VALÈNCIA. En los años 90, la globalización se comía todo el debate político. La inversión se iba a otros países donde la mano de obra es más rentable y aquí deberían surgir sectores que no pudiesen irse porque necesitasen mano de obra formada, difícil de encontrar en mercados baratos. Al mismo tiempo, sobrevolaba la idea de que si se subían los salarios, aumentaría el paro, se ahuyentaría a esa inversión, así que era mejor la contención salarial y el fomento de salarios indirectos, como la Educación y la Sanidad, etc…
En esas estábamos hasta que en los últimos años, políticas firmes para fomentar el aumento de los salarios no solo no han llevado al país a la bancarrota, sino que lo tienen creciendo al doble del ritmo europeo. Son hechos que te llevan a pensar el dominio que tenían sobre la información de los medios generalistas las ideas-fuerza de que cualquier reforma conduce al apocalipsis.
También hubo otros fenómenos a los que no presté la debida atención. En aquella época, yo viví como algo cotidiano el hecho de que, cuando una pandilla de chicos y chicas de determinado barrio iban al centro, si hablabas con alguna de esas chicas, era normal y predecible que alguno de esos chicos entrara en conflicto contigo. El fenómeno no era la norma, pero tampoco la excepción. Y esto ocurría entre la gente normal, los heavies, punks y demás saltimbanquis vivíamos en burbujas donde era complicada semejante cosa.
Esa expresión cultural hace treinta años no tiene ahora ningún significado especial, pero sí que pone de manifiesto en qué caldo de cultivo nos hemos criado y qué educación recibía la gente en casa, que fenómenos como ese, y mil más análogos, paralelos y tangenciales de la misma naturaleza, eran cotidianos. No haberle prestado la debida atención no me habría llevado ahora a la sorpresa de que me cueste creerme que la misoginia de combate es un factor decisivo en la formación de la opinión pública actual.

Estos factores culturales, unidos también a los cuellos de botella en las relaciones que están pudiendo crear las aplicaciones para ligar, se han visto potenciados por las maldades del algoritmo y así estamos como estamos. Esa es la parte más fascinante del documental Doom Scroll: Andrew Tate and the Dark Side of the Internet de Liz Mermin, que proponemos esta semana.
Independientemente del protagonista de la película, Andrew Tate, el personaje más interesante es Thomas Dimson, ingeniero director técnico de Instagram entre 2013 y 2020. Cuenta que en las redes sociales hubo un gran cambio de paradigma cuando de repente los no-amigos empezaron a ser más visibles que los amigos. Cuando la lógica del feed cambió por completo y por causas ajenas a la voluntad de los usuarios, sino desde arriba. De un día para otro se pasó a ver menos de las cuentas que se siguen para que entrase un enorme caudal de cuentas que no se siguen.
Con una tecnología de machine learning, el algoritmo decide qué es lo primero que se va a presentar al usuario. Ahí entran los datos, la información que refleja la forma de reaccionar a qué de cada uno. De forma que el sistema solo trata de reforzar esas dinámicas. Dimson lleva años contando que era necesaria una herramienta de cribado, porque los usuarios, si seguían la información de forma cronológica, solo eran capaces de ver un tercio de lo publicado por las cuentas que seguían. El reverso tenebroso es que la atención y el interés de un usuario son complejos, no siempre interesa lo que pinchas, pero la estupefacción puede llevarte a hacer click.
Ya es conocido y está muy documentado que, al final, por este procedimiento, la mejor forma de reunir usuarios alrededor es estimular sus instintos más bajos, el odio, por emplear el término más extendido. Aunque también abunda el llevar la contraria al sentido común en diferentes niveles de estulticia.

El ejemplo que toma Mermin para ilustrar esta dinámica es el caso de Andrew Tate. A estas alturas, alguien como él parece un estereotipo de Pantomima Full, pero el alcance de su mensaje, a la vista está, ha llegado muy lejos. Es el típico que habla de mujeres, dinero, coches de alta gama, éxito y poder y el comportamiento que se le presupone a un hombre, que de forma natural debe alcanzar esos frutos que la naturaleza pone a su disposición, y si hay cierta escasez de premios se debe a una conspiración para neutralizarlos, o a que ese varón es débil. Porque si te musculas y te vuelves estoico te caen mujeres y cotizaciones al alza de criptomonedas.
La teoría conspirativa del pasado edénico, de todo estaba bien hasta que un enemigo lo destruyó y por eso ahora solo sentimos penuria, la clave del nacionalismo y otras ideologías conservadoras o tradicionalistas que tantos muertos y dolor han dejado, ahora han pasado a un formato global basado en la misoginia rampante. El mecanismo es el mismo, atraer a gente ignorante, frustrada, acomplejada o directamente deprimida y canalizar sus emociones y seducirlos con respuestas instantáneas.
El documental no entra en el caso de Tate como tal, solo lo analiza para mostrar cómo la nueva internet convierte inmediatamente a personajes con mensajes delirantes y hostiles al género humano en fenómenos de masas. Lo más gracioso, en cualquier caso, es que cuando se le empezaron a cerrar los canales de Internet, fueron los medios tradicionales los que se pelearon por llevarlo a sus platós.
Lo mejor del trabajo de Mermin es que no habla de una gran conspiración, sino de algo muy prosaico. Lo que hace que la tecnología se desarrolle de esta manera es el ánimo de lucro, la obsesión por captar la atención. No hace falta estar de acuerdo con Tate para ver sus vídeos, no resistirse a conocer cuál es la última barbaridad que está soltando por la boca, pero al hacerlo colocar todos sus vídeos en lo alto de los feeds de todo el mundo.
La miseria humana ha sido el factor más decisivo para el engagement. Y como consecuencia de ese cambio tecnológico, la sociedad va detrás, convirtiéndose en una caterva de desgraciados. Primero es el cambio tecnológico y luego, el social. Esta máxima para entender el mundo es fundamental tenerla clara porque hay quien piensa que es al revés y no da una. Estos son algunos de los motivos que explican el actual auge de los fascismos en todo el mundo. Nada muy alejado del experimento de los perros de Pávlov.