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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

Ser reaccionario es el nuevo punk; la posguerra y el desarrollismo son el nuevo 'cool'

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VALÈNCIA. 

  • "Mis abuelos sé que lo pasaron muy mal, pero sé que hay cosas que si no hubiera estado Franco, ahora no serían como son.
  • ¿A qué cosas refieres? 
  • Mmm… no sé, no se me ocurre nada”. 

Este diálogo con una joven acompañó la pieza con la que el informativo de La Sexta dio la noticia de que un 20% de los jóvenes cree que la dictadura franquista fue positiva. Me parece muy relevante por la ignorancia de lo que se está diciendo, lo cual no tiene nada de particular, en mi generación hace 35 años tampoco sabíamos lo que decíamos y repetíamos mantras que nos llegaban de oídas; pero también porque un porcentaje del 20% me parece muy bajo. 

Con la invasión por tierra mar y aire de propaganda ultraderechista, alguna directa y otra sutil e inducida que invita a pensar sin decir, como esas otras piezas de informativo que llevan 25 años emitiéndose bajo el género “señora, en la calle le espera la muerte, hay extranjeros sueltos”, que llegue solo a un 20% la aprobación de la dictadura en el sector más vulnerable es todo un éxito. 

Pero eso no quita que sí que se note, en las redes, en la tele y en la calle, que ser reaccionario es el nuevo punk. Si hasta el bigotillo franquista está de moda. Mucha gente se llevó las manos a la cabeza cuando ufanos y orgullosos los profesionales de la agitación y propaganda ultra se autocalificaron de punks, pero algo de sentido tiene, creo yo. Bien es cierto que cuando apareció el fenómeno “nazi punk” en los ochenta, las voces más autorizadas ya comentaron que eso de obedecer disciplinadamente consignas que reforzaban las divisiones sociales de punk no tenían nada: “Si ser punk supone una amenaza, diferenciarse en la sociedad, entonces todo aquel que se llame punk y flirtee con el racismo y el sexismo, que haga orgullosas exhibiciones de ignorancia, recurra a la violencia y le asuste el conocimiento o la acción política, entonces no es ningún tipo de amenaza, es que se ha pasado al enemigo”. 

En cambio, para mí, eso no quita que sí que haya rasgos parecidos. Se nota que muchos chavales, al ver que las barbaridades neofascistas que dicen aberran y aterran a sus mayores, se excitan con la situación y eso refuerza que se repita el fenómeno, les hace sentir poderosos. Algo de eso había en el punk, para qué vamos a negarlo, aunque sus vertientes más populares hayan sido netamente antifascistas. 

Aunque lo más gracioso no es eso. La comedia buena hoy es la reivindicación del franquismo endulzando la posguerra y exaltando el desarrollismo. Soy perfectamente consciente de que esta frase, así escrita, hace años sería un chiste surrealista, pero hoy es una realidad. Se leen montones de mensajes en las redes sociales que insisten en que antes se tenía coche, casa y vivienda vacacional y que las calles eran seguras. Además, había industria. 

Hay que tener en cuenta que el blanqueamiento del modelo industrial franquista ya era algo que han venido haciendo durante muchos años sectores de la izquierda. El desarrollismo estaba basado en sueldos irrisorios, la cárcel para los que se quejaran y aranceles que protegían los mercados. Cuando el “milagro español” tuvo que enfrentarse con esas armas fastuosas a la competencia en mercados internacionalizados y al contexto de la crisis del petróleo, pues miles de empresas e industrias se volatilizaron. Ahí demostró el franquismo su pujanza y su milagro, con la crisis industrial que heredaron los que venían detrás. 

La diferencia es que esa izquierda defendía más intervencionismo del Estado, industria pública o medidas que ella creía que podían haber mantenido más puestos de trabajo en los sectores afectados. Ahora la agit-prop ultraderechista lo que viene a decir es que había industria porque no había UE, no había democracia y no había inmigrantes. Una asociación de ideas psicotrópica pero que cala. Porque, como decía el lema de los punks, no hay futuro, o casi nadie cree en él. Hoy los más optimistas decimos que el éxito es existir, y si por delante no hay nada, eso automáticamente habla bien del pasado. Eso es lo que hace que los chavales sean propensos a endulzarlo. 

Otra cosa es que hacia el pasado no se pueda ir y que a quienes miran atrás para intentarlo lo que suele sucederles es que entran en el futuro con el culo, pero ya llegará cada uno a sus propias conclusiones conforme pasen los años. 

Lo cierto es que cualquier estudio sobre el siglo XX económico español deduce que el desarrollismo llegaba con veinte años de retraso y que en 1975 ya estaba haciendo agua. El paraíso en la tierra no duró ni diez años apenas y qué década. Como contó Sergio del Molino en La España vacía, el Movimiento Nacional, que venía a glorificar al campesino español, lo que hizo fue arruinarlo. Cientos de miles de personas se tuvieron que ir a las ciudades en busca de trabajo para no morir de enfermedades relacionadas con el hambre. 

Allí fueron mano de obra barata y el régimen les permitió vivir en chabolas sin alcantarillado, agua, luz eléctrica o asfaltado de calles hasta que se iniciaron los poblados de absorción y ese tipo de proyectos que sí, facilitó viviendas pero de nuevo con una carencia de infraestructuras elementales, como ambulatorios, impropias de un país europeo. Y esto sucedía en lugares tan alejados del centro y poco conocidos como el mismísimo Barrio del Pilar de Madrid. Dejen que se lo cuenten sus propios habitantes en el documental que les recomiendo esta semana, La ciudad es nuestra de Tino Calabuig de 1974. Mi parte favorita es cuando cuentan que tenían que construir las chabolas de noche y que si aún así aparecía la policía, tenían que darles “la propina” para que hicieran la vista gorda. No hay más que bucear un poco en la documentación de la época para desautorizar tanta propaganda tan grosera. A veces, las propias cifras del régimen la dejan en ridículo. 

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