello. Volvamos a ser crudos: las empresas que apuestan la cultura necesitan que se apueste económicamente por el producto que ofrecen. Estableciendo un paralelismo con aquello que más o menos decía el inefable Julio Anguita: menos decirme que me queréis y votadme más”.

El modelo clásico de galería, al menos en ciudades de tamaño medio como València, lleva camino de la extinción si los retos no se afrontan desde el punto de vista más empresarial, como, ante todo, un sector económico, para convertir en prósperos y rentables unos espacios en los que, en definitiva, se vende cultura. Sí, las galerías de arte son, ante todo, espacios en los que se ofertan y venden productos culturales concretos que son las obras de arte, al igual que las librerías son espacios de venta de libros. En esta situación preocupante nunca es innecesario recalcar esto. Hay que obviar esa impostada pureza intelectual que ve contaminante hablar de cultura y dinero. El cliente necesita más información sobre la adquisición, sobre forma de pago, las facilidades que ofrece la galería para animar a tomar decisiones que sopesan mucho. Las galerías son espacios comerciales, espacios meramente culturales son los museos, las bibliotecas o las salas de exposiciones. Por supuesto que es fundamental que el público visite más las galerías, que coja confianza, pero son las transacciones las que les permiten abrir la persiana todos los días. 

Cambio de hábitos de consumo

El asunto es muy sencillo de describir pero a la vez complicado de solucionar porque entra en la esfera personal de cada uno. Centrémonos en el problema con mayúsculas: vivimos unos tiempos en los que el público no adquiere arte en cantidad mínima necesaria para hacer viable la carrera de muchos artistas y la vida de otras tantas galerías. No siempre ha sido así, y lo sabemos. No es un tema de falta de sensibilidad, de afinidad con el arte, puesto que dadas otras circunstancias hay un gran público que sí que que esté interesado por el arte. Si fuera un problema de acercamiento al arte sería más fácil de revertir la situación: promoción, visualización y todo solucionado. Sin embargo no creo que vivamos en el peor de los mundos, ni mucho menos aunque todo es mejorable, y mucho. No nos traicionemos a nosotros mismos, no nos hagamos trampas y no busquemos el problema en un déficit de fomento de la cultura: la cosa podría ser mejor, pero nunca hemos tenido a nuestro alcance una cantidad de recursos culturales y una oferta igual. De hecho hay ocasiones en que podemos debatir si existe una sobreoferta en nuestra ciudad (IVAM, MUVIM, Museo de Bellas Artes, Centre Cultural Bancaja, Bombas Gens, La Base de la Marina, La Llotgeta, Fundación Chirivella Soriano y otros pequeños museos y eventos culturales de todo tipo), a medio plazo llegará Caixa Forum y la Fundación Hortensia Herrero, por no hablar de internet como inabarcable herramienta para bucear, desde casa, en la vida y obra de miles de artistas y espacios expositivos. Les diré más, conozco mucha gente interesada en el arte, que vive experiencias artísticas con sensibilidad en la ciudad y fuera de esta, pero lo hace sin adquirir arte. Es una forma más de ser y estar en el siglo XXI.

No esquivemos la cuestión

Empecemos a abordar directamente la cuestión para precisamente darle la vuelta. Porque es posible hacerlo, sin duda (inicio el modo optimista). Para empezar las causas de un consumo bajo mínimos de arte en nuestra ciudad (las galerías importantes viven de coleccionistas foráneos y ferias nacionales e internacionales a las que acuden) no hay que buscarlo en razones de tipo económico, aunque por supuesto que hay quienes desearían poder adquirir obras y su renta no se lo permite. Hay precios para todos los bolsillos y facilidades de pago aunque quizás habría que informar más y mejor sobre ello. Las razones hay que hallarlas, más, en un cambio de los hábitos de consumo como consecuencia un cambio en en los hábitos de vida. Mientras que el consumo de arte se resiente, el de experiencias inmediatas aumenta exponencialmente: experiencias gastronómicas, viajes, tecnología ocupan los primeros puestos en las preferencias. Pienso que no hacemos la suficiente pedagogía y, permítanme emplear un horrible anglicismo, “marketing” por parte de todos a la hora de “convencer” a los potenciales clientes de que el arte, la cultura, no es que sea una experiencia como las citadas sino que “es la experiencia” (aquí podría echarle mucha literatura pero no hay espacio ni tiempo). Una forma de experimentar más profunda y duradera que aquellos placeres igual de inmediatos que efímeros. El arte es una experiencia para toda la vida.  

Hablo a menudo con coleccionistas, clientes y potenciales clientes que todavía no se han decidido a dar el paso y me trasladan una sensación de inseguridad provocada por un desconocimiento que si se lograra combatir se ganaría mucho. Hacer una auditoría de la situación debe llevarnos a preguntarnos, y en la medida de lo posible respondernos, sobre, por ejemplo, los criterios de valoración de la obra que se expone. En ocasiones desconcierta la valoración de determinados artistas jóvenes (aquí me suele venir a la cabeza la frase de Picasso “para vender un día caro hay que empezar vendiendo barato”), artistas con un currículum todavía literalmente por hacer, cuyas piezas pueden costar en galería una cantidad equivalente a la del mercado secundario de artistas totalmente consagrados y que ya tienen obra en museos y grandes colecciones privadas y públicas. Preguntarse también si deberíamos hacer mucha más pedagogía cultural, y asesoría artística y económica: por ejemplo como formar una colección con criterios de coherencia, calidad e incluso decorativos (sí, no todo tiene que ser “arte de tesis” como decía un conocido y exitoso galerista de Barcelona y muchas  obras de arte van destinadas a embellecer un espacio), sobre la forma más adecuada para nuestros bolsillos de iniciarnos en el coleccionismo sin desfallecer y morir en el intento, si los artistas deberían estar de forma permanente en la galería para explicar su obra, su ejecución...

Preguntarse por herramientas novedosas para lograr que el arte forme también parte de la lista de hábitos de consumo de la actualidad (en la que el arte estaba hace tres décadas), sobre las formas de exhibir, y en este caso me remitiré a proyectos que se ponen en marcha en determinados espacios de otras ciudades en las que se está apostando por un cierto “repliegue físico” poniendo la mirada en tiempos pretéritos con el fin de devolver cierto misterio y morbo a la experiencia del arte: locales aparentemente menos visibles (y con menos gastos), más privados, una relación más personalizada y directa con los clientes, acceso a ciertos eventos mediante invitación, restricción en el uso de móviles y de las redes sociales, exposiciones de duración más restringida en el tiempo, visitas concertadas, etc. Sin traicionarse a uno mismo, sin perder la autenticidad, la esencia, estoy convencido de que hay otras formas de hacer cultura, de vender cultura y todavía no las hemos explorado.

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