VALÈNCIA.- Gracias a Steven Spielberg, los extraterrestres no necesariamente tenían que ser criaturas peligrosas para los terráqueos. E.T. abrió esa posibilidad: la ternura también puede proceder de otros planetas y no todos los habitantes de otros mundos tenían que ser tan bordes como Alien o tan maquiavélicos como Diana y el resto de lagartos antropomórficos que salían en V. En los sesenta ya hubo un antecedente amable en televisión, Mi marciano favorito, que contaba la historia de un periodista —encarnado por Bill Bixby, futuro protagonista de Hulk— que se encuentra con un marciano cuya nave ha caído cerca de su casa. El extraterrestre, que viene en son de paz, le convence para que no dé aviso de su existencia a las autoridades y se convierte en su huésped, siendo, de cara a los demás, el ‘tío’ de su anfitrión.
A mediados de los ochenta, la NBC produjo una serie con un argumento similar. Una nave espacial cae en el garaje de una familia de clase media norteamericana, los Tanner. En ella viaja una forma de vida alienígena, de corta estatura y aspecto de peluche. El matrimonio formado por Willie y Kate, y sus dos hijos, Lyan y Brian, dan cobijo a la peluda criatura, que se instalará en su garaje hasta que logre reparar sus naves. Con esta premisa llegaría, en septiembre de 1986, la serie conocida como Alf.
El sarcasmo, su seña de identidad
Alf era sarcástico y su mirada extrañada ante nuestro mundo fue una de las claves del éxito de la serie, que se mantuvo en antena durante cien episodios, distribuidos en cuatro temporadas. Metía en aprietos a los Tanner, y a veces también causaba problemas a la cadena que le dio vida. Hace unos años aparecieron imágenes inéditas de la serie en las que Alf realizaba comentarios políticamente incorrectos, lo cual corrobora que, al principio, su sarcasmo era más fuerte que cualquier otra cosa. Durante la primera temporada bebía cerveza, hasta que se descubrió que la serie era seguida por un nutrido público infantil —en España se emitía los domingos por la tarde— y no podía dar mal ejemplo. Su apetito por los gatos fue desapareciendo a partir de que se hiciera público que un niño había metido a su gato en el microondas. La irreverencia del personaje se aplacó a medida que la serie avanzaba.
Paul Fusco, creador de la serie, era el encargado de darle vida al marciano de peluche. En todos los aspectos. Él le cedía su voz y también era el encargado —junto con dos asistentes— de mover las marionetas que interpretaban su papel. Eso explica que hubiese ligeras diferencias en el personaje según lo viésemos de cuerpo entero o de cintura para arriba. También se le veía caminar —por ejemplo, en los títulos de crédito—, pero en ese caso ya no se trataba de marionetas, sino de un actor embutido en un disfraz. El húngaro Michu Meszaros, que no llegaba a los noventa centímetros de altura y había trabajado en el circo, era el encargado de meterse en su piel cuando el plano era abierto. A pesar de que la serie fue un auténtico éxito de público, era un proyecto que no podía durar demasiado. Las circunstancias de la trama original no daban muchas opciones a los guionistas. Alf no podía abandonar el hogar de los Tanner para evitar ser descubierto, así que la acción tenía que transcurrir siempre en la casa.
Mal ambiente en el rodaje
Pero lo peor de todo fueron los rodajes. Para filmar un episodio de treinta minutos se requerían jornadas de casi veinticuatro horas. La culpa la tenían los problemas técnicos, derivados del hecho de tener que filmar a una marioneta y a seres humanos interactuando con ella. Las jornadas de rodaje transcurrían con lentitud y resultaban infernales. Dadas las circunstancias, era inviable convocar a público invitado en el plató, así que en el montaje se recurría a las risas enlatadas. Lo que llegaba a los telespectadores era una serie divertida con diálogos dinámicos y audaces. La gente lo pasaba bien viendo Alf. Pero lo que ocurría en la trastienda era todo lo contrario. Los inconvenientes técnicos hacían que el malhumor estuviera presente en el set. Nadie se reía porque las esperas entre toma y toma eran insoportables. Los actores terminaban cansados y hartos. Contaba Anne Schedeen, la actriz que encarnaba a Kate Tanner, que cuando concluyó la última secuencia que se rodó para la serie, nadie tuvo que gritar «¡se acabó!». Todo el mundo se largó corriendo del plató. Max Wright, que interpretaba al patriarca de los Tanner, se fue a su camerino y abandonó el estudio sin despedirse de nadie.
los telespectadores veían una serie divertida, pero lo que ocurría en la trastienda era todo lo contrario
Pero lo cierto es que, además de todos los inconvenientes anteriormente citados, ninguno de los actores protagonistas soportaba la idea de trabajar en una serie en la que todo estaba al servicio de una marioneta. Los guionistas terminaron la serie con un cliffhanger, dejándola abierta a una posible continuación. Esa continuación llegó en forma de película para la televisión en 1996, que fue recibida con absoluto rechazo por parte de los fans. Rodada nueve años después de que la serie se cancelara, la película no contaba con ninguno de los actores originales. No es extraño que el reboot televisivo que se anunció en 2018 terminara siendo cancelado.
Alf fue una de esas series que generó mucho dinero a través de licencias para merchandising. Hubo cromos, cartas y adhesivos con la figura del visitante de Melmac. Y llegó a lanzar un disco en Alemania, Jetzet sing’ ich, interpretando en la lengua vernácula del país canciones como Don’t worry be happy. No era el primer contacto de Alf con la música pop. Cada uno de los capítulos de la serie había llevado por título el de una canción: Strangers in the night, When I’m sixty-four, Jump, La cucaracha, Hungry like the Wolf…
* Este artículo se publicó originalmente en el número 89 (marzo 2022) de la revista Plaza