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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Siempre quise ser como Ciprià Císcar

La virtud de Ciprià Císcar es que nunca se fue; siempre estuvo ahí, en un segundo plano, actor en todas las conspiraciones de su partido y las instituciones por las que pasó. Lo admiro, esa es la verdad. Es la inteligencia al servicio de sí mismo, la ambición discreta de quien llegó y venció al paso del tiempo

23/01/2017 - 

Unos días me gustaría ser Justin Bieber y otros Ciprià Císcar. El jovencito canadiense representa como nadie la insoportable levedad de este tiempo; del histórico socialista envidio su capacidad de supervivencia en el siempre picado mar de la política. Si hubiera otra vida, me gustaría reencarnarme en Císcar ya que ser una estrella del pop debe de tener el inconveniente de viajar en aviones —que me dan pavor— y el de contentar a esos fans que te persiguen a todas horas y te piden mucho sexo sin amor, y eso sí que no. Ser como Ciprià Císcar es la opción más realista de las dos, la menos comprometida para mí. 

La virtud de Císcar es que nunca se fue; siempre estuvo ahí, en un segundo plano, actor en todas las conspiraciones de su partido y de las instituciones por las que  pasó. El mundo ha cambiado, pero él sigue aportando calor y estabilidad a nuestras vidas. Cayó el muro de Berlín, la URSS se fue al garete, las Torres Gemelas se desplomaron, ganamos el Mundial, un rey cojo y aficionado a las rubias casquivanas abdicó, y Císcar continúa ahí, con su sonrisa de conejo pillo, viendo pasar los cadáveres de tantos enemigos y de algún amigo.

La última vez que lo vi en un acto público ha sido este mes en la renovación del Pacte del Botànic. En la foto aparecía detrás de dos los tres tenores y firmantes del acuerdo, que charlaban junto a la consellera de Sanidad, Carmen Montón. Todos sonreían por la trascendencia de un acontecimiento histórico del que hoy, como es natural, nadie se acuerda. La mayoría de los que estuvieron en el acto del Botánico desaparecerán en unos años; no así Císcar, que será el consejero áulico del próximo secretario general del PSPV (o lo que quede de los restos de un partido en acelerada decadencia).

Por su aspecto parece un personaje de la Florencia de los Medici: culto, inteligente, astuto, sibilino, cínico y sumamente ambiguo 

Cuando llegué a Valencia hace casi treinta años, siendo un periodista tan inexperto como ilusionado en el oficio, Císcar era aún conseller de Educación y Cultura. Nunca lo entrevisté y no recuerdo haber asistido a alguna de sus ruedas de prensa. Por su aspecto parecía un personaje de la Florencia de los Medici: culto, inteligente, astuto, sibilino, cínico y sumamente ambiguo. De haberlo conocido, Nicolás Maquiavelo se hubiese inspirado en él, y no en Fernando el Católico, para escribir El Príncipe.

La inteligencia siempre me ha puesto. A Císcar le sobra esta cualidad, como también perfidia y doblez, según sus enemigos, que no le perdonan su larga carrera política. Llegó a ser mano derecha del último Felipe y de Almunia el Breve, en un PSOE acosado por los escándalos. Alejado de la primera línea política, ha ido envejeciendo en un escaño de la Carrera de San Jerónimo. Nos faltan dedos de las dos manos para contar las legislaturas en las que ha sido diputado. ¿Son diez o doce? Quién lo sabe. Los únicos que llevan la cuenta son los leones del Congreso, que han visto pasar de todo ante sus ojos.

Más zorro que león, según Maquiavelo

Císcar tiene más de zorro que de león, siguiendo con el discurso maquiavélico. Astucia frente a fuerza. He leído que pronto cumplirá los setenta años. A su edad se conserva bien, pese a todo. Sigue estando delgado; el ser escaso de carnes le hace un favor a su elegancia. Aquella melena suya tan característica, rizada, se la recortó. Le daba un toque chic y reforzaba, a mi parecer, su lado doblemente borgiano: por Borges, ya que como hombre culto se le supone haber leído al escritor argentino, y por la familia Borgia, de la que debió de aprender las leyes oscuras y trágicas del poder.

Maquiavelo se hubiese inspirado en él para escribir 'El Príncipe' y no en Fernando 'el Católico'

Admiro a Císcar, esa es la verdad. No suelo elogiar a políticos, y mucho menos si son de la nueva hornada, en su mayoría hombres y mujeres escasamente cultivados desde cualquier punto de vista. Císcar es otra cosa; es la inteligencia al servicio de sí mismo, la ambición discreta de quien llegó y venció al paso del tiempo.

En el paisanaje político valenciano sólo veo a alguien que se le puede comparar, y se llama José Cholbi, de la familia conservadora. Cholbi comenzó siendo joseantoniano, allá por las profundidades del siglo XX, y ahora es nuestro Síndic de Greuges. Otro caso digno de estudio. Pero de él hablaré en otra ocasión porque el protagonista de este artículo ha sido Ciprià Císcar, a quien espero encontrarme algún día tomando un aperitivo en la coqueta plaza Mayor de Picanya. 

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