VISIONES Y VISITAs / OPINIÓN

Seguid

Elegía del colegio triste

16/09/2019 - 

Seguid con el miedo. Seguid con la farsa. Seguid aparentando lo que no sois o dejando de ser lo que deberíais. Continuad con la rutina de la humillación o con la humillación rutinaria; con la bajeza por bandera y la mediocridad como refugio. Seguid haciendo galera de vuestra profesión, remando al son de una corrección política y una claudicación que solamente os acarrearán perjuicios. No recuperéis nunca el rumbo que abandonasteis cuando perdisteis la confianza. No hagáis ningún esfuerzo. Dejaos llevar por la corriente, por mucho que algunos —muy pocos— osen poner ante vosotros un espejo vergonzante o un contraste revelador.

Seguid con vuestra pusilanimidad y vuestro vacío; seguid con vuestra injusticia y vuestra contumacia; seguid con vuestra torpeza y vuestra miopía. Seguid con vuestra mezquindad, vuestra envidia, vuestra desorientación, vuestra estupidez o lo que sea, porque no está claro por qué seguís, pero sí que seguiréis. 

Es evidente que no sois capaces de cambiar; y si por algún motivo llegarais a serlo, aunque sólo fuese temporalmente, no acabaríais la maniobra porque habríais de tomar una decisión firme no influida por las posibles consecuencias, y a eso nunca os atreveréis. Dudáis de vosotros y de vuestros principios; dudáis de vuestros alumnos y de sus padres; buscáis una base firme donde no puede haberla, mientras dejáis de lado la que sabéis —o supisteis— que lo es. No hay milagros donde falta la fe: sólo hay mengua, disminución y escuchimizamiento. Periclitáis porque teméis. Os reducís cada vez que os asustáis. Queréis conservar, queréis retener, y se os escapa entre los dedos. 

Porque no es el sueldo que pretendéis asegurar, sino los valores que os deben mover; porque no es una empresa, sino un anhelo; ni un oficio, sino un empeño. Porque habéis olvidado que os dedicáis a una misión elevada, que os han hecho un encargo trascendente, que os debéis a un cometido mucho menos vulgar que vuestros garbanzos. Por eso estáis atrapados en la ciénaga. Por eso vuestra jornada laboral se ha convertido en un chapoteo viscoso. 

Así que seguid en la irrealidad, en la doblez y en la pesadilla; seguid languideciendo; seguid avergonzando a vuestro gremio; seguid en vuestra sequía voluntaria, en vuestro pánico permanente. Seguid engordando el caldo a los ignorantes, bailándoles el agua, evitando contradecirles y dejándoles llevar el timón. Seguid empujando el colegio hacia el abismo con vuestra dejación; seguid sumiéndolo en el marasmo a cambio de un año más de pitanza. Seguid siendo sosos y oscuros. Enterrad el talento que os encomendaron. Esconded la cabeza bajo un manto de pragmatismo. Naufragaréis porque teméis naufragar; os hundiréis porque no miráis al frente, porque no queréis coger el agarradero firme de la espiritualidad, porque tenéis la vista fija en lo que se ve y se palpa, porque os conformáis con ir tirando, con masticar lenta, vacuna, porcinamente la tajada, sin aspirar a más.

Pero seguid, ya que así lo habéis querido. Seguid hozando; seguid cayendo; seguid sudando en frío; seguid siendo rebajados por aquéllos a quienes debierais elevar. Seguid siendo los frutos vanos que os han impuesto ser. Seguid con vuestra debilidad y vuestra intrascendencia. Seguid ocultando, negando, incumpliendo vuestro carácter. Seguid evaporándoos, desintegrándoos, desapareciendo. 

Seguid por el despeñadero hacia la nada, que recorréis y hacéis recorrer a los que unos despistados —cada vez menos— dejan en vuestras manos. Mantened vuestra toxicidad y vuestra tergiversación, vuestro embuste y vuestra ligereza. Seguid el aquelarre del aturdimiento, la danza fantasmagórica del error y el disimulo. Seguid siendo crueles con los de abajo, serviles con los que os rodean y asquerosamente rastreros con los de arriba. Seguid poniéndoos en evidencia. Seguid provocando el bochorno ajeno. Seguid siendo antipedagógicos mientras hacéis como si no. Seguid negando la mayor. Seguid en vuestro universo triste y marginal, en vuestra existencia paralela, en vuestra deriva irresponsable y en vuestro puñetero declive. No miréis arriba; no miréis afuera: puede que, a estas alturas, no soportaseis los temblores anejos a la consciencia de vuestra situación.

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, pero temo por vosotros, por vuestra integridad psicológica, si os hacéis cargo de golpe, y quisiera evitaros el shock. Empezad pues, os lo ruego, por no seguir. Deteneos un momento; interrumpid la inercia; daos un respiro y luego reflexionad. Siempre hay tiempo. Siempre se puede cambiar y empezar de nuevo. Si conseguís hacer esto habréis avanzado mucho. 

Pero si, en cambio, no lográis hacerlo; si por desidia, por tozudería o por desgracia pasáis de largo la bifurcación, seguid; seguid como íbais; seguid bajo la férula de la masa en rebeldía; seguid con vuestro deplorable sometimiento; seguid ganando ingravidez, acumulando inconsistencia; seguid escribiendo los capítulos de vuestra degeneración; insistid en esa crisopeya inversa con la que vais transmutando el oro que os constituyó en el plomo que os anonada. Seguid con las puertas abiertas y la conciencia hermética; seguid con la promoción infundada, con el maquillaje y la impostura; seguid con la desnaturalización y la falsificación; seguid extraviando vuestra razón de ser y buscando una identidad nueva, polivalente a fuerza de aséptica, para no tener que sufrir los empellones del compromiso. 

Prolongad cuanto podáis el viaje a ninguna parte que iniciasteis aquel día en que, sin saber muy bien por qué, la rectitud, la honestidad y la valentía os parecieron un lastre insoportable y las arrojasteis por la borda.

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