Ya era hora de recurrir a las sinergias. Lo ilógico era no atender a ellas, como así ha sucedido en los últimos lustros
Esto parece que se anima. Ya iba siendo hora. Aunque sea poco a poco y para muchos apenas se note en demasía o sea de forma sinuosa y algo lenta. Hay que entender que no es al ritmo que muchos esperaban, sobre todo, el mundo de la cultura, cansado de tantos años de desgobierno en el que casi todos los sectores han venido siendo desatendidos con el tiempo y/o el interés particular y político y, en muchos casos, doblegados hasta la extenuación. Tema que analizar, por cierto. Ya lo justificó el propio President de la Generalitat, Ximo Puig, cuando desvelaba que el 80% de nuestro presupuesto estaba ya gastado antes de aprobarse. Con esas alforjas -el día que esta sociedad se dé cuenta de cómo se ha gestionado por aquí- tendremos que cargar lamentos. Así que habrá que tomárselo con calma, aunque algunos echen de menos ciertos mensajes de tranquilidad y determinadas explicaciones para entender la situación que nos espera. Sólo con ver lo que se nos viene encima, por ejemplo, con el tema Ciudad de la Luz, su gasto, deudas e hipotecas, dan ganas de salir corriendo. Hay que entender, además, que se heredan compromisos difíciles de aparcar porque sería aún más contraproducente. Pero hay que ser optimista, de momento. Como dicen algunos, a peor ya no se puede ir.
Por eso resulta muy interesante comprobar cómo las sinergias pueden ayudar a salir momentáneamente del atolladero y al mismo tiempo completar proyectos. Comprobar cómo el Palau de les Artes y el IVAM pueden caminar juntos o Diputación y Teatres de la Generalitat se comprometan a trabajar unidos supone un soplo de aire, no helado, pero algo fresco. Tampoco queda más remedio. Pero es un avance significativo en aras de recuperar diálogo, sintonías y, ante todo, terminar con desencuentros y trabajar con ideales. Lo mismo que significa ver que existen profesionales de lo suyo en puestos de responsabilidad con ideas y conocimiento de nuestra realidad y necesidades.
Ya era hora de recurrir a las sinergias. Lo ilógico era no atender a ellas, como así ha sucedido en los últimos lustros en los que cada institución iba a lo suyo sin ganas de atender a otras y con la venganza como objetivo primordial.
Que el IVAM y Les Arts colaboren estrechamente era algo impensable hace apenas unos meses. Por egos, temperamentos o parcelas de poder. Que lo hiciera Teatres y la Diputación de Valencia en el caso del Teatro Principal, ya es todavía más sorprendente.
¿Cuántas veces la antigua corporación provincial había intentado recuperar un espacio cedido desde los años ochenta a la Administración autonómica pero del que no confiaban en su modelo de gestión? Y eso que era del mismo partido.
Profesionales, que no siempre tienen razón, pero sí en este caso por el castigo insistente de unos gestores animados por el rencor. Al menos pasemos página. Y pensemos. Va siendo hora. No hay dinero, pero las ideas están para algo, si es que se ponen sobre la mesa y se escuchan, que esa es otra historia. Tampoco es, como desde algunas instituciones animan, a que todo pase por las manos de sus actores principales. Acabaría siendo de interés particular. Existen infraestructuras y hay que ponerlas al servicio de la sociedad y los profesionales, pero no siempre a cualquier precio porque eso no dejaría de generar un nuevo clientelismo capaz de coartar la libre creación y el equilibrio de oportunidades.
Estaría bien que el Consell Valencià de Cultura (CVC), que para eso está, volviera a montar un congreso como aquel de hace veinte años para comprender de qué forma ha cambiado nuestra sociedad y cuáles son las necesidades actuales. No es tan complicado y vendría bien partir desde la normalidad para abrir un nuevo periodo de reflexión.
No se puede vivir de la inercia, que a veces es lo que parece, ni repetir de nuevos vicios
Esto ha cambiado. Ya no sólo desde el punto de vista político sino sobre todo social. Son tiempos nuevos. No se puede vivir de la inercia, que a veces es lo que parece, ni repetir de nuevos vicios. De no ser así, nos sentiremos engañados. Los debates abren puertas. Si el CVC no da un paso al frente es como para pensar en jubilarlo. Escuchar sus, a veces, debates estériles es una pérdida de tiempo que nos cuesta mucho. Así que ánimo.
De momento, parece que las cosas van caminando, que volvemos al espíritu de los ochenta cuando la entonces Diputación de Valencia, Generalitat y Ayuntamiento, gestionados respectivamente por Antoni Asunción, Joan Lerma y Ricard Pérez Casado, alcanzaron un acuerdo sobre política cultural de miras y objetivos claros. La Generalitat ayudaba al Ayuntamiento en la financiación de sus proyectos culturales, eminentemente la Mostra, la Trobada y la Orquesta de Valencia/Palau de la Música, mientras que la Diputación hacía lo propio cediendo el Principal, el gran teatro valenciano venido ahora a menos, para su gestión. Fueron tiempos de gloria que gente como Casimiro Gandía o José María Morera nos hicieron disfrutar. Con sus defectos, por cierto.
Vale, dirán algunos, que era el mismo partido. Vale, añado, no lo consiguió ni le interesó a otros gobiernos que apostaron por crear creó taifas y evitaron todo tipo de diálogo. Cada uno quería tener su espacio mediático, y si fastidiaban, mejor. Así les fue. Como le ocurrió a los espacios museísticos y salas de exposiciones públicas. Pues no se han entorpecido, duplicado y ninguneado durante años. Sólo hay que intentar entender por qué no existía diálogo entre el Palau de la Música y Les Arts cuando compartían un mismo territorio; o el Centre del Carme con el IVAM, el MuVIM o la Beneficencia; las Atarazanas -que nunca debió dejar de ser Museo Marítimo, cuando nos quisieron colar con la Copa América que éramos en paraíso del mar- o el Museo de la Ciudad y el Almodí con todos los antes citados, por poner sólo algunos ejemplos. La cuestión no era crear una política cultural o museística seria pensando en los ciudadanos sino conseguir rédito propagandístico inmediato, fotos de inauguraciones para estar presentes en los medios bien peinados/as y dar ruedas de prensa insufribles y repletas de citas comunes. Lo demás daba igual. Luego llegaban los canapés.
Hay que celebrar, aunque sea de forma tímida, que al menos la instituciones comiencen a dialogar, a sentar nuevas bases, a trabajar de forma conjunta. Es tiempo de hacerlo por cuestiones de lógica y/o económicas. Tenemos un patrimonio escondido que es de la sociedad, no de los gobiernos. ¿Para qué tener decenas de esculturas guardadas en los almacenes si no se pueden disfrutar, o espacios que rentabilizar y que suponen un ahorro económico? Pues entonces. Hay que ser optimistas, aunque los tiempos corran lentos y debamos estar atentos.
Lo comentó el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, a quien no tengo el gusto, a mi compañero Mikel Labastida. Y mira que fue claro en su primera respuesta. “La realidad que nos hemos encontrado no es la deseable, como la desmotivación de los trabajadores o el desconcierto. Y luego no nos esperábamos topar con realidades financieras tan duras en todos los sitios...”. Le han dado un margen, pero también un tope.
El remedio responde a soluciones e ideas que ilusionen. Hay muchos profesionales a la espera, y mucho más por recuperar. Lo demás serán palabras.