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Ribó: “no abrirá”

Sidi Saler, un callejón sin salida

Foto: KIKE TABERNER
3/12/2017 - 

VALÈNCIA. “No abrirá”. El acalde de València, Joan Ribó, lo tiene claro y así lo aseguraba a Valencia Plaza esta semana. El Hotel Sidi Saler no volverá a estar en funcionamiento, al menos mientras él detente la vara de mando. Si bien hay un informe de Costas pendiente y en principio el Ministerio está dispuesto a prorrogar la licencia para su uso, Ribó minimiza esa posibilidad. Existen mecanismos legales para que el consistorio paralice la reapertura, empezando por la no concesión de la licencia de actividades o las de obra, porque el edificio aún se mantiene en pie pero precisa de intervenciones. Y en el Ayuntamiento están dispuestos a hacer uso de todas las prerrogativas posibles.

Foto: KIKE TABERNER

Atrapado en una maraña burocrática mientras se resuelve su final, el paso del tiempo ha hecho mella en el hotel pero no tanto. La impresión la comparte José C., ingeniero. A simple vista, explica, el Sidi Saler tiene más problemas estéticos que de fondo. Y lo que se ve, “suele ser fácilmente subsanable”. El desprendimiento de parte del revestimiento de las fachadas o de los falsos techos da la impresión de un edificio en decadencia, pero ésta es apenas superficial. El entorno, muy salino y muy húmedo, es un mal escenario para las estructuras y las construcciones, pero de lo poco (poquísimo) que se ve, parece que no hay “nada para preocuparse”, comenta. La oxidación de la escalera exterior, los desconchados de la fachada, los desprendimientos, son más aparentes que reales. Otra cosa es que para su puesta en marcha se precisaría una buena revisión pero, en apariencia, el Sidi Saler, como edificio, resiste. Podría sobrevivir un siglo.

Foto: KIKE TABERNER

El hotel, empero, tiene los días contados. Pesan sobre él tres penas de muerte. La tercera, la económica, la última en llegar, es la que ha desencadenado todo. Tuvo lugar cuando su penúltimo propietario, el alemán Manfred Stier, ordenó el cierre en enero de 2011, hace ahora casi siete años. En aquel entonces la intención era reconvertirlo en hotel de temporada. Y es que pese a las bondades del clima mediterráneo, cuando llega el frío El Saler se torna muy desapacible. El viento, la humedad, convierten la zona en un paraje solitario, el último lugar al que ir de vacaciones. Este mismo viernes, excepción hecha de una pareja de jóvenes, las únicas personas que se podían ver por los alrededores del hotel eran vecinos haciendo ejercicio físico. “En El Saler los inviernos son muy largos”, conviene Rafa Dasí, propietario del estanco del Pueblo del Saler.

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Víctima de la crisis y de una gestión errática, el cierre del hotel tuvo un efecto dominó y activó toda una serie de mecanismos legales para impulsar su demolición, reclamada desde hace años por grupos ecologistas como Agró. Lo único que le habría salvado es que no hubiera dejado de estar operativo, fuera de nuevo rentable, pero una vez se bajó la persiana, estaba claro que no se volvería a subir. El hotel entró en un callejón sin salida.

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La postura del Govern de la Nau es clara desde el primer día: el derribo es una salida lógica. Hay de hecho antecedentes muy próximos, como la demolición del antiguo polideportivo de El Saler y de lo que queda de la fábrica de plásticos Plexi, que comenzó hace un par de semanas y que está realizando el Gobierno de España. Aunque en el seno del gobierno municipal algunos concejales dudaban al principio, por las rentabilidades económicas y las peticiones de los vecinos, las posturas firmes del concejal de Desarrollo Urbano, Vicent Sarriá, y, sobre todo, del regidor de la Devesa-Albufera, Sergi Campillo, han marcado el destino de un inmueble que, visto desde la distancia, nació predestinado a la demolición.

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Ambas concejalías emitieron sendos informes contrarios a la reapertura. La clave burocrática, la que aporta Urbanismo, es fundamental. El hotel está en un parque natural, incumple el planeamiento de la ciudad, está fuera de ordenación… Construido en 1970 sobre terreno privado, fue en su día uno de los mejores ejemplos de un modelo turístico ya en desuso basado en la explotación de los recursos naturales; una fórmula empresarial que es poco menos que el pecado original del edificio, la primera de sus condenas.

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La declaración de Parque Natural otorgada a la Albufera en 1986 le cayó encima como una pena de muerte, la segunda. Legalmente hablando, tras eso el hotel se transformó de un mal ejemplo a una anomalía. Esta pena es prácticamente insoslayable. Es de hecho la que la dificulta cualquier uso y amputa la posibilidad, reclamada por los vecinos, de que tenga un fin dotacional como centro para mayores, por ejemplo. “Teniendo como tenemos tantos espacios vacíos y sin usar, no es necesario”, reflexiona Ribó.

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Una vez pasó al dominio público marítimo terrestre en 2007 en virtud del deslinde efectuado, el hotel quedó en una situación de indefinición que lo que hacía es anunciar su fin, el cual pareció llegar con el cierre. Pero hasta lo inexorable se puede postergar. La normativa de Costas contempla la obligación de reconocer un derecho compensatorio para quienes acrediten titularidad y derecho que se sustancia a través de la tramitación del correspondiente expediente administrativo de concesión.

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Sus actuales propietarios, la unión de bancos formada por BBVA y Caixabank, como titulares del hotel se aferraron a este resquicio legal y solicitaron a la Demarcación de Costas en València el 11 de octubre del año pasado que se tramitase la concesión de ocupación del dominio público marítimo terrestre para el hotel, con destino a su explotación. No ha quedado claro si existe un operador (como apuntan fuentes empresariales) o es un solo una mera estratagema para ganar tiempo y encarecer el valor del hotel de cara a una ulterior expropiación (como creen desde el Ayuntamiento). En cualquier caso, está alimentándolo; hace que siga vivo.

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Por si fuera poco, aun con los duros informes remitidos desde el Ayuntamiento, en la Dirección General de Sostenibilidad de la Costa y del Mar en Madrid han dado pábulo a los defensores de su reapertura al considerar que los propietarios cumplen con los requisitos suficientes para ser “merecedores” de la concesión, que se les pretende dar por un periodo de 30 años, prorrogables por otros 30. La actitud del Gobierno en este asunto, favoreciendo una actividad económica en el parque natural, contrasta con la determinación con la que se ha afrontado la demolición del polideportivo, que era un espacio de uso público.

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En teoría debería bastar para conmutarle la pena de muerte durante al menos ese tiempo pero, como el Ayuntamiento no quiere, será nadar para morir en la orilla. Y no está precisamente sólo. Acció Ecologista Agró, uno de los principales impulsores de la demolición, ha presentado alegaciones a los informes de Costas. La batalla legal no ha hecho más que comenzar.

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El hotel ahora no es nada más que un bloque de hormigón varado, sin uso, en un espacio de gran valor natural. Desde que está fuera de uso, es habitual ver más aves. Los vecinos se debaten entre los que reclaman su reapertura y los que lo dan ya por muerto. “¿Qué sentido tiene reabrirlo? ¿Por qué al hotel sí se le puede dejar hacer obras y no a los vecinos de las fincas?”, se pregunta una vecina. “Daba vida al pueblo”, comenta un restaurador; “yo soy parte interesada”, admite, “porque tengo dos locales y un hostal, pero antes, cuando estaba, teníamos más movimiento y dábamos más servicio”.

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Con una población estabilizada en torno a las 1.700 personas desde hace diez años, los vecinos del barrio de El Saler también sufren las restricciones por vivir en el parque. Tal y como señala la representante vecinal Ana Gradolí, en ocasiones, al oír a algunos técnicos, tienen la impresión de que “para algunas personas la flora y la fauna es mucho más importante que las personas que vivimos y pagamos nuestros impuestos aquí”. Ellos, recuerda, están “muy concienciados” de que viven en un parque natural. Es, de hecho, lo que han elegido.

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Este viernes los vecinos mantuvieron un encuentro con el concejal Sergi Campillo. La cita, “una reunión rutinaria después del verano” según la describió el propio regidor, sirvió para conocieran de primera mano el proyecto de accesibilidad que el Ayuntamiento ha anunciado para el itinerario de la Gola de El Pujol, un proyecto que calificó como muy interesante. Campillo, pese a ser un firme defensor de la demolición del Sidi, entiende que haya vecinos a favor de su reapertura. “Es lógico; al fin y al cabo en el Sidi había servicios que ellos usaban”, comenta.

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Es desde esa comprensión que en el consistorio, aún manteniéndose firmes en la decisión de demoler, intentan al mismo tiempo compensarles. Aunque no siempre lo consiguen. “Es que [los políticos] no viven aquí”, dice Dasí. La oscuridad mismo de El Saler es casi una metáfora. “No hay seguridad”, se queja un vecino, quien relata como los propietarios de un restaurante de Pinedo, afincados en la zona, fueron agredidos por unos asaltadores. Y ya no es sólo seguridad, comenta Gradolí; es que en invierno salir a la calle da miedo porque no se sabe qué es lo que uno va a pisar. Como señala Andrés, propietario de un restaurante, uniendo las dos manos, en ocasiones tienen la sensación de que se les está atrapando. Por eso piden actuaciones para que El Saler siga siendo “habitable o con unos servicios mínimos”. Porque quieren seguir viviendo allí.

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