Caen muros históricos, pero también techos de espacios culturales. Sin embargo, nadie asume responsabilidades. Lo consideran algo normal. Pero de mantenimiento, cero. Es caro o no hay que darle importancia. Lo peor, se esconden
Desconozco si el Palau de la Música de Valencia u otras instituciones y elementos de nuestro patrimonio Histórico Artístico que ahora reclama Presidencia continuarán en pie o estarán desaparecidos cuando se publique este texto. Todo es tan imprevisible como incomprensible resulta la propia gestión en torno a su conservación.
En unos meses, o en unos años muy recientes, por ejemplo, se nos ha caído el muro de un monumento protegido sobre el que pesaban múltiples advertencias técnicas, la situación de nuestros museos sufre carencias, el Palau de Les Arts vio como su plataforma escénica recién inaugurada se estropeaba y su interior se inundaba, como el San Pío V ya que no se limpiaban sus desagües en sus años de “glamour” y mega cachondeo… hasta los techos del Palau de la Música se caen, así, de golpe, sin esperarlo y afortunadamente sin desgracias que lamentar. No quiero imaginar lo contrario. Pero si esto sucede en los buques insignia de nuestra cultura contemporánea que se llevan una inversión anual de órdago, sin olvidar la desatención que durante lustros tuvo la Sala Escalante o la situación de la sala de las Naves, qué será de nuestros museos o de otros inmuebles gestionados por nuestros insignes y abnegados políticos, tan preocupados en lo suyo y capaces de recortar drásticamente los presupuestos de mantenimiento como si fueran inversiones innecesarias.
Me gustaría saber, por ejemplo, a qué se ha destinado ese recorte de más del 60% que ha vivido la conservación del Palau de la Música en los últimos tres años, como contaban estas mismas páginas. Una cantidad por otro lado de chiste. Supongo que a pagar otras cosas más inservibles o inútiles. Igual programación chupi o favores.
Suelo contar siempre que me preguntan tú qué harías, la historia de esos dos directores del Prado que cayeron en el abismo, uno por una gotera y otro por consentir un desfile de moda en el mismo centro. Y no hubo revuelo. Fue acción, reacción. Pero lo del Palau de la Música y el desplome de ya no un techo sino de dos, un trencadis prescindible fuera de guión y las goteras que llevaron al cierre de su sala de exposiciones, todavía por abrir después de cuatro años cerradas, es como para hacérnoslo mirar. Y no es un caso único de mala gestión o despropósito, por mucho informe que nos anuncien con el que tapar vergüenzas o dejar pasar el tiempo.
En cualquier lugar del mundo con algo de sensibilidad y sentido de la prevención y responsabilidad, este hecho se habría llevado por delante a más de un gestor, técnico y hasta responsables políticos. Pero ese día estábamos de playa y mientras el escándalo vaya escampado, aquí paz y mucha gloria veraniega.
El suceso del Palau de la Música, esto es, el segundo desprendimiento de un techo en una de sus salas principales y de asistencia pública es mucho más serio de lo que podamos imaginar. Es un escándalo en toda regla. O si no, es que nos estafan haciéndonos pasar por idiotas ya que significa que nadie mira ni se preocupa en hacerlo. Ahí están, a lo suyo. Esa es la lectura inmediata. Y lo peor, se esconden.
En mi vivienda particular hace poco tuvimos que hacer frente a una derrama para que un arquitecto supervisara la situación de un inmueble con sólo tres décadas de vida. Es la normativa municipal. Es más, para rebajar el ascensor a la cota cero hemos tenido que pasar otra revisión pública y hasta energética a ver si nos toca con suerte una subvención o ayuda pública. Total, un pico. Pero, al parecer, esas mismas medidas no se siguen en aquellos edificios públicos en los que, ante todo, se ha de vigilar su mantenimiento y seguridad. No quiero imaginar qué hubiera pasado si en uno de los conciertos del Festival de Jazz que debía albergar la sala durante las próximas semanas, el techo se hubiera caído sobre los asistentes. No quiero ni pensarlo. Igual hasta dirían que fue cosa de un solo de batería porque le daba fuerte a los bombos. Algo así he leído de estos sultanes del swing que huyen como lagartos.
Lo que sí tengo muy claro es que algo muy importante falla. O no se controla, que es peor. No se trata de una circunstancia fortuita. Al contrario. Si se hubiera realizado un seguimiento continuo esto no se habría producido. Una simple inspección cada cierto tiempo habría determinado una intervención urgente o hasta rutinaria. Todos la habríamos aplaudido, pero el resultado final en sí es de una seriedad que políticamente no puede quedar en una mera declaración de intenciones. Es un cúmulo de errores de gestión que merece una destilación de responsabilidades y una ejecución contundente en el sector político. Ribó toma nota.
Así que no vendan parasoles, ni nos consideren lelos porque en todo este asunto nos va la seguridad. Si cae por un lado. Porque no imaginar que igual también lo hace en cualquier momento por el otro mientras están de comilona negociando con agentes de risa fácil. Seamos serios. Pero no lo contrario.
Cuando vuelva al Palau de la Música no estaré tranquilo hasta que no me garanticen que todo está realmente bajo control y me dan garantías por escrito. Algo que, por lo visto y de momento, nadie aclara.
Me veo el Palau de la Música cerrado durante meses. La transparencia no es que sea básica sino obligada. Lo bonito de la gestión no consiste simplemente en hacerse fotos con artistas para subir a las redes sociales sino tomar decisiones de seguridad y mantenimiento. Menos aún salir corriendo o ahorrar en inversiones. Así que ya pueden ir asumiendo responsabilidades quienes deben hacerlo por compromiso público y político.
Por cierto, la catedrales no se caen y se mantienen.