La segunda edición del festival LABdeseries de València inaugura hoy su exposición “El poder de las series” en Las Naves (C/ Joan Verdeguer, 16). Un recorrido audiovisual por las escenas de ficción más emblemáticas del siglo XXI acompañado por un gran mural ilustrado de Núria Tamarit y Elías Taño
VALÈNCIA. Hace cuatro años sonaba por primera vez el pódcast “Laboratorio de Investigación de Series”, ese organismo secreto de análisis seriéfilo conducido por los agentes David Brieva, Mikel Labastida y Áurea Ortiz. Como inevitable spin-off, hace tres, decidieron dar el salto al plano físico y organizar un festival de series pródigo en proyecciones, estrenos, mesas redondas y, sobre todo, mucha reflexión en torno a este gran fenómeno del siglo XXI. Con una pandemia mundial mediante, como si todos los guionistas de la vida se hubieran puesto en huelga, aunque la edición de 2020 del LABdeseries tuviera que ser suspendida, a nadie se le escapa que el entretenimiento bajo demanda nos ha permitido sobrellevar el año más raro de nuestras vidas.
Por ello, y como quiera que el dios del entretenimiento aprieta pero no ahoga, la segunda edición del LABdeseries se desarrolla con toda la normalidad posible desde el pasado domingo 18 y hasta el próximo 24 de abril en diferentes espacios como La Filmoteca, Las Naves o La Mutant. Una cita pospuesta a la fuerza que analiza el papel que han jugado las ficciones durante la crisis sanitaria y los sucesivos confinamientos. Y lo hace, además, sin reparar en esfuerzos y subiendo la apuesta: más de una treintena de invitados y una exposición que inaugura esta misma tarde y que permanecerá en Las Naves hasta el 4 de mayo. Una muestra que no conoce de alta y baja cultura y que, muy probablemente, sea pionera en España al estar dedicada a las series de televisión, a través de una selección de escenas míticas que podremos ver tanto en las pantallas de la sala como en un gran mural perpetrado para la ocasión por los ilustradores Núria Tamarit (Vila-real, 1993) y Elías Taño (Tenerife, 1983).
“Las series han modificado nuestras conversaciones, nuestros referentes, nuestros consumos y la disposición de nuestro tiempo libre”, señala el texto de sala. Y es que nada parece escapar a su influjo catódico: desde el periodismo a la política, de los ensayos filosóficos a los debates, las tesis doctorales o los artículos de opinión, las series “han servido de nexo de unión entre comunidades distanciadas que se han hallado a través de internet y han generado iconos que ya forman parte de la cultura popular”. Un completo muestrario que pretende dilucidar “los motivos por los que muchas de estas obras han traspasado la barrera del entretenimiento para convertirse en emblemas de diferentes generaciones”.
Los comisarios de “El poder de las series”, como buenos conocedores de todos los resortes para crear hype sin hacer spoiler, no han desvelado aún cuáles serán las secuencias de series escogidas para ocupar la terna de lo más granado del siglo XXI y que podremos ver en este recorrido audiovisual. Sin embargo, sí han trascendido algunos títulos imprescindibles como Breaking Bad, The Walking Dead, Doctor Who o El Ministerio del Tiempo. Y aunque la labor de selección ha sido ardua, dada la enorme cantidad de series que se producen cada año —sólo en 2019 se estrenaron más de 10.600 en todo el mundo, según un estudio de la consultora Glance— los criterios de la organización para quedarse con una veintena de ellas han sido “su relevancia histórica y su capacidad para dejar una impronta en la memoria colectiva, su peso específico en el medio y la huella que ha dejado en el mismo y su atractivo visual” —como apuntan desde la organización. Momentos estelares que, hasta que la exposición abra sus puertas —de esas que lo mismo llevan a una mazmorra del siglo XI en Huesca que al año 3.000 en Urrecto— podemos tratar de escrutar las pesquisas, como haría Sherlock, entre la pintura todavía fresca del mural ilustrado de Tamarit y Taño, que desvelamos en primicia para Culturplaza.
Un muro casi tan grande como el que separa los Siete Reinos de las tierras salvajes —más de ocho metros de largo y casi tres de alto— coronan la muestra con una gran escena coral elaborada directamente con pintura acrílica, sin apenas bocetos previos, por dos de los autores más sobresalientes del panorama gráfico valenciano actual. “Tener a dos ilustradores del nivel de Núria y Elías en el proyecto es un lujo” —explican Brieva, Labastida y Ortiz. Algo a celebrar más que cuando Desmond consigue llamar a Penny, no sólo por la sobrada experiencia de ambos ilustradores en la pintura mural sino porque, trabajando juntos “han conseguido que sus estilos se complementen a la perfección, con un gran dominio de la composición y de la narrativa visual”. Y todo ello, sin renunciar a las particularidades de cada uno que casan tan bien como David Lynch y Angelo Badalamenti.
Como si se tratara de un gran encargo de fan art —término que define a aquellas obras basadas en algún personaje de la cultura de masas y realizadas por un fanático ya sea profesional o amateur—, este mural ha permitido a los dibujantes dejar aflorar sus filias y sus fobias. “Los dos son grandes seriéfilos, así que han estado en su salsa jugando con todos estos elementos”. Elementos que no tienen por qué basarse en el retrato al uso de los personajes sino más bien a la alusión a otros aspectos muy reconocibles como son los atributos —la trompa azul de Cómo conocí a vuestra madre o la cabina espacio-temporal TARDIS de Doctor Who—, la gama cromática —del mono de presidiaria de Orange is the new black al hábito de El cuento de la criada— o su importancia como catalizador de la acción de un capítulo concreto que ha quedado fijado en la retina y en la memoria sentimental del espectador —desde uno de los patos de la piscina de Tony Soprano hasta, oh, sí, la cerda que nos enseñó a amar y a odiar Black Mirror—. Una gran ilustración tumultuosa y berlanguiana que “permite la representación de esos iconos a través de una narrativa que los conecta y demuestra, de una manera sintética, su potencia como símbolos”.
Pero, ¿cómo maridar en una misma escena —y con la precisión de un cocinero en calzoncillos en Alburquerque— a Walter White con el Hipnosapo; al matrimonio Underwood con Alonso de Entrerríos; a Beth Harmon con el Demogorgon, con el detective McNulty, con Baby Yoda? La respuesta, no lo imaginan, siempre estuvo en Twin Peaks.
La hilación de este mejunje delicioso como la tarta de cerezas se remonta a 1973: “desde hace cuarenta años, David Lynch practica un tipo de meditación [la llamada “meditación trascendental” extendida por Maharishi Mahesh Yogi] muy interesante que está orientada al desarrollo de todo el potencial creativo” —relata Taño. “Cuando un creador alcanza ese punto de autoconsciencia, según describe en la tercera temporada de Twin Peaks, llega como a una especie de magma que es como el universo; como un océano agitado con tempestades: el lugar en donde están todas las ideas”. Relacionado de algún modo con el inconsciente, para Lynch —que utiliza a menudo la metáfora de la pesca— “todas esas ideas están en la oscuridad, en lo más profundo de uno mismo, por lo que el creador debe intentar sacarlas a la luz y mantenerse siempre fiel a ellas”. Así, el creador de la Fundación David Lynch para la Educación Basada en la Conciencia y la Paz Mundial, “convierte esas ideas en relatos, ficciones, cuentos, imágenes, metáforas… Que no siempre son fáciles de entender por todos, pero que nunca son azarosas”.
De este modo, de ese universo-magma lynchano emergen todos los personajes que se arremolinan como el público de un monólogo de Mrs. Maisel, llenando de color y grandes recuerdos el mural que cierra la exposición. Una pléyade de ilustres personajes de todo pelaje —desde los más pretendidamente cultos hasta los más aparentemente banales— para esta especie de Capilla Sixtina del universo televisivo del siglo XXI que haría las delicias de todo un papa como Lenny Belardo.
Una pintura explosiva como un Big Bang en un piso de estudiantes de ciencias, ante la que no hay por qué entenderlo todo ni conocer todos los referentes para disfrutarlo como un niño en bicicleta en su gran aventura del verano. Y si alguien les dice que lo ha visto todo, no se agobie y recuerde lo que dice del Dr. House: “todo el mundo miente”.