Por respeto a la audiencia y decoro dejo que finalicen ustedes mismos la cita que encabeza esta columna. Me sorprendió la contundencia y repetición de la misma por parte del periodista radiofónico castellonense que la pronunció. Pero creo que es muy reveladora de la grave situación nacional.
Cataluña, como territorio, como sociedad, como entidad política, como concepto, como conflicto, como protagonista de la política y la información, de tantos libros y estudios dedicados al nacionalismo catalán. Cuando Ortega y Gasset afirmaba que sería un problema que deberíamos sobrellevar, un mal endémico que acompañaría nuestra historia acertaba en parte, pero quizá llegue el apocalipsis, el momento de la verdad, el big bang patrio que haga estallar todo en mil pedazos para empezar de nuevo.
En esta época donde la primavera nos regala los mejores días del año –climatológicamente hablando– aunque no podamos disfrutarlos con la intensidad de las vacaciones estivales, la belleza de los paisajes y la exuberante naturaleza que transmite armonía y equilibrio, contrasta con la triste y fatal decisión de los políticos catalanes designando a un personaje de más que dudosa catadura moral, como presidente electo de uno de los territorios que deberían ser ejemplo de cordura y buen hacer.
Y hago esta afirmación porque una zona privilegiada como Cataluña, que además de poseer unas magníficas condiciones naturales y geográficas, posee una riqueza económica y cultural –ésta en gran medida por la cantidad de extranjeros que tradicionalmente ha recibido–, no tiene ninguna lógica ni justificación para estar en la situación en la que se encuentra actualmente. A saber, casi la mitad de su población abraza con una fe ciega, una ideología totalitaria, etnicista e infantil basada en la mentira, eso sí, bien trabajada e inoculada desde la más temprana edad durante muchas décadas.
Hay abundante información, escritos y testimonios sobre lo que piensa y defiende el recién nombrado presidente catalán, con una millonésima parte de los mismos argumentos racistas y xenófobos, cualquier político español estaría no sólo fuera de la vida pública, sino enfrentándose a la justicia, y con toda la razón del mundo. En cambio una vez más la política de hechos consumados del nacionalismo catalán se enfrenta a la nada, perdón, a Rajoy valga la redundancia.
El gallego tranquilo, el hombre que mide los tiempos, el sabio que posee el oráculo está dejando en un lugar digno a Rodríguez Zapatero, y lo aclaro para quienes consideren excesiva tal afirmación. El presidente socialista desde temprano constató su atrevimiento y se “lució” tomando decisiones que nos han llevado a una importante conflictividad social [desde el apoyo cerrado a lo que votara el parlamento catalán en su Estatuto a la parcial ley de memoria histórica]; radicalizó los postulados socialdemócratas y por ello el pueblo español cambió el voto y otorgó a Rajoy una mayoría absoluta que pocos imaginarían que serviría para consolidar el legado zapateril. Ni una de las decisiones políticas que en el primer año debería haber revertido o eliminado fueron alteradas, pese a que su base social y muchos de sus representantes consideraran que así debería ser, pero siempre sottovoce –como en la última directiva donde ni un barón pidió turno de palabra y al salir todos cuchicheaban preocupados–.
La deriva catalana es grave, muy grave, la convicción sectaria y mesiánica de los líderes nacionalistas es preocupante y requiere de un tratamiento integral, donde la medicina y en especial la psiquiatría tendrán mucho que decir. Pero sin duda alguna, cada vez más españoles piensan y comprueban que el gobierno de la nación no cree que ésta deba ser defendida, explicada, estudiada, reconocida y respetada como España merece. Desde detalles que pueden ser menores como los insultos y alardes independentistas de los jóvenes de Eurovisión a las afirmaciones que constantemente emiten los medios catalanes por boca de sus radicales líderes. La situación es excepcional y por ello requiere un tratamiento excepcional siempre dentro de la Constitución y la ley vigente.
Ojalá estemos cerca de un verdadero renacimiento que guiado por la verdad y la perseverancia, lleve a nuestro país a una nueva etapa de unidad, respeto e integridad. En el último año entre los libros más vendidos hay dos que me parecen cruciales en este momento histórico. Uno explica porque somos una gran nación y nos hemos conformado a lo largo de los años y desgrana la manipulación a la nos hemos plegado [Imperiofobia y leyenda negra, de Elvira Roca]; el otro nos relata que hay detrás de la ideología nacionalista (en este caso vasca) y cómo destruir vidas, familias y a una sociedad [Patria, Fernando Aramburu]. Seguro que Rajoy los ignora por completo.